“Son aquellas pequeñas cosas
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón, en un papel o en un cajón.”
Joan Manuel Serrat
El año llega a su fin y con él llega también el tiempo de volver a vivir. Los recuerdos se amontonan en tu mente mientras luchan por salir en tropel y entonces saboreas cada momento, cada instante como si hubiese ocurrido ayer. Y ahí estás: celebrando tu cumpleaños apostando en un casino donde tu regalo fue ganar doscientos pesos y una tímida sonrisa nace de tus labios. Ahora te recuerdas haciendo nuevas –pero sin duda valiosas– amistades con compañeros a los que has visto diario por los últimos tres años y con los que apenas si hablabas, pero que sólo bastó un momento para que todo cambiara y, para cuando te diste cuenta, se habían convertido ya en tus amigos del alma, lo que ensancha tu sonrisa. Enseguida revives aquel instante en el que un chico te dedicó el piropo más creativo que te habían dicho jamás y la sonrisa brilla con todo su esplendor.
Pero no todo fue verbena y alegría… También hubo esa época de noches llenas de tristeza cuando lloraste hasta secarte –y sacarte– el amor perdido, ése en el que habías puesto todas tus esperanzas, tus sueños e ilusiones y que fue muy bonito mientras duró, pero que desde el principio tenía fecha de caducidad aunque tú no lo quisieras aceptar y te da un vuelco el corazón. Igual de triste y dolorosa fue la jornada en la que se extravió tu perro, aquel apestoso obeso al que adoras con toda tu alma, pero que finalmente regresó sano y salvo a casa y fue así que comprendiste cabalmente lo que significa aquello de “el que busca, encuentra”, y al rememorar la lección sientes tus ojos llenarse de lágrimas. Asimismo, te dolió saber cuán cierto es que uno nunca aprecia lo que tiene hasta que lo ve perdido cuando tu hermano extendió sus alas y se marchó de casa para volar detrás de sus sueños y enseguida enjugas aquella gota salada que resbala por tu mejilla.
¿Y cómo olvidar aquellos momentos que te robaron el aliento y te enchinaron la piel? Como cuando asististe al concierto de aquel par de pajarracos locos y maravillosos que con sus canciones te hicieron reír, llorar y bailar, casi todo al mismo tiempo, o cuando tus asesorados, a los cuales has llegado a considerar como tus hijos, no tuvieron más que bellas palabras de agradecimiento para ti por todo lo que habías hecho por ellos. Y, claro está, no puedes dejar de mencionar aquel momento mágico, ése en el que sientes que el mundo desaparece y el tiempo deja de avanzar porque te encuentras justo en el lugar preciso y con la persona perfecta, y de esta manera te das cuenta de que estás listo para jugarte el corazón otra vez…
Y entre más revives todos esos instantes, una verdad –por muy masticada que esté– sale a la luz: es de momentos de lo que realmente está hecha la vida. Momentos felices y lúgubres, momentos de éxito y fracaso, momentos de desesperación y esperanza, momentos de debilidad y fortaleza, momentos que quisiéramos enterrar en el olvido y momentos que siempre habremos de tener presentes… Son aquellos momentos los recuerdos que sonríen tristes y que al final del año traemos de nuevo al corazón para que nos hagan llorar cuando nadie nos ve.
Hiro postal