Hay días en los que simplemente apelo al silencio deseando, como Girondo, vivir, unos meses, adentro de una piedra… mañana será uno de esos.
Gazmogno
"Una docena de años viendo cómo se parten por docenas otras cosas en el mundo"
Hay días en los que simplemente apelo al silencio deseando, como Girondo, vivir, unos meses, adentro de una piedra… mañana será uno de esos.
Gazmogno
Nunca había perdido ninguno de sus sombreros, pero esta vez ya no le importaba. Algún vagabundo felizmente podría reclamarlo si el fango no lo había devorado después de la tromba, dejándolo inútil. Un sombrero era poca cosa, y eso hubiera pensado él de prestarle atención. Corría y corría por las calles húmedas sin pensar en que el agua podría arruinarle también el saco, mucho menos en que el frío entrometiéndose en sus huesos invitaría el resfrío. Los zapatos valían ya muy poco dentro de los charcos salpicando perladas gotas que habían estado acostumbradas a caer desde mucho más lejos, y en fin, el reloj de plata no marcaría nada además de una sola fausta hora, después de haberse empapado; pero nada de eso era en absoluto importante. Lo único que se lo parecía era que había visto esa silueta recargada en una esquina del Café Gato Montés, con su abrigo añil que le cubría hasta arriba de las espinillas, y que dejaba notar esas figuras que tenían que ser de botas, quién sabía de qué color. La había visto allí, resguardada de la nitidez por las fuertes luces cerca de él y la sombra lejana en la que ella se escondía, su cabello castaño obscuro ondeando por el viento antes de pesar con el baño involuntario. Él estaba seguro de cómo olería, aún entre la lluvia y la distancia.
Por eso la había estado siguiendo por esquinas y callejones en esta nueva ciudad, porque sólo el Cielo sabría cómo había sido que ella también terminara mudándose aquí donde las calles tienen nombres de flores que nadie ha visto nunca. Todos estos años tristes que él había intentado estar completo estaban ahora encaramados a sus piernas, haciendo del trayecto tan difícil como si se arrastrara entre zarzales, pero ¿qué eran las espinas para él sino nuevas caricias que nunca solicitó, de las que ya tenía bastante experiencia? Podría haber tenido las piernas rotas, y con todo, el jalón hacia la añorada voz leve que recordaba con precisión no sería menos fuerte. Continuó hasta que ella se metió a un edificio de ladrillo rojo con una capotita cubriendo el porche de la caída del agua. Supo que tenía que entrar, aunque fuera tarde, aunque fuera aquí en este lugar de donde no sabía nada.
Agitó su cabeza para revolver el cabello salpicante y con un jadeo por haber corrido escaleras arriba recargó sus manos en la baranda, mientras ella escapaba visiblemente preocupada: ya sabía que era él, ya sabía que la había encontrado, ya sabía que el destino, más fuerte que la voluntad humana, los había reunido. Por entonces ya no era la luz de las calles con sus postes eléctricos la que le coloreaba la piel tersa, era un foco intermitente que sonaba como zancudo, y el resto era respiraciones y exhalaciones que se confundían en la forzada travesía. Él quería verla aunque fuera una sola vez más, iluminada por ese infortunado estrobo. Gritó su nombre, como última cosa que hiciera con sus fuerzas. Ella volteó. Cuando él miró su rostro se desplomó sentado en el suelo y no se movió más: entre su llanto alcanzó a mirar en sus ojos que estaba equivocado, no era ella.
El dolor se acaba y junto con ello este conjunto de memorias sobre nervios, ansias y dolores.
Poco interesantes para muchos, quizá curiosas para otros, en cierto modo necesarias para mí.
Todo se acomoda lentamente, y al mismo tiempo todo cambia, nada regresa a su estado original; y muchos de ahí se agarran para decir que todo cambia y nada permanece en el cambio; observación absurda cuando veo que a pesar de tanta revolución y de lo nuevo que llega sigo siendo una unidad que no se ha dividido en multiplicidades.
Maigo.
