Intenté hablar bellamente sobre la tiranía. Quise atrapar en una frase llena de miel al corazón endurecido de los más grandes tiranos, sin importar si se trataba de Falaris o de aquellos que en nuestros días hacen lo que quieren o se empecinan en hacerlo, y que como buenos tiranos culpan de sus berrinches a quienes cuestionan la legitimidad de sus deseos.
Pero la miel se volvió amarga apenas se acercaba al enceguecido corazón que debía cubrir, su brillo y textura cambiaban, ya no era ni brillante ni cerosa, se había vuelto oscura y rasposa, ya no endulzaba ni ataría a los sentidos, más bien amargaba y alejaba a quienes prefieren vivir teniendo amigos.
Ahí me di cuenta de que la miel no logra endulzarlo todo, y que no es posible usar miel genuina para cubrir con ella a la tiranía, que ésta no se puede hacer deseable, dulce y placentera para los hombres más que en apariencia, es decir, de lejos, cuando ya no se puede distinguir a lo bello de lo feo, y cuando lo reprobable encuentra justificación en lo que es deseable.
Maigo.