Cálmate, y que en nada la muerte te esté presente en el alma;
pero, ea, dime estas cosas y decláralas con verdad.
Ilíada, X, 383
La noche y el día son seguramente de las cosas más corrientes en nuestra vida, a la par de la respiración o las palabras. Es curioso que aún así siempre ha habido algo en la noche que llama la atención; algo que a veces la hace resaltar con todo y su constancia con un misterioso atractivo. Es paragón, por su obscuridad, de lo oculto y lo ignorado, de lo que probablemente está pero no nos consta. Cuando sospechamos algo que no tenemos claro, parece figura nocturna como el gato pardo, como si la noche fuera fuente de miedo como lo es el fondo del mar, siempre en tinieblas.
Otra de estas obviedades es que sin luz no vemos lo que hacemos, en la noche cerrada que no alumbran ni hogueras ni electricidad no se sabe quién anda allí ni qué trama. Y por eso en la ciudad la noche tiene por completo otro carácter que el día, como si se doblara la vida en dos lados disímiles. Todos, seguro unos más que otros, cambiaríamos algunas de las cosas que hacemos si estuviéramos seguros de que nadie las verá nunca; pero estamos acostumbrados a la vida visible, y a que nuestra reputación tenga rostro y voz (igualmente: unos más que otros). La segunda vida, la callada y subrepticia sólo es posible con la confianza de que nadie presta atención, y de que la hazaña en la ignorancia no existe en la misma dimensión que la vergüenza. Ésa es la vida del ladrón entre las sombras, la del maleante que aprovecha la ceguera común.
En este segundo mundo ocurre también que hay hazañas más grandes que otras, actos pequeños que ni se notarían a la luz del Sol, y otros tan enormes que es imposible pasarlos por alto mucho tiempo, con todo y las penumbras; pero en todo caso cobijarse con la noche de la mirada de los demás es afín a la desvergüenza, porque lo aparta a uno del juicio que tiene la comunidad, cubra la negrura el acto que cubra. Si nadie mira y nadie juzga, se cancela la posibilidad de respetar a quien actúa. No es sólo cosa de la mirada, sino también de la voz: en el silencio es poco lo que se puede responder, si acaso algo. ¿Se imaginan lo que esto significaría para quienes fueran gobernados por un regente que tomara el poder en la noche, a escondidas?