Miel y Tiranía.

Intenté hablar bellamente sobre la tiranía. Quise atrapar en una frase llena de miel al corazón endurecido de los más grandes tiranos, sin importar si se trataba de Falaris o de aquellos que en nuestros días hacen lo que quieren o se empecinan en hacerlo, y que como buenos tiranos culpan de sus berrinches a quienes cuestionan la legitimidad de sus deseos.

Pero la miel se volvió amarga apenas se acercaba al enceguecido corazón que debía cubrir, su brillo y textura cambiaban, ya no era ni brillante ni cerosa, se había vuelto oscura y rasposa, ya no endulzaba ni ataría a los sentidos, más bien amargaba y alejaba a quienes prefieren vivir teniendo amigos.

Ahí me di cuenta de que la miel no logra endulzarlo todo, y que no es posible usar miel genuina para cubrir con ella a la tiranía, que ésta no se puede hacer deseable, dulce y placentera para los hombres más que en apariencia, es decir, de lejos, cuando ya no se puede distinguir a lo bello de lo feo, y cuando lo reprobable encuentra justificación en lo que es deseable.

Maigo.

Comunidad

¿Cómo se debe orar cuando el Bien ha sido superado? ¿Para qué hacerlo si ya no hay alguien a que seque nuestras lágrimas y nos consuele?, ¿de quién poderse sostener si estamos solos compitiendo hacia ningún lado? Se ha vuelto necesario preguntarnos qué es lo que está bien el mundo, una y otra vez, y dejar de señalar lo malo que hay en él. Chesterton tiene razón al afirmar que lo que está mal en el mundo, es no preguntarse por lo que está bien

Mariconada

“Que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.”

Joaquín Sabina

Lo había olvidado por completo: esa noche había toque de queda. Tan atareados estábamos con todo lo que había que entregar que pronto perdimos la noción del tiempo. Lo único que logró sacarnos de nuestro trance fue el ulular de la sirena que anunciaba que todo el mundo, sin excepción, debía permanecer donde estuviera.

Por un momento suspiré de alivio, pues a pesar de todas las horas trabajadas, no veíamos para cuándo terminar y era primordial que el trabajo estuviera listo mañana a primera hora, con lo que quedarnos toda la madrugada nos sacaría del apuro. No obstante, cuando vi el rostro horrorizado de mis colegas alrededor mío, recordé lo que realmente significaba el toque de queda: cortarían los suministros de agua y energía eléctrica, por lo que las idas al baño estarían prohibidas y ni siquiera tendríamos oportunidad de terminar nuestro trabajo. Por si eso fuera poco, pasaríamos la noche en vela con hambre y frío en el pequeño cubículo que nos correspondía dentro de aquel solemne edificio de oficinas corporativas, cuidándonos los unos a los otros de que no fueran a llevarnos los militares con ellos. ¡No, no! ¡Eso era! El pavor reflejado en sus caras era a causa de los militares, ellos eran lo peor del toque de queda: nadie que se fuera con ellos regresaba… vivo.

Ni me enteré quién o cuándo, pero la puerta ya estaba atrancada cuando me acerqué a ella. Como si fuera la señal que hubieran estado esperando, los militares cortaron la luz y al pequeño cubículo se lo tragó la penumbra. No quedaba más que esperar a que la noche menguara y al final la mañana vendría. Lamentablemente, no llegaría para todos…; eso era un hecho. Porque los militares, ellos sólo buscaban un pretexto para llevarse a cualquiera; se hubieran llevado a su propia madre de haber podido, no me cabe la menor duda. Por suerte, ninguna de ellas vivía, pero nosotros… Pues no era un secreto para nadie que para enlistarse como militar había que cumplir un solo requisito: ser huérfano de madre, y aunque nadie sabía realmente por qué, todo el mundo tenía su teoría al respecto. Yo, por ejemplo, pensaba que se debía a…

-¡Cueeelloooo!- Nadie que escuchara ese grito en el toque de queda podía augurar nada bueno. La sangre en mis venas se congeló al instante y por un momento no supe qué hacer. Simplemente atiné a desviar la mirada hacia la ventana que se encontraba a un costado mío y entonces vi pasar una sombra corriendo despavorida por el pasillo hasta que se perdió entre la muralla de cubículos contiguos. El corazón comenzó a latirme desbocado y sentí fluir la adrenalina por todo mi cuerpo. Quería huir, cerrar los ojos, gritar, ¡algo!, pero era imposible: mis ojos estaban fijos en la ventana como si ésta me hubiera hipnotizado. Segundos después, una luz comenzó a iluminar tenuemente el codo del pasillo. En ese momento salí de mi trance y, tan pronto como recuperé la movilidad, por instinto, me dejé caer de espaldas en el rincón que había entre la puerta y la pared para esconderme con los latidos de mi corazón perforándome los oídos. Caí precipitadamente al suelo y, para cuando mis nalgas tocaron el piso, mi cuerpo temblaba frenéticamente de pies a cabeza sin que yo pudiera controlarlo. Entonces noté que mis colegas, tan desesperados como yo, buscaban refugio inútilmente, pues por el vidrio traslúcido de la ventana cualquiera que se asomara podría vernos.

