Insufrible Calor

Por fin, cayó la lluvia que rompió el manto del calor sofocante, pero el ímpetu por hacer concordar una metáfora se me quedó frustrado: la violencia sigue ardiendo como nunca. Es reconfortante que por fin la tierra se refresque, pero más me gustaría el pronóstico de que la sequía en los corazones de nuestros vecinos dejará de abrasar. Sin embargo, los días más bien apuntan a que nuestra crisis no se enfriará pronto. La desconfianza en los otros nos ha hecho vivir la más quebradiza de las experiencias de justicia: la que se da alejádonos de todos los demás. Se habla mucho de la muerte súbita y la desaparición de inocentes (no es poca cosa), pero además esta violencia cobra más vidas de las que comúnmente se cree, porque no se cobran sólo las vidas que se quitan, también las que se arruinan. ¿Qué es si no arruinada una vida dedicada al odio de los demás? Aquí no hay lluvia que refresque. Y duele pensar que muchos de los más violentos son niños o jóvenes que se mueven engañados por la imagen ilusoria de una revolución que nunca ocurrirá. Se disfraza a la guerra civil con la cara del cambio necesario, a la disidencia de pluralidad, a la ferocidad de valor, y este recubrimiento tosco basta para engañar. La inversión hace que los que actúan como fieras sientan que son más dignos que ‘los suyos’ que los rodean. Estamos inclinados a desear algo mejor, y si la promesa al final de esto que muchos llaman lucha contra la represión es una mejor vida, es fácil encender el ánimo y hacer del juicio una borrachera borrosa. No veo nada de malo en la represión si es la que obra uno en sí mismo cuando reprime actos que avivan el fuego del odio civil. Creo que, desafortunadamente, aun siendo fácil que la demagogia ofusque el buen sentido, es necesario haber recorrido mucho tiempo ese camino para que hayamos llegado hasta donde estamos nosotros: muy adentro del desierto, muy lejos de la salvación en cualquier dirección, y muy alejados entre nosotros como para acordar hacia dónde caminar para salvarnos.