El mal y la fuerza

¿Qué podemos hacer ante el mal? No pregunto en tono metafísico o teológico, sino en un tono muy “práctico”, quizá podría decir político. ¿Qué podemos hacer ante el mal? En un contexto de tanta agitación pública y polarización ideológica como en el que actualmente vivimos la pregunta es urgente en más de un sentido. ¿Cómo pensar la pregunta en el contexto de la declaración de guerra emitida desde el “movimiento social” que ha aparecido en Guerrero? ¿Cómo pensar la pregunta cuando algunos dicen encarnar la justicia no vendando sus ojos  para mantener certero el juicio, sino velando su rostro para mantener la mirada fija y amenazante, al mismo tiempo asegurar la impunidad en el claustro del anonimato? ¿Cómo pensar la pregunta cuando muchos justifican fácilmente a la violencia por ser revolucionaria, progresista, expresión del pueblo bueno, último recurso ante el Estado represor? Pregunto en serio: ¿qué podemos hacer ante el mal? Sé bien que en un sentido la pregunta no puede encontrar respuesta mientras no nos pongamos de acuerdo en qué es el mal, pero también sé que podemos gastar multitud de concilios y congresos para discutirlo sin por ello acercarnos un ápice a comprender su misterio. A veces, las preguntas de la vida diaria piden otro tipo de resoluciones, a veces la política requiere de premura. Y es en el ámbito político dónde nuestro juicio puede reconocer tras las posturas políticas la idea del mal que las promueve. Permítaseme mostrarlo.

         El pasado jueves 11 el doctor Lorenzo Meyer, probado hombre de izquierda y asiduo promotor del morenaje, publicó: “El poeta (Javier Sicilia) es el fundador y líder indiscutible de un movimiento social, y por tanto político: el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), que surgió hace dos años y que ha forzado a Felipe Calderón, primero, y a Enrique Peña Nieto, después, a dialogar en sus términos y en público en torno [a] los muertos y desaparecidos en la lucha entre y contra el crimen organizado”. La descripción del doctor Meyer tiene un giro retórico relevante: el movimiento de Sicilia forzó a la autoridad a dialogar en sus términos. Y lo considero relevante, porque se habla de movimientos y fuerzas, de conflictos políticos; pero igual se habla de diálogo y los propios términos de Sicilia. Visto desde la perspectiva de los movimientos y las fuerzas, en nada se distingue el MPJD del movimiento de Guerrero, de las autodefensas, del grupo que entregó la UACM a Dussel, de los involucrados en el 1 de diciembre; todos son movimientos motivados por fuerzas que chocan en el plano político y que ganan espacios, se reconfiguran y adquieren notoriedad por el manejo de poder. Visto como un mero movimiento, Sicilia hubiese tenido la fuerza para doblegar a la autoridad. Pero no la doblegó, la sentó a dialogar. Contrario a los otros movimientos citados, el de Sicilia fue un movimiento que doblegó a la fuerza, que no impuso, propuso; que exigió y clamó, pero no quemó y rompió; que conmovió hasta los huesos, pero no por miedo o terror, sino por compasión. La diferencia del movimiento encabezado por Javier Sicilia está en lo que Meyer llama “sus propios términos”. ¿Cuáles? Sicilia nunca se cansó de decirlo: la paz (en cuanto no violencia), el perdón (que es la reconciliación) y la justicia que de ellos se sigue. Los otros movimientos, espero quede claro el contraste, definen su relación con la fuerza en otros términos, ya no el despoder, sino la lucha por el poder; ya no la paz, sino la guerra contra el otro que viene a ser el malo; ya no el perdón que es reconciliación, sino la venganza del “oprimido” sobre el “opresor”; ya no la justicia, sino el derecho del más fuerte. Lo dijo con mucha claridad un docente del movimiento guerrerense el pasado miércoles 10: “De una vez le decimos a (Ángel) Aguirre que le declaramos la guerra y buscaremos la desaparición de poderes”. Lo dijo también, pero con retórica de universitario, el doctor Meyer: “El empeño de Javier Sicilia ha obligado a la nueva administración a cambiar el discurso y, parcialmente, sus prioridades, pero el sistema que generó el mal, la gran tragedia, sigue intacto. Para acabar con él, se requiere de un esfuerzo mucho mayor”. ¿No es clara la diferencia?

¿Qué podemos hacer ante el mal? Parece que los movimientos sociales contemporáneos nos han dado dos respuestas: armarnos para exterminarlo por la fuerza o renunciar a la hybris y aprender a perdonar. De alguna manera tendríamos que decidir si el malo es el otro o el mal es ese alejamiento que desfigura nuestro rostro hasta hacerlo endemoniado. Quizá Dostoievski tenga mucho que enseñarnos al respecto…

Námaste Heptákis

Coletilla. “Los abusos públicos son tan visibles y pestilentes que arrastran a toda la gente generosa a una especie de unanimidad ficticia”. G. K. Chesterton