¿A Quiénes Protegemos?

Cualquiera conoce por lo menos un férreo defensor de los animales, o por lo menos lo ha visto en noticias. Creo que no es exagerado suponerlo. Últimamente he tenido la impresión, muy probablemente equivocada, de que cada vez son más los convencidos de que vale más defender a las bestias que no hacen ningún mal conscientemente y que son incapaces de crueldad, que a los tiránicos malvados hombres fuente de todo perjuicio a los suyos y al mundo en el que viven. No es que ellos sean una novedad, ni que sus filas estén creciendo alarmantemente, simplemente es más obvia su presencia mientras más oportunidad se tiene de darle difusión a sus ideas y con mayor facilidad se reúnen las opiniones que se forman. La defensa de los animales, sin embargo, no debería de ser entre nosotros una prioridad; no por lo menos con un país en el estado en el que está.

Recuerdo, por poner de ejemplo, un caso de hace unos meses: una mujer se sometió a las torturas que algunos animales sufren cuando nuevos cosméticos son probados en los laboratorios; y lo hizo además públicamente, bien visible a través de una amplia ventana, con el objetivo de «concientizar» a las personas. El caso es curioso porque parece que la chica no se dio cuenta de que, si se necesitaba un humano sufriendo para producir en el público compasión, entonces su objetivo se había perdido; y si, por el otro lado, no era necesario, entonces su acto fue superfluo (dicho del más amable de los modos). La compasión, querámoslo o no, es cosa más de humanos entre nosotros que de humanos con sus mascotas.

Y, en realidad, estaremos casi todos de acuerdo en que nada de malo tiene aborrecer la crueldad y desagradarse por el maltrato injustificado de otros seres vivientes. Es importante, sin embargo, no olvidar que cada cosa tiene su lugar: en un pueblo devastado por la violencia entre la gente es mucho más digno compadecerse por los hombres que organizar cruzadas para cuidar animales. Tan falso es que sea deseable destruir la fauna por diversión como que todos los seres humanos son crueles y despiadados. Hay miríadas de víctimas que merecen compasión. Probablemente el desagrado por la crueldad sea el que inspire el cuidado de los que no pueden hacer mal conscientemente; pero hay que pensar que nadie sufre la crueldad como quien la mira con consciencia. El animal sufre porque le duele, el hombre sufre de dos modos al mismo tiempo, indistintos: porque le duele y porque sabe que alguien lo lastima.

Fiebre roussoniana.

Para poder dejar de lado el llanto, para no hacer caso de las sonrisas y, para no sentir que el alma se me congela al sentir el calor de la fiebre invadiendo un cuerpo que no es el mío, necesario sería negar la presencia de un alma que me mueve y que mueve a dicho cuerpo, habría que negar a Eros y comenzar a hablar de amor de sí y de amor propio como aquello que me mueve y que mueve al otro, habría que olvidarse del olvido de sí que implica el amor para pensar en la compasión como un deseo de no estar tan mal como aquel al que tengo en frente. En pocas palabras tendría que aislarme más que Rousseau sentado en su barca.

Maigo.

Errante


“Since then, at an uncertain hour,

That agony returns:

And till my ghastly tale is told

This heart within me burns

S. T. C.

Siempre lo había sospechado, pero aquel día lo supe. No quedaba duda alguna, tenía una Ce mayúscula bien bordada en el alma. No era de casta, carismática ni cuidadosa; no era de algo padre, mucho menos admirable. Era una Ce de Cobarde. Aquel día me llena aún de vergüenza. Aquél, en que te vi a los ojos y mentí. Te dije que no  y me fui como si no me importara. Ni siquiera dije adiós. Esa mentira no fue por error, yo sabía bien la verdad. Pero me daba miedo,  las palabras y lo que vendría después de ellas. Me repetí mil veces que era culpa tuya y de esos ojos. Bien redondos, de un color sorpresa y tamaño fuera de lo normal. Profundos y apabullantes. Y era cierto, me daban miedo, pero la culpa no era de ellos. Le temía a aquella verdad y a muchísimas cosas más. Todos los tenemos –dijiste un día- los miles de miedos; se trata de saberlos enfrentar. A la valentía no la puedo definir, aunque sospecho que ha de ser parecido a eso. No es cosa de aventarse de lugares altos o ser el primero en querer volar. No es bravuconería barata. Es mucho más complicada que un simple arrojo desbarajustado. Son valientes los que, a pesar del miedo, saben actuar, hablar o callar, los que saben reírse o enojarse, con la persona indicada, en el mejor momento y lugar. Valentía insensata no es nada. Por desgracia, no creo que sea algo que se aprenda. Pienso que se trae en el alma esa potencia. Pero no por esto hay que dejarla de buscar, quizá por allí anda, desde hace mucho errante y extraviada.  Aunque oscura, brilla con un dorado que nadie puede ignorar. Cuando pienso esto, aunque me sigua dando pena tanta cobardía, no me duele tanto ese día, mi mentira y huida. Nuestras almas nunca iban a encontrarse, no son y nunca fueron de la misma naturaleza. Tú tienes esa valentía de la buena. La que anda tan perdida estos días. La que brilla  por sí sola, como tú lo haces y toda esa gente especial, que siempre la tuvieron y nunca la perdieron. Esto es un intento de redención. Es una despedida. Una de a de veras, una que sí te merezcas. Aunque no lo creas nunca fuiste interino o pasajero. Ahí sigues. Te quedaste.

PARA APUNTARLE BIEN: “Entonces comprendí que su cobardía era irreparable. Le rogué torpemente que se descuidara y me despedí. Me abochornaba ese hombre con miedo, como si yo fuera el cobarde…Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine al género humano; por eso no es injusto que la crucifixión de un judío baste para salvarlo” –Borges en El Aleph.

