Desde hace tiempo que el uso de la palabra «vicio» se enfoca en algunos de los malos hábitos, especialmente a los notablemente repetitivos y que producen placer reforzado en cada reincidencia. La imagen del vicio que tenemos más ensayada en nuestros días es la de fumar, y funciona de paradigma para lo que después se entiende de todas las otras instancias de vicio. Parece entonces, que es una cosa que dan ganas de experimentar varias veces, y cuyo ímpetu se va reforzando más y más. Se ha convertido en aquello que no podemos dejar de hacer, aunque nos lo propusiéramos (independientemente de si nos lo proponemos o no). Sin embargo, su contrario, la virtud, queda muy mal parada en esta comparación, porque por contraposición resulta que se ha convertido en abstenerse del vicio. Así, ya no hay nada de admirable en ser virtuoso, más allá de lo que se admira en alguien que no sea un inepto. En esos términos parece que uno es virtuoso por privación. Ocurre esta degradación de la exaltada posición que solía tener la virtud por la degradación análoga del vicio: ya no es algo ni temible ni repugnante. Es solamente una clase de manía o compulsión.
De todo esto, pienso que vale la pena recordar que el vicio propiamente no es el fumar, ni el beber alcohol, ni el consumir una droga, sino la incontinencia con la que actúa quien, estando en condiciones en las que tales acciones son perjudiciales, no puede evitarlas. El vicio es la incontinencia porque ésa es una disposición de su carácter hacia la acción. Eso, obviamente, es mucho más peligroso que el cigarro que se fuma, porque aquéste en realidad sólo es el signo de lo que ocurre más profundamente en el vicioso. Con el panorama nuevamente expandido, se nota por qué importa no pensar nada más como vicios las recurrencias de actos que sumados podrían ocasionar la muerte: porque vicios son las disposiciones humanas a hacer mal. Y creo que concordarán conmigo en que hay maneras mucho peores de hacer mal, y vicios de los que se debe tener mucho más cuidado que de estos mal entendidos.
Se ha debilitado mucho la idea de que es vicioso el cobarde, por ejemplo, o de que es un vicio la envidia, porque más y más se ha dejado de pensar que las acciones podrían producir admiración o repulsión, y que el que actúa puede estarse perfeccionando o degradando mientras hace las cosas. Se escapa que en cierta medida tal experiencia es un signo confiable sobre nuestra capacidad de apreciar la bondad en lo que los demás hacen (y nosotros mismos también), o su maldad. Hemos aprendido a vivir con una moral enclenque y relativizada. Pero eso es sólo por la costumbre en los conceptos y en el uso de las palabras, porque la admiración de las acciones que nos parecen bien hechas y la repulsión de los que hacen mal se mantiene como ha estado desde que tenemos noticia, por lo menos en la mayoría de los casos y especialmente en el ámbito cotidiano. Por eso no creo que haga ningún mal recordar la importancia de llamar vicio a la disposición y no a la manía, y también se puede alegrar uno de paso por el provecho de considerar como mucho más importante a la virtud, pues lejos de ser una privación, es algo bien deseable y admirable. Después de todo, parece más sensible pensar que ambas cosas son principios de acciones y consecuencias de acciones, y no solamente accidentes.
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