Salto de fe

Cuando Dios pidió a Abraham que sacrificara a su hijo, Abraham no dudó ni se cuestionó lo que debía hacer; tampoco cuestionó por qué se le pedía hacerlo. Tomó a su hijo y caminó durante largo tiempo, quizás el más largo para cualquier padre en esta situación. Lo más común es que los hijos sufran la muerte de sus padres, y no viceversa; y menos por manos de sus padres. Muchos dudarían en sacrificar a su hijo; matarlo, para la ley del hombre, es contra la naturaleza. Pero, para Abraham, no fue una simple puñalada al corazón, sino lo más noble que un hombre de fe podría vivir, fue entregarse por completo a Dios, al confiar en él. La mayoría no hubiera ido, intentando escapar de los ojos de Dios y de la ley divina; otros se hubieran regresado a medio camino, creyendo que es posible escapar de la mirada divina; Los menos, aquellos que se dan cuenta que es más noble obedecer a Dios que al hombre, pero dudan, hubieran sacrificado a su hijo a la mitad del camino o en el momento en que Dios terminó de hablar; quizás algunos llegarían al lugar preciso, pero, para ese momento, ya habrían prologado lo más posible su llegada con un andar penoso. Abraham tomo a su hijo (el cual tampoco cuestionó la acción de su padre) y caminó con él por largo tiempo, sin detenerse ni andando caminandito hasta llegar al lugar indicado. Hasta el último momento hizo lo que Dios le pidió, tal y cómo se le había ordenado.

Un salto de fe, no es un salto a la nada, no es saltar al vacío, sino a la eternidad. Se debe hacer en silencio y en obscuridad; sin dudar, ni cuestionar (porque para quien tiene fe, incluso ahora, en nuestros días, aunque Dios haya callado, no ha dejado de pedirle que sea de esta manera). Quien salta, debe hacerlo, no para poner a prueba la fe, sino porque se tiene fe; se debe saltar, no porque todo está perdido, sino porque es necesario confiar.

Se debe saltar en la obscuridad, en silencio y en soledad, para evitar las miradas de los hombres; lo contrario es vanagloria. El salto de fe, pide intentar seguir a Abraham en su camino; requiere de saltar sin cuestionar el porqué, ni dudar en el último minuto; exige confianza absoluta en que Dios sabe por qué nos pide saltar y por qué nos conviene hacerlo.

Si uno, duda, es mejor no saltar, las caídas pueden ser dolorosas; si uno cuestiona, es mejor no saltar, porque uno cree saber más que Dios; si uno salta para probar su fe, es porque la está cuestionando, en cuyo caso, conviene más no saltar. El salto de fe se ejecuta saltando; pero sólo se debe saltar cuando uno está convencido de sus últimas palabras: Dios mío, que se haga tu voluntad.