Después de eso, todo ocurrió demasiado rápido. Escuchamos claramente cómo el eco de unas pisadas aumentaba de manera estruendosa con cada segundo que pasaba y finalmente los dueños de ellas aparecieron frente a nosotros. Seis o siete figuras deformadas por la luz proveniente del pasillo carcajeaban al unísono mientras se divertían hostigando a un bulto que caminaba dando tumbos. Lo siguiente que supe fue que el bulto cayó al suelo con un golpe sordo y, por la angosta rendija situada debajo de la puerta, alcancé a ver el rostro del bulto aquel. Horrorizada, abrí los ojos y ahogué un grito de terror mientras intentaba pegarme lo más posible al rincón. Habría reconocido esa cara en cualquier parte, incluso con toda esa sangre que ahora chorreaba de ella, pues le pertenecía a Germán, mi mejor amigo en este mundo de porquería.

Reconociéndome a su vez, Germán intentó estirar la mano hacia mí mientras me suplicaba ayuda con la mirada y yo, en vez de acudir lealmente a su llamado, llena de miedo, me hice para atrás en un acto reflejo y lo último que vi en sus ojos antes de que los militares lo arrastraran lejos de allí fue el dolor de saberse decepcionado y abandonado por la única persona que le juró que nunca lo dejaría solo: ésa era yo…

Germán había muerto abatido a golpes por haber sido acusado falsamente de “marica” ante los militares y no había cosa que ellos odiaran más que a un homosexual, fuera éste hombre o mujer. Lo cierto es que yo resulté ser la verdadera marica y mi penitencia consistía en vivir sabiendo esta terrible verdad.

Hiro postal

Ardides

Revisitando el Salmo V

1) Para el director del coro con Nehilot.

Salmo de David.

2) Escucha, Señor, mis palabras;

atiende, por favor, mis suplicios.

3) Atiende a la voz de mi ruego,

oh Rey, Señor, Eterno,

que sólo a ti mis súplicas grito.

4) Escucharás mi voz, Señor, cada mañana,

a ti implorando,

por tu gracia esperando.

5) No eres tú Dios que la maldad desea;

el mal frente a ti nunca se parea.

6) Los arrogantes no resisten tu presencia

y a los malvados no alcanza tu benevolencia;

7) a los que hablan mentiras llevas a la perdición,

los sanguinarios y traicioneros no obtienen tu bendición.

8) Y yo entraré a tu casa sólo por tu amor,

me postraré en tu santo templo, Señor,

y me inclinaré a tu temor.

9) Con tu justicia, Señor, llévame por el camino,

que el mío está todo flanqueado por el enemigo,

frente a mi rostro endereza, Señor, tu camino.

10) Su boca es ajena a la sinceridad,

su corazón rebosa perversidad,

un sepulcro abierto es su garganta

y su lengua con halagos se desgasta.

11) Condénalos, Señor, a sus ardides,

aléjalos por todos sus crímenes,

que ellos te han desafiado, viles.

12) Alégrense los que en ti hallan refugio

y entonen todos cantos de júbilo,

pues todo el gozo del hombre

está en amar tu nombre.

13) Tú bendices al justo;

es tu bondad escudo onusto.

Escenas del terruño. En Proceso 1916 del 21 de julio de 2013, aparece una “entrevista” a Porfirio Muñoz Ledo, donde se jacta de su buena memoria, su bonhomía y su talento político. Extraño es que esa buena memoria no le haya causado un mínimo estupor al afirmar que “México debe preservar la paz civil”, pues en el mismo semanario, pero en febrero de 2008, en el marco de los debates sobre la reforma energética afirmó la necesidad de “reventar el sistema”. Más extraño aún es que hable de su contacto azaroso con Luis Echeverría, en medio de la efervescencia del 68, y olvide sus juntas en cierta casona de Coyoacán para, desde entonces, “tronar el sistema”. Es el Porfirio de siempre: camaleónico. Es el Porfirio que no tardará en volver a tomar los micrófonos para “defender al país” y “tronar el sistema” en el lapso de la reciente discusión de la reforma energética.

 

 

Coletilla. “El reino de Dios no es norma política de lo político, pero sí que es norma moral de lo político”. Joseph Ratzinger

Antídoto

No digo que esté enfermo de amor

porque decir que estoy enfermo de amor

sería decir que estoy enfermo de ti

y tú no eres una enfermedad:

eres el antídoto contra la oscuridad del mundo.

