El hombre bueno

Tras 70 años de vivir en la ciudad de Atenas, Sócrates fue obligado a comparecer ante el tribunal ateniense y presentar una defensa por las siguientes acusaciones: 1) no reconocer a los dioses en los que cree la ciudad, introduciendo en cambio, nuevas divinidades y 2) corromper a la juventud. Sócrates no modificó su modo de vida ante tales acusaciones, continuó viviendo de la misma manera en que lo había hecho hasta ese momento; estaba convencido de vivir de la mejor manera. Después del juicio el tribunal ateniense votó, y Sócrates fue sentenciado a muerte, siendo mayor número quienes reclamaron la vida de Sócrates al pedir su muerte. No fue ejecutado en ese momento, estuvo preso largo tiempo antes de llevar a cabo su condena, pues la piedad de la ciudad no permitía derramar más sangre en esos días. Aun sentenciado a muerte, aun pospuesto el cumplimiento de su sentencia, Sócrates no modificó su ánimo y ni modo de ser, continuó viviendo de la misma manera en que lo había hecho hasta ese momento, continuó haciendo lo mismo que hizo en el transcurso de casi toda su vida.

Jenofonte narra, desde las palabras de Hermógenes, que antes de comparecer ante el tribunal, Sócrates no preparó defensa alguna ante los cargos de los que fue acusado. Nunca modificó su manera de vivir (incluso estando preso, con la única diferencia de no estar en un sitio público como era su costumbre, Sócrates continuó hablando con sus amigos y aconsejándolos). No presentó ante el tribunal una defensa que se alejara de su forma de ser, se defendió mostrándose como era. Tampoco modificó su manera de vivir en sus últimos días, pues de haberlo hecho se hubiera asumido culpable de los cargos que le acusaban y aceptando que vivió de manera inadecuada. Que no hablara de lo correspondiente al juicio generó angustia y extrañeza en sus amigos, que estuvieron con él en sus últimos días. Para Hermógenes, uno de ellos, quien al ver que no tocaba estos temas ni preparaba defensa alguna, preguntó: «¿No deberías examinar, Sócrates, los argumentos de tu defensa?» Pero Sócrates respondió a esta pregunta de la siguiente manera: «¿No crees que me he pasado la vida preparando mi defensa?». Si hubiera preparado alguna defensa, al hacerlo, o estaría aceptando la culpa y que se equivocó en la manera en que vivió; o que vivir de esa manera era digno sólo para él, pero indigno ante los ojos de los demás.

Ser un hombre bueno y ser un ciudadano bueno son cosas diferentes. Sócrates no fue acusado por ser un hombre malo, para los acusadores eso pareció irrelevante. La acusación se hizo por ser, ante los ojos de la ciudad, un ciudadano malo (por ser impío con los dioses e injusto con los hombres). Que no sea lo mismo ser un ciudadano bueno y un hombre bueno no los hace opuestos, y esto se debe a que sí hay manera de ser los dos –aunque antes de avanzar más, es importante mencionar que el hecho de que se den los dos al mismo tiempo es sumamente raro-, es posible que un hombre bueno sea un ciudadano bueno, pero que este caso se dé depende de la ciudad y sus leyes, pues depende de que la ciudad sea justa. Un hombre puedes ser bueno y aun así ser un ciudadano malo si falta a las leyes de la ciudad. Únicamente si las leyes de la ciudad son justas, el hombre y el ciudadano buenos pueden coexistir como uno sólo.

Siguiendo con la acusación a Sócrates, la pregunta que en este momento nos vemos comprometidos a realizar, así como parece que en su tiempo lo hizo Jenofonte, es: ¿Sócrates fue un hombre bueno o un ciudadano bueno; o ambas, o ninguna? Sócrates fue juzgado por la asamblea ateniense, la asamblea de la ciudad, lo cual ya presupone que no fue tenido por un ciudadano bueno.

El continuo preguntarse de Sócrates sobre sí mismo y sobre la virtud humana, de partir una y otra vez de la sentencia délfica: «conócete a ti mismo», y regresar a indagarse una y otra vez, es muestra de la primacía que tuvo de ser un hombre de bien, más que un buen ciudadano. Y aunque procuró hasta el último de sus días ser un hombre de bien, no se puede decir lo mismo, y en todo sentido, de ser un ciudadano bueno, pues en un sentido no lo fue. Cuestionando el nómos de la ciudad, sometió a prueba las leyes de los hombres; y al cuestionar las costumbres, puso a prueba la fe, cuestionó el Nómos divino. El término nómos (νόμος) es ley, costumbre, orden, opinión general (sólo como aclaración, no es posible separa la costumbre de las reglas de la ciudad); Por ello es tanto los ritos y costumbres, como las reglas de los dioses y las establecidas por los hombres en la ciudad. Nómos es ley, orden, aunque no escrito en papel, sino en la manera de ser de la comunidad, como la costumbre. Con esto, cuando Sócrates cuestionó la ley de la ciudad no sólo cuestionó las reglas establecidas por los hombres y lo justas que estas pueden ser o no, sino las reglas de los dioses y lo justas que estas pueden ser; al poner en duda lo justo del nómos de la ciudad, también puso en duda el orden y las reglas del nómos divino. En un sentido, un ciudadano bueno no debe poner en duda la costumbre y la fe de la ciudad, por el contrario, debe cuidar y procurar la ley.

Es necesario mantener presente que la única manera en que el filósofo sea al mismo tiempo hombre de bien y ciudadano de bien, es si la ciudad también lo es, es decir, si la ciudad es justa. El problema con esto, es que la posibilidad de que se dé una ciudad como la que el filósofo necesita, quizás únicamente sea posible en palabras (de la misma manera que la república de Platón).

Por aquello que podemos decir que Sócrates fue un buen ciudadano, paradójicamente es por la misma causa que no lo fue, pero en diferente sentido. Tanto Jenofonte como Platón, exagerando a veces las situaciones, muestran lo absurdas que llegan a ser las leyes y costumbres. Muestran que muchas veces se establecen por hábito y no mediante la razón, como los sorteos con habas para elegir algunos cargos públicos. El deber del filósofo, principalmente no es ver el orden de la naturaleza, sino cuestionar a la ciudad, sus leyes y sus costumbres en busca del mejor modo de vida. Sócrates nunca actuó en contra de las leyes, pero sí las cuestionó; se abre la pregunta acerca de qué es más riesgoso para la ciudad: ¿cuestionar las leyes o faltar a ellas? Quizá por ahora no conviene intentar dar respuesta a esta pregunta, en cambio sí conviene decir que, siempre habrá una tentación inherente a la relación entre el filósofo y la ciudad; pues el deber del filósofo es cuestionar a la ciudad, mientras que el de la ciudad mantenerse a sí misma y sin cuestionamientos (de aquí se sigue que para la ciudad, el virtuoso no sea el filósofo, sino el caballero que actúa conforme a la ley).

Por lo ya mencionado, si la ciudad no es justa, el hombre de bien y el ciudadano bueno son cosas distintas. Cuando la ciudad no es justa, aquel que busca el mejor modo de vida para la ciudad, como es el caso del filósofo, no buscará ser un ciudadano bueno,  pero está comprometido a ser un hombre de bien. Es por ello que no es cosa fácil afirmar, sin hacer ciertas consideraciones, que Sócrates fue un buen ciudadano. La razón más importante es que, a mi juicio –y creo compartirlo con Jenofonte-, para Sócrates la prioridad no se encontraba en ser un ciudadano de bien, sino un hombre de bien.