*El 27 de enero es el día internacional en memoria del Holocausto. Lo decidió la ONU y un montón de otras organizaciones. Pero, yo pienso, es algo que de veras no se nos puede olvidar. El epígrafe de arriba es Coleridge, en The Rime of the Ancient Mariner. Es, también, el epígrafe de Los hundidos y los salvados de Primo Levi.

MISERERES: El IFE, por fin, aceptó que el caso Monex –las tarjetas de la campaña presidencial priísta- fue cierto, y también la triangulación. Nomás que el IFE no está facultado para castigar ese tipo de acción –sólo instituciones del gobierno. Y en el Estado de México ya entró la Policía Federal, el Ejército y la Marina para, según, frenar la violencia que estos últimos meses ha venido creciendo (estos meses ha superado a Ciudad Juárez en número de muertos). Eruviel Ávila dijo que es algo provisional pues pronto se verán los resultados (ojalá sean diferentes a los resultados que ha habido en otros estados).

Las tres olas de la modernidad “parte XI”

¿Por qué la voluntad general no se equivoca? ¿Por qué la voluntad general es necesariamente buena? La respuesta es: esto es bueno porque es racional, y es racional porque es general; lo que emerge a través de la generalización de la voluntad particular, de la voluntad que como tal no es buena. Lo que Rousseau tiene en mente es la necesidad de una sociedad republicana para que cada uno transforme sus deseos, sus demandas sobre sus semejantes, en la forma de leyes; él no puede déjalo en decir: “No quiero jugar a los impuestos”; debe proponer una ley aboliendo los impuestos; para transformar su deseo en posible ley, se da cuenta del disparate de su voluntad primaria o particular. Esto es, entonces, mera generalidad de una voluntad que responde por su bondad; no es necesario recurrir a cualquier consideración sustantiva, de cualquier consideración de lo que la naturaleza del hombre, su perfección natural, requiere. Esto hizo época a través de la claridad completa alcanzada por la doctrina moral de Kant: la prueba suficiente para las máximas es la susceptibilidad de convertirse en principios de legislación universal; la mera forma de la racionalidad, es decir, la universalidad, responde por la bondad del contenido. Por lo tanto las leyes morales, como las leyes de la libertad, no son entendidas más como las les leyes naturales. Los ideales morales y políticos son establecidos sin referencia a la naturaleza del hombre: el hombre es radicalmente liberado de la tutela de la naturaleza.

Cínico compromiso

Cogí coraje cuando cenábamos. «Confiésome completa, chéri; considérate culpable. Con caro cómplice cuento cuando calamidades caen. Con caricias calmas corajes cansinos. Cultivas cariño cuando ciegos caminamos cual catarinas cruzando calurosos cielos…» Contemplé callarme; con cuidado continué. «Chaval, casémonos» concluí convencida. Casi chilla cuando contento contestó «¡Claro!» columpiando cierta cola canina.

Hiro postal

Leyendo al lector

Pocas veces he tenido la oportunidad de encontrarme en una escena tan bella como la descrita por San Agustín en algún lugar del libro sexto de las Confesiones. El de Hipona parece azorado de ver a Ambrosio entregado en alma a la lectura, reparándose, sustrayendo pocos y valiosos minutos a los negocios cotidianos, entregándose a su interés genuino por la verdad. Agustín describe su desazón: ¿cómo interrumpir a ese santo hombre que, cultivándose, siempre está dispuesto a encaminar a los demás? Y sin atreverse a interrumpirlo, nos dice que se sentaba calladamente a observarlo, para retirarse -conjeturantemente- poco tiempo después. De alguna manera, ese joven respetuoso, anheloso del saber y la verdad, reconocía la necesidad de la soledad de su maestro, reconocía que no era bueno interrumpir a los hombres que buscan la verdad cuando se están dedicando a sí mismos, y sobre todo, reconocía que a ese tipo de hombres les cuesta especial trabajo y esfuerzo poder dedicarse a su espíritu, poder dedicarse a sí mismos. Tan sólo unos renglones antes, en ese mismo pasaje, San Agustín afirma que la mayor dificultad que le presentaba la vida santa de Ambrosio era el celibato. Si bien la íntegra dedicación del viejo santo le parecía profundamente incitadora de admiración, el joven no alcanzaba a vislumbrar el sentido de la vida retirada, de la vida que no se lleva en los negocios, de la vida de todos los hombres. Este joven, como quizá muchos otros, no ve sentido en esa vida feliz. Y lo curioso, en esas mismas líneas, es que el de Hipona también reconoce que Ambrosio es feliz para el mundo. Paradójicamente, Agustín está tan lejano del mundo como de Ambrosio, pues aún cuando reconoce la dicha del mundo y la dicha de Ambrosio, no atina a encontrar satisfacción en ninguna de las dos. En la posición en que se encontraba San Agustín, la dicha del mundo, la dicha vulgar y popular, no ofrece satisfacción, pues ya se sabe que es aparente; mientras, la dicha de Ambrosio, la dicha del hombre retirado, tampoco satisface, pues sabe que llegar a ella implica arduo trabajo y renuncia a lo mundano. Y aún así, confundido y ansioso del bienestar, necesitado del diálogo y la reflexión, el joven Agustín no atina a interrumpir al lector, lo deja seguir, le concede el insustituible deleite exclusivo del áurea lectura: la soledad dialógica de la vida contemplativa.

 

Námaste Heptákis

 

Coletilla. “La reconciliación con nuestros amigos no es sino un deseo de mejorar nuestra condición, un cansancio de la guerra y un temor a algún mal trance”. La Rochefoucauld

Risa

Tu risa se quiebra ahora como un cristal en mi memoria… y los pedazos desgarran mi alma.

Gazmogno