Yo no espero curarme de ti en unos días, ni en unas semanas y, de ser posible, ni en unos años. Tampoco quiero dejar de fumarte, de beberte, de pensarte aunque sea posible, simplemente porque soy inmensamente feliz haciéndolo. Para ser más sincera, no me da la gana seguir las prescripciones de la moral en turno, ni de ninguna otra moral –pasada o futura–, pues no importa que ahora nos recetemos tiempo –seis meses para ser exactos– ni que vayamos a abstenernos uno del otro mientras tanto ni que la soledad sea nuestra compañera temporal, porque no deseo otra cosa más que seguir contagiada de ti.
Contagiada de tu mirada ámbar que ilumina todas mis mañanas aunque amanezca nublado y de esa sonrisa infantil que alegra mi alma, calmando así cualquier turbación que haya en ella; contagiada de tu dulce aroma que se me impregna en la piel con el más leve abrazo y de tus intrépidos besos que llegan hasta el pliegue más recóndito de mi cuerpo; contagiada de tu voz que me dice que no importa si estás ausente porque, por ella mediante, siempre estarás conmigo.
Así que no, ¡me rehúso a quererte nada más una semana! Para mí no es bastante… En una semana no puedo decirte todas las palabras de amor que quisiera porque algunas ni siquiera se han inventado. Tampoco puedo prenderles fuego porque ellas humo son y por eso se las lleva el viento. No obstante, sí puedo calentarte con la hoguera que contengo muy dentro de mi pecho y que tú mismo encendiste cuando te conocí. Y también con el baile. Porque las mejores palabras de amor que nos hemos dicho han tenido lugar cuando nuestros cuerpos se han acoplado a un solo ritmo.
Eso sí, concuerdo con Sabines –aunque quizá no por las mismas razones–: Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Pues si bien es cierto que yo sabía que un “tengo hambre” o “está lloviendo” contenía un “te quiero” escondido, muchas veces me hicieron más falta las palabras exactas que cualesquiera otras que me pudieras haber dedicado).
¿Una semana más…? ¡No! Dame seis meses, tres años, una vida; porque yo no quiero reunir todo el amor del tiempo y dártelo para que hagas con él lo que quieras, ni tampoco una semana para entender las cosas porque no hay nada que entender cuando de querer se habla. Lo que yo realmente espero es continuar contagiada de ti, pues el verdadero manicomio sería hallar la cura y seguir con mi vida como si nunca te hubiera conocido, el verdadero panteón.
Hiro postal