En más de una ocasión me he encontrado con el problema de no poder acceder a un texto por el inconveniente de no saber el idioma. Si he de ser sincero, gran parte de mi vida de lector, ese ha sido mi gran problema. No soy muy bueno para las lenguas que no comparto; de hecho, para la que mayor habilidad tengo es para la mía, la que me es cotidiana, la que escucho y sé que es familiar -y siendo honesto, le quedo a deber mucho a quienes me ponen atención y pretenden escucharme, sea cual sea el medio. No creo en los problemas de inconmesurabilidad, creo que es un falso problema, pues siempre es posible dar una idea de aquello donde el lenguaje no alcanza -o eso creo yo. Las lenguas extranjeras me son ajenas, y aunque alguna que otra la entiendo -¡poco!-, como el inglés, nunca dejan de serme extranjeras para comenzar a ser familiares. En cada ocasión que he accedido a una de ellas, no he podido evitar traerla hacia la lengua que me es natural.
Con esta imposibilidad de acceder a una lengua extranjera sin después acercarla hacia aquello que me es familiar, fue que decidí comenzar a traducir el texto de Leo Strauss «Las tres olas de la modernidad». El primer motivo, no miento, fue para que el texto me fuese más familiar; el segundo motivo, para que le fuese más familiar a quienes tienen el mismo problema que yo al acercarse a una lengua extranjera. Así que a partir de este día y hasta próximo aviso estaré subiendo, poco a poco, lo que semanalmente vaya avanzando.
Las tres olas de la modernidad
Leo Strauss
Hacia el final de la primera guerra, apareció un libro con el ominoso título La decadencia, o el decline, de occidente. Spengler entendió por el Occidente, no es lo que estamos acostumbrados a llamar civilización occidental, la civilización que se originó en Grecia, sino una cultura que emergió hace aproximadamente 1000 años del norte de Europa; incluida, sobre todo, la moderna cultura occidental. Él predijo la decadencia, o decline, de la modernidad. Su libro fue un poderoso documento hacia la crisis de la modernidad. Que tal crisis existe, es ahora obvio para las más humildes capacidades. Para entender la crisis de la modernidad, debemos primero entender la naturaleza de la modernidad.
La crisis de la modernidad se revela en el hecho, o consiste en el hecho, de que el hombre moderno occidental ya no sabe lo que quiere –él ya no cree que pueda conocer qué es bueno y malo, qué es correcto e incorrecto. Hasta hace algunas generaciones, generalmente fue tomado por sentado que el hombre puede conocer qué es correcto e incorrecto, qué es la justicia o el bien o el mejor orden de la sociedad –en una palabra, que la filosofía política es posible y necesaria. En nuestro tiempo esta fe ha perdido su poder. De acuerdo al punto de vista predominante, la filosofía política es imposible: fue un sueño, quizá un noble sueño, pero en todo caso un sueño. Si bien hay un acuerdo claro acerca de este punto, las opiniones difieren en cuanto a por qué la filosofía política se basó sobre un error fundamental. De acuerdo a un punto de vista muy generalizado, todo conocimiento que merece el nombre es conocimiento científico; pero el conocimiento científico no puede validar juicios de valor; se limita a juicios objetivos; aun la filosofía política presupone que los juicios de valor pueden ser validados racionalmente. Conforme a un menos difundido pero más sofisticado punto de vista, la separación de los hechos desde los valores no es sostenible: las categorías del entendimiento teorético implica, de alguna manera, principios de evaluación; pero aquellos principios de evaluación junto con las categorías del entendimiento son históricamente variables; ellos cambian de época a época; por consiguiente, es imposible responder la pregunta de lo correcto e incorrecto, o de el mejor orden social de una manera universalmente válida, de una manera válida para todas las épocas históricas, como la filosofía política requiere.
La crisis de la modernidad es entonces, ante todo, la crisis de la filosofía política moderna. Esto puede parecer extraño: ¿por qué debería la crisis de una cultura principalmente ser la actividad académica de uno entre muchos? Pero, la filosofía política no es esencialmente una actividad académica: La mayoría de los grandes filósofos políticos no eran profesores de la universidad. Por encima de todo, como se admite generalmente, la cultura moderna es enfáticamente racionalista, creyendo en el poder de la razón; seguramente si esa cultura pierde su fe en la habilidad de razonar para validar sus mayores propósitos, se encuentra en una crisis.