Con lágrimas en los ojos, pero reconociendo más que nadie que los hijos son prestados, el padre se dirige al monte llevando de la mano al hijo que debe entregar a su creador.
Abraham no obedece ciegamente al llevar consigo a Isaac rumbo a la piedra de sacrificio, lo hace reconociendo que su relación con Dios implica hacer de lo cotidiano algo sagrado; así que como sacerdote sacrifica, como padre entrega y como creyente escucha, atento siempre, sin dejar pasar una palabra.
Quien considere que la fe de Abraham es ciega, debe notar primero su propia cegera.
Maigo.