¿Qué es la justicia en una sociedad en la que cualquier bien del prójimo es desconfiable y cualquier tipo de vida admisible, siempre que se aleje de mí? ¿Cómo puede sentir simpatía un corazón alejado de los otros que los atrae sólo por su placer y los rechaza con desprecio en cuanto se siente saciado? Si se ha olvidado la posibilidad de entregarse amando a alguien y de renegar de la malencarada convicción de que uno mismo es lo único que verdaderamente importa, ¿cuál es la causa para continuar pensando en las acciones humanas, para continuar haciendo política, para seguir ensayando mejores modos de vivir y buscando nuevas maneras de mantener la paz? No parece que haya mucho sentido en esforzarse demasiado (y la reflexión sobre asuntos así siempre es una ardua labor) por buscar la felicidad entre los otros: aceptar de una vez que estamos solos debería de hacernos mucho más bien que seguir tentándonos con la ilusión de que existe en este mercado la posibilidad de mejorar las condiciones sociales; una que permite vivir en la legitimidad procurada por vigilantes de la justicia civil, y que asegura la vida cómoda un tiempo más largo. ¡Vemos de sobra que no se puede, que malgastamos nuestro tiempo queriendo a la vez ser egoístas aceptados y pacíficos ciudadanos bien portados! En esta perspectiva con la que vivimos, la simpatía es más obstáculo para mi persecución de mi felicidad que otra cosa, y mis amistades también porque propician que olvide que a los hombres los necesitamos como herramientas, y nada más. Es ridículo seguir queriendo engarzar a la fuerza este materialismo salvaje (pero científico), y la esperanza del progreso de los buenos sentimientos morales de los hombres. ¿Para qué queremos esas cosas, si en el fondo somos obligados a admitir que estamos solos? Ni la una ni la otra habrían de importarnos. Si somos en el fondo únicos y nuestras vidas son solamente el más hábil escape a la muerte: ¿para qué pensamos siquiera en las razones para escapar? Lo mejor para cada quién es que sea su propio tirano, alejado de todo, y sin gobierno de nada más que de su soledad.
Sólo se puede hablar de justicia cuando la amistad está en crisis, los amigos no necesitan justicia. La justicia es cosa de sabios y este mundo parece estar muy por debajo de la posibilidad, seria, de que existan tales hombres. Los filósofos se han encargado en hablar mucho sobre el tema y les ha retribuido con bellos dones, pero en su mayoría lo han pagado con su vida, no sé si es porque dichos temas son a flor de piel, y se cree que cualquiera puede opinar, porque al final de cuentas cuestiona la plenitud de su propia vida, pero nadie en su sano juicio quiere dicho problema, especialmente en sociedades donde la amistad es meramente transitoria¿puede ser de otro modo?
Ser injusto está muy a gusto. Yo cometo aquí la injusticia de comentar en este desierto de soledades, injusticia que hoy me parece necesaria.
«El tiempo pasa y no de largo
y hay quien no se entera que
somos los mismos envueltos en novedad.
Me dices : «Cambias.. sin embargo
tu entusiasmo sigue ahí
no me has preguntado si me da igual o no
Oh! No.»
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