Llegada.

no hay que llegar primero

pero hay que saber llegar.

 

Llegar a un lugar es un acontecimiento importante, en ocasiones vital, sólo que no nos percatamos de ello debido a la frecuencia con la que solemos llegar a distintos lugares o a distintos momentos de nuestras vidas. No siempre nos percatamos de que nuestra llegada es un suceso anhelado, quizá tanto como el regreso de Odiseo a Ítaca, bien pensándonos a nosotros mismos en comparación con el melancólico hijo de Laertes o con la llorosa y esperanzada Penélope. Tampoco vemos que hay ocasiones en que nuestra llegada a un cierto lugar es signo de pesar y llanto, quizá no tanto para quienes nos reciben como para aquellos que nos vieron partir de su lado y presencian como caemos en lo que menos deseaban para nosotros.

Tal vez sólo cuando vemos con el paso del tiempo cómo nos afecta llegar a un sitio vemos lo importante de acercarnos lenta o apresuradamente a un lugar, lo que torna más peculiar la reflexión en torno a una llegada, pues el movimiento que realizamos para llegar o no llegar a algo nos ubica reflexivamente en el futuro, en lo que todavía no es, pero que puede ser, para bien o para mal, pero la importancia que tiene la llegada a un lugar o a un tiempo sólo se aprecia completamente una vez que la acción ha sido completada y es posible pensar sobre el modo cómo se dio el suceso.

Este aspecto del acto que es llegar nos invita a preguntar cómo es posible saber llegar a un sitio o momento cuando el camino se va recorriendo por primera y única ocasión. Afortunado quien en su camino encuentre a un arriero amigo y sepa escuchar su descripción del mismo.

 

Maigo.