El amor se vivifica por la palabra; el deseo exige prescindir de ella. Los enamorados hablan, se hablan y se encuentran en la palabra. El deseo puede ser tan silencioso como un lobo al acecho o tan ruidoso como una jauría al ataque. Los que se desean pueden gritarse o fingir ser indiferentes entre sí; cuando el amante calla, su carne está herida porque ha sido despojada de la palabra. El deseo muere, se consume y se disipa en el espacio infinito. El amor no muere, pero late eternamente el lamento de la carne a la que se ha negado la palabra, como dice San Pablo: la Creación gime dolores de parto.
Námaste Heptákis
Coletilla. “Para algunos hombres la acción es tanto más difícil cuanto más fuerte es el deseo”. Gustave Flaubert