Mi abuelo me decía que el corazón de los hombres henchidos de esperanza florece como los rosales en primavera. Yo no entendía bien por qué eso era un elogio, si las rosas primaverales son al principio pequeñas y algo tímidas, aunque no por ello carentes de aroma.
Un día aprendí sobre la importancia de estas pequeñas y casi imperceptibles flores, recuerdo que fue cuando conocí a María, una anciana de mirada dulce y cálida que conversaba con todo aquel que estuviera dispuesto a ser escuchado o bien que pretendiera escucharla. Esta mujer ya entrada en años y que sentía dificultades al caminar, siempre sonreía y agradecía a Dios por todo lo que había tenido en su vida, bueno o malo, pues comprendía que no todos los bienes del cielo son concedidos al capricho de los hombres.
Una vez me contó que desde su infancia su vida había estado marcada por diversas penurias, sus padres la dejaron sola en el mundo sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, los enterró antes de cumplir quince años y se quedó bajo la custodia de unos extraños, esto puede resultar sumamente trágico, pero María comprendió que eso le ayudó a comprender lo que ser caritativo significa.
Cada primavera, María observaba con atención los rosales del pueblo, y veía cómo la llegada de la misma se anunciaba mediante el florecimiento de unas rosas muy pequeñas a las que casi nadie prestaba atención, pero ella sí las veía y gustaba de lo que prometía su llegada, que casi siempre se traducía en cosas mucho mejores. Año con año miraba estas flores y la llegada de las mismas le ayudó a contar el tiempo y a disfrutar con esa misma cuenta.
Después María se casó, y continuó contemplando las rosas de primavera, pensando en que sus padres se habían ido cuando éstas hacían su aparición y sintiendo junto con la nostalgia por los tiempos perdidos la esperanza de tener otros mejores. Como fruto de su matrimonio llegó un niño, y la llegada de la primavera la alegraba más que nunca porque cada vez que las flores aparecían en el jardín su niño querido ganaba más fuerza e inteligencia. Cualquiera pensaría que María comenzaría a odiar esta época del año cuando en una fatídica primavera enviudó y se vio sola en el mundo, al cuidado de un chiquillo, que primavera a primavera se alejaba más de ella para vivir su propia vida, pero esto no pasó, las flores seguían alegrándola y le anunciaban siempre algo mejor al tiempo que veía que había aprendido lo que era el amor.
Años más tarde, después de la primera luna llena de primavera María tuvo que enterrar a su hijo, el muchacho murió de una manera horrible, quien lo vio pensó que el corazón de María se amargaría y que ella se dedicaría primavera a primavera a buscar venganza. Pero eso no pasó, el corazón de María siguió latiendo con la calidez de siempre y en lugar de odiar las flores de primavera que viera unos momentos antes de que su muchacho expirara el último aliento, las amó más que nunca, porque su presencia le ayudaba a recordar que ese día aprendió a perdonar.
Desde entonces cada vez que María ve las pequeñas rosas que brotan cuando comienza la primavera sonríe porque en primavera conoció el dolor que le enseñó sobre la compasión, sobre el amor y sobre el perdón, enseñanzas que no borran la sonrisa primaveral de quien espera en Dios aunque no sepa comprenderlo.
Maigo.