Gazmogno

Reflexión de nuestra Iglesia

El otro día estaba pensando en lo seguros que estamos de que fue una excelente decisión separar a la Iglesia del Estado. Tan seguros que no hablamos ni siquiera de sus buenas razones, tan sólo lo celebramos como un momento capital en nuestro progreso político, como celebraríamos la teoría de la relatividad o los mapas más recientes de los astros extrasolares si el mundo de la ciencia no fuera tan movedizo que no nos deja fijarnos en un solo nuevo descubrimiento. Pensaba, pues, que creemos que esta división fue una excelente decisión porque de hecho lo fue. Todo mundo hoy sabe que la iglesia católica, con el tremendo poder que tuvo en el Renacimiento y aún antes, se convirtió en un monstruo de lujo y poder que organizaba todas sus partes con el fin de dominar más y más a cuanta gente pudiera. Vaya, es tan común que hasta es trillado tomar el orden eclesiástico de esas épocas como paradigma de corrupción política. Era necesario que a una institución tan adversa a la sociedad se le desnudara de ese gigantesco poder.

Las razones que en su momento se hicieron públicas, sin embargo, no fueron ésas. No porque no fueran obvias, sino porque no eran convenientes. El modo más eficiente de desanudar a la Iglesia del Estado resultó ser afirmando que era falso que el gobierno político tuviera relación necesaria con la religión. Por todas partes se le dio la bienvenida a esta idea fresca de Ilustración y modernidad. La religión, después de todo, es la creencia, mientras que la verdad está en el saber. Ambas son cosas diferentes. El mundo de la fe y el mundo de la ciencia pueden coincidir en una persona, pero ellos por sí mismos no son compatibles. Pero es muy evidente la consecuencia: si la verdad está de uno de los dos lados, el otro lado es ficción. Decirle a alguien que ésa es su creencia y que es muy respetable es un modo eufemístico de decirle que no nos interesa abundar en las mentiras que lo engañan. Si nosotros creemos que Dios existe, nunca admitiríamos que nos dijeran que esa sólo es opinión sin nada que ver con la verdad, porque precisamente nuestra creencia radicaría en la convicción de que Dios es verdadero. La conclusión que se obtiene de la división de los dos ámbitos es que la religión no debe ser parte del gobierno político porque es falsa, no sólo no se necesita, sino que no es una cosa de verdad. Obviamente también, Dios es falso, las religiones mentirosas y todo lo que no sea ciencia, juego y teatro.

Si nosotros quisiéramos conocer qué son las matemáticas y le preguntáramos a alguien que no sabe siquiera qué es la línea perpendicular, haríamos mal en conformarnos con sus razones. De la misma manera, sin embargo, parece que ahora nos conformamos con la conclusión anterior. Las condiciones históricas que propiciaron la separación de la Iglesia de nuestro Estado eran tales precisamente porque la religión no era religión, sino una deformación insaciable de lujos, perseguidora de placeres mundanos y cuna de los más ruines vicios. Pero no creo que haya sido probado suficientemente nunca que la religión sea incompatible con la vida política. La experiencia parecería más bien contradecir esta idea (aunque ésa tampoco es por sí misma prueba suficiente de nada). Contra la religión se aducen los males de ignorancia que aquejaron a los creyentes medievales, se le acusa de oscurantismo y represión, y se le da la bienvenida a la ciencia como la ruta para que cualquiera acceda a la verdad. Pero la verdad es que del gobierno sabemos tan poco nosotros, los no funcionarios públicos, que sus decisiones nos resultan plenamente dogmáticas. Tampoco de la ciencia sabemos mucho, y le confiamos la vida. La religión, sin embargo, nunca ha admitido (ni la católica ni ninguna otra) que sus enseñanzas sean ficciones bellas y falsas, ni instrumentos de persecución de los libre-pensadores; al contrario, la religión afirma ser la enseñanza verdadera, a veces ni siquiera opuesta a la enseñanza científica. No sabemos si sea o no cierto esto, pero no es razonable censurar tan sesgadamente a la religión precisamente porque es mejor evitar el oscurantismo (que quién sabe si prevaleció más en el Medievo que en otros tiempos).

Por supuesto, esto no basta como apología de la fe en la política. Pero vale mucho poner a prueba qué tan lejos llegan nuestras creencias (pienso que son muchas más de las que solemos admitir). Es sugerente que el modo en el que vivimos me obligue a hacer estas últimas afirmaciones, que deberían ser muy obvias como para necesitarse, pero es cierto que sin ellas me volvería objeto de críticas de los férreos fanáticos de la ciencia y el estado laico. Abundo, pues, en ello porque prefiero evitar esos accesos violentos que algunas inocuas observaciones suelen despertar en las conversaciones contemporáneas.

Salvación

La miel de tu mirada

apacigua el dolor,

calma la ira que enrojece mis ojos.

 

Maigo.