“Dios o Tal Vez o Nadie, yo te pido
su inagotable imagen, no el olvido”
J. L. B.
Me acuerdo. Con ella, parecía estar completo (aunque tuviera el alma toda desbarajustada). Parecía ser feliz. Con ella caminaba y corría. Gracias a ella jugué todo el billar que me tocaba jugar, y tal vez un poco más. Sin ella nunca hubiera montado a mi yegua «La Muñeca», mi pasión más grande. Sin ella esos danzones en Chalma serían pura fantasía. Me acuerdo cómo se sentía que fuera mía. Aunque, pensándolo bien, era tan mía que su presencia parecía invisible. Pensándolo bien, nunca la valoré como se debía. Debí cuidarla mucho más. Luego vino esa maldita enfermedad. Luego se fue, me la arrebataron sin siquiera preguntarme, sin siquiera decirme “agua va”. Fue una grosería porque era mía y de nadie más. Ahora que no está, aunque de verdad lo intento, no puedo no extrañarla. Literalmente hay un hueco donde ella debiera estar. Aquel día que se fue, también yo me fui tantito. Siempre he sido un pesimista; siempre he pensado que la gente, al pasar los años, sigue siendo la misma. Pero desde aquel día, aunque al principio lo intenté disimular, dejé de ser quien era. No más caminatas, corridas, danzones ni cabalgatas. Piensan todos que estoy loco, y quizá lo estoy un poco, pero hay días que me duele, no su ausencia; me duele como si ella aún estuviera. Me pica, me tiembla, me da comezón, la siento cerca. Luego volteó y me cachetea la realidad, luego volteo y recuerdo que ya no está… Luego guardó silencio. Luego vi lo que jamás imaginé de él; una solitaria lágrima escurría de su mirada. Una lágrima y nada más. A mí abuelo le cortaron su pierna un diez de febrero. El día que me preguntaron cómo se sentía una ausencia, cuando me preguntaron qué era extrañar a alguien, no supe qué contestar. Yo qué iba a saber. Se siente y nada más. Pero pensé en ti y en ella; en los momentos, en sus llegadas y partidas sin despedida. Los recordé amarillos. ¿Cómo se siente un vacío? ¿Cómo extrañar lo que ya no está? Es como ver el negro o hablar el silencio. Es cosa divina, como otras tantas, que las palabras en realidad nunca alcanzan. Se siente, tal vez, como eso que dice mi abuelo; se siente horrible el vacío, pero calientito el recuerdo. A veces nos traiciona la memoria y se olvida que eso que se fue, ya no está, aunque otras tantas sospecho que nuestra alma se hace la tonta para que no le duela tanto ese espacio en blanco. Extrañar es el dolor de una ausencia, dolor que es como nuestra sombra, dolor compañero y fantasma como el de un amputado. Pero ese dolor, que es eco, que es memoria y es recuerdo, que a cada instante nos sigue y permanece, también nos cuida y nos mantiene.
PARA APUNTARLE BIEN: Esto se llama Weeping y es de A. Pope
While Celia’s Tears make sorrow bright,
Proud Grief sits swelling in her eyes;
The Sun, next those the fairest light,
Thus from the Ocean first did rise:
And thus thro’ Mists we see the Sun,
Which else we durst not gaze upon.
These silver drops, like morning dew,
Foretell the fervour of the day:
So from one Cloud soft show’rs we view,
And blasting lightnings burst away.
The Stars that fall from Celia’s eye
Declare our Doom in drawing nigh.
The Baby in that sunny Sphere
So like a Phaeton appears,
That Heav’n, the threaten’d World to spare,
Thought fit to drown him in her tears;
Else might th’ ambitious Nymph aspire,
To set, like him, Heav’n too on fire.
MISERERES: El casi ex-secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, es acusado (otra vez) de tejer desde hace varios años una red de empresas en Miami: restaurantes, consultoras de seguridad y muchas propiedades (aunque están a nombre de su esposa). El fin de semana se dio a conocer que 36 municipios del Estado de México tienen crisis financiera; hay deudas, aguinaldos no. “The economist” comparó las cifras de muertes en México con las de países africanos. Miren: http://www.economist.com/blogs/graphicdetail/2012/11/comparing-mexican-states-equivalent-countries
Leo Strauss
Hay dos afirmaciones de Machiavelli que indican su intención plena con mayor claridad. La primera es para este efecto: Machiavelli está en un desacuerdo profundo con la visión de otros, respecto a cómo un príncipe debería conducirse él mismo hacia sus súbditos o amigos; la razón para este desacuerdo, es que está interesado con los hechos, la verdad práctica y no con la fantasía; muchos han imaginado comunidades y principados que nunca fueron, porque se fijaban en cómo los hombre deben vivir, en lugar de cómo los hombres, de hecho, deben vivir. Machiavelli opone al idealismo de la filosofía política tradicional una aproximación realista de las cosas políticas. Pero esto solamente es la mitad de la verdad (o en otras palabras, su realismo es de un tipo peculiar). La otra mitad, Machiavelli la establece en estos términos: La fortuna es una mujer que puede ser controlada mediante el uso de la fuerza. Para entender la relación de estas dos afirmaciones, uno debe recordarse a sí mismo, el hecho de que la filosofía política clásica, era la búsqueda del mejor orden político, o el mejor régimen, como un régimen más favorable para la práctica de la virtud o de cómo los hombres deben vivir, y que, de acuerdo a la filosofía política clásica, el establecimiento del mejor régimen depende necesariamente de la incontrolable, ineludible fortuna o azar.
