Guardianes del pasado

En los días de antaño bastaba cualquier motivo para que los buenos amigos se reunieran a platicar de todo y de nada: un beso, una lágrima, una sonrisa; una buena taza de café, un cremoso helado, una suculenta comida; una banca en el parque, un día soleado, una noche estrellada… Cualquier cosa podía ser razón suficiente para charlar por horas y horas con ese entrañable amigo; cuando el tiempo lo permitía, claro está. Sin embargo, como era bastante lamentable que los amigos no pudiesen charlar tanto como deseasen por falta de tiempo, hubo que hallar la forma de mantenerlos en contacto de forma más rápida y eficiente.

¡Qué dicha cuando surgieron los teléfonos celulares y el internet! ¡Más dicha aún cuando lograron fusionarlos en un mismo aparato! Ahora hasta los amigos más lejanos se encuentran a un mensaje de texto, un correo, un tweet o un whats de distancia. Ya no hay que recurrir a las obsoletas cafeterías o a las caminatas sin sentido porque ahora basta con que cada amigo tenga un celular al alcance de su mano. ¿Qué más da si ignoramos a la gente alrededor nuestro por hablar con el amigo que se encuentra a varios miles de kilómetros lejos de nosotros? ¡Por supuesto que no se trata de una grosería! Ni que estuviéramos en el siglo pasado para tomarnos una tacita de café mientras platicamos o ni que el amigo cercano se ofendiera porque estamos todo el tiempo tecleando en el teléfono en vez de escucharlo hablar y prestarle atención a su plática. Antes bien, él tiene la culpa por no contar con un celular con internet, por apreciar todavía esos rituales nimios de plática, por querer que las cosas sigan siendo como antes.

Hiro postal