Escribir bien.

Escribir es un ejercicio que va quedando en el olvido, entre más producimos menos tiempo tenemos para escribir bien, entre menos tiempo nos queda para escribir bien menos tiempo nos queda para pensar en lo que escribimos, y entre menos pensamos lo que escribimos menor es nuestra capacidad para notar que olvidamos algo importante.

Pero, ¿qué es escribir bien?, ¿acaso podemos decir que la buena escritura se limita a cumplir con las reglas de ortografía o de sintaxis? Sencillamente cuesta trabajo creerlo, si bien el respeto por esas reglas muestra pulcritud al escribir, esa pulcritud no es suficiente para hacer de un autor un buen escritor, hace falta más, mucho más que eso para escribir bien. Hace falta pensar bien en lo que se escribe.

¿Y qué es pensar bien en lo que se escribe?, se preguntará quien pretenda saber qué es escribir bien. A tal pregunta podemos intentar responder apelando a la lógica y diciendo que pensar en lo que se escribe es buscar que lo escrito no se contradiga nunca; pero esto no parece ser suficiente, pues a veces somos capaces de reconocer como buen escritor a quien nos muestra las contradicciones que hay entre el ánimo y el corazón con la manera de presentar su texto.

Teniendo todo esto en mente no es difícil notar que escribir bien es un ejercicio libre de los límites de las formas, de modo que nos conviene ver si la buena escritura se puede encontrar en aquello de lo que versa.

Si por un momento pensamos en escribir bellamente sobre algo que nos ocasiona grima, nos encontraremos con alguna de las siguientes dificultades, o bien no podremos escribir o bien juzgamos lo escrito como algo bueno y bello sin percatarnos de nuestra incapacidad para juzgar lo bello y lo bueno. Lo mismo ocurre si es que pretendemos casar la belleza de la palabra escrita a algún asunto grosero para el alma.

Pero, ¿cómo saber que lo escrito está bien escrito y que no lo vemos así porque erramos el juicio al leerlo? Si lo pensamos con calma, todo depende del tiempo que dedicamos a leer, a escribir y a pensar sobre aquello que consideramos digno de ser escrito, es decir depende de nuestra disposición y tiempo para contemplar lo bien hecho, es decir, depende de cómo somos nosotros.

Si escribir bien o mal depende en última instancia de cómo somos, entonces no es de extrañar que en lo escrito se vea al escritor, y que en lo leído se pueda apreciar al lector que es formado por lo que va leyendo a lo largo de su vida. Tal vez por ello hemos de ser cuidadosos al leer y al escribir, no vaya a ser que al escribir se nos escape algún demonio capaz de hacer con las almas lectoras, incluyendo la propia, lo que hicieron los demonios al poseer a los cerdos en Galilea.

Maigo.