¿Qué adelantas sabiendo mi nombre? –le espeté–, cada noche tengo uno distinto; fue por eso que decidió llamarme “Bonita”. Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. En vez de fingir que nos sobraban los motivos, nos dijimos “Adiós, ojalá que volvamos a vernos” y, desde el balcón, lo vi perderse en el trajín de la Gran Vía. Lo malo no es que huyera, peor es que se fuera robándome además el corazón. El verano acabó, el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno; la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, y sin embargo lo seguía queriendo.
Yo no quería un amor civilizado, lo que yo quería era que ese corazón cobarde muriese por mí. Por eso le busqué un adjetivo, inspirado y posesivo, que le arañase el corazón y luego arrojé mi mensaje, que se lo llevó de equipaje una botella al mar de su incomprensión. Mientras esperaba respuesta, cada noche me daban las diez y las once, y las doce y la una, y las dos y las tres… Para matar el tiempo, algunas veces solía recostar mi cabeza en el hombro de la luna y le hablaba de esa amante inoportuna que se llama Soledad. Otras tantas, dejaba la puerta de mi habitación abierta por si acaso se le ocurría regresar. Al final, me di cuenta de que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.
Hay quien dice que fui yo la primera en olvidar, pero una vez me contó un amigo en común que lo vio, precisamente, donde habita el olvido, el cual –decía– no le sentaba tan mal. Él, que tanto había besado, que tanto me había enseñado, sabía mejor que yo que hasta los huesos sólo calan los besos que no han dado los labios del pecado. Entonces, siguiendo la voz del instinto, me salía a buscar un amante discreto que se atreviera a perderme el respeto; sin embargo, cuando dormía sin él, con él soñaba. Tanto lo quería que me fui envenenando de besos y así tardé en aprender a olvidarlo 19 días y 500 noches.
Ya llovió desde aquel chaparrón hasta hoy que, en la estación del metro, choqué con una persona que yo conocía muy bien y la miré. Seguía siendo tan cobarde que sólo podía ser él, el que me había robado el mes de abril. Me dijo “Hola” y yo pensé: “Este pez ya no muere por tu boca: en tus redes no me atraparás como a un ratón”, pero más rápido cae un hablador que un pirata cojo y febriles, como la carta de amor de un preso, estábamos él y yo. Sí, besarlo es desatar un huracán, pero en Macondo comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Que no me pida ahora que muera por él; lo que queda de mí se subasta al mejor postor. Verán ustedes, mi manera de comprometerme fue darme a la fuga. Tal vez mañana a mi ventana llame otro príncipe azul.
Hiro postal
Revisitando el poema El más allá (Το Mετέπειτα) de Constantino Petrou Cavafis
Yo creo en el más allá.
No deseo lo material,
ni me seduce lo real.
Es instinto natural,
no hábito artificial.
La palabra celestial
algún día encontrará
de la vida el sentido,
el fin de su expresión.
Y así tendrá la acción
reposo y recompensa.
Se cerrará la mirada
reposando en la Creación,
y el ojo se abrirá
delante del mismísimo Creador.
Y del Evangelio del Señor
una ola de vida nacerá
―inquebrantable y sin dolor.
Parte de guerra 2012. 8938 ejecutados al 23 de noviembre.
Escenas del terruño. Ante el difícil reto de superar un final de sexenio tan ridículo como el de José López Portillo, el pasado jueves el presidente Felipe Calderón propuso cambiar el nombre del país. Los medios afines al priismo, ya sea priismo priista, priismo perredista o priismo lopezobradorista, han resaltado que dicha propuesta es un refrito de la que hizo el diputado Felipe Calderón en 2003. Lo que no han dicho es que en el difícil año de 2008, cuando en las trincheras nacionales se libraba la batalla por la reforma energética, se presentó la misma propuesta, pero su portador ni era panista ni era hombre, sino que era mujer e intelectual del círculo lopezobradorista: Elena Poniatowska (Enfoque 754, suplemento de reflexión política del diario Reforma del 14 de septiembre de 2008). Calderón justificó el cambio en cuanto al modo en que se nombra internacionalmente al país, sin embargo Elenita, llena de ingenio, gracia e inocencia, afirmó que le “gustaría más que se llamara México para que no se pareciera a los Estados Unidos”. Al menos en esto, Calderón sí rebasó por la izquierda.
Coletilla. “El amor engendra el dolor y el dolor engendra el amor. La madera, al quemar, no sólo da ceniza, sino también llama”. Paul Claudel