Falta con Efe

Imagino que decimos que alguien nos hace falta, que lo echamos de menos, o que lo extrañamos, porque después de haberlo tenido la memoria enfatiza la ausencia con su juego de darle brillo a las cosas pasadas como si estuvieran allí. No es sólo el hecho de la pérdida el que nos duele, sino el constante contacto con lo que somos ahora que se nos ha ido. Creo que nadie es ajeno al sabor agridulce que tiene el recuerdo de lo valioso, ahora ausente. Mientras más lo apreciamos, mayor es el placer que nos da sacar a flote su memoria y mayor el dolor de mirarlo allí en el recuerdo; pero es precisamente el dulce en ese sentimiento el que resalta el bien que nos hizo mientras estuvo. Por eso no decimos sólo que lo perdimos, sino que la vida se nos ha extrañado. Las despedidas dejan siempre un eco –de nuestras palabras y de las ajenas–, y más lo apreciamos cuando junto con esa falta resuenan las palabras de la compañía más agradable. Por eso, ¿qué mejor que dejar con buenas palabras a aquellos de quiénes uno se despide? Quien se ha esforzado por hablar siempre bien, promueve que la resonancia de su voz se mantenga con el cuidado con el que la pronunció, que el calor que su curiosidad avivó no se enfríe, y en eso, aún en su ausencia, seguirá dando constancia de su valor. Cuando despedimos a quien así se mostró en todo momento, la tristeza del adiós es acompañada con una sincera sonrisa.