La senda de los no perdonados

Sin preguntar, ni cuestionar con seriedad, afirman que Dios no existe. Esto es suficiente para dar el paso que se requiere para que la vida sea mera existencia. Una simple duda se convierte en el modo de ser: ¡y si Dios no existe! Aún no sé qué es más absurdo para quien se encuentra ante esta pregunta, que la duda sea mera curiosidad o que sea el motor de la angustia.

Ambos caminos dan un salto inexplicable, que va de la pregunta por Dios a la afirmación de su inexistencia, pero no tienen las mismas consecuencias. El que un día pregunta, sin la intención de tomar en serio su pregunta, ¿y si Dios no existe? No llegará a más que andar por ahí divulgando que Dios no existe (si es lo suficientemente ingenuo, con simpleza y sin angustia dirá: Dios ha muerto); con facilidad podrá pasar del, supongamos que Dios no existe… a, dado que Dios no existe, al hombre no le queda más que su propia existencia. Pero aquel que se pregunte seriamente por la existencia de Dios y responda que no existe, y pueda ver un poco más allá, se dará cuenta de la angustiosa y pesada vida que le ha tocado vivir. Una vida camino y sin sentido, más allá del que pueda darle quien la vive. Ninguna de la acciones que realice tendrán sentido a partir de que dé cuenta de su soledad, todo en lo que encuentre sentido, lo tendrá sólo mientras viva y para él (arbitrariamente da sentido a las cosas que no lo tienen y que morirán cuando muera). La muerte comienza a pesar, y a cada paso cuesta más trabajo dar el siguiente. La humanidad es un árbol en la nada de hojas perennes. Los hombres no son más que efímeros mortales arrojados a la tierra. No hay esperanza, sólo está uno solo. El reloj de arena que grano a grano se agota, cada grano que cae no es un día más de vida, sino uno menos. Para este momento, el peso de la angustia, que se vuelve casi el único pensamiento, es tan grande que cuesta trabajo mantenerse en pie (aquellos de mayor ánimo, que no andan a gatas, sienten el peso de su muerte a cada paso, hasta el punto que dejan de caminar para no caer). Lo más cercano a una amistad es un asidero, pero se complica cuando uno solo soporta su propio peso.

Lo curioso cuando uno no desea que el tiempo termine, y anda hasta que el último grano cae, ¡es eso!, andar hasta que el último grano cae. Parecería absurdo, pero todavía no lo es, en este punto todavía tiene sentido la vida. Si se sigue andando por la senda de los no perdonados, en algún tiempo, uno comenzará a darse cuenta que vale más la muerte, pero que no tiene sentido matarse. A mitad de la senda, preguntar si la vida vale o no la pena ser vivida tiene sentido; pera acá ya no, porque la pregunta misma no tiene sentido. Los que sin tomarla enserio, se pusieron su máscara existencialista, pronto creerán que son lo que aparentan ser, y vivirán como si fuera posible vivir así; se alejarán de los demás para saborear su trágica soledad y vivirán desgarrándose el ánimo con alcohol, creyendo que también pueden evaporarse.

El hombre que dice vivir el peso de su existencia, que estando arrojado a al mundo se vuelca en los placeres, es un hedonista jugando a hacerse el interesante trágico. Aquél que a mitad del camino se pregunta si la vida vale o no la pena ser vivida, y sigue viviendo, también se está engañando, la pregunta sólo es válida cuando las palabras temblorosas se hacen con una pistola en la garganta. Para quienes llegan al final de la senda los no perdonado, su destino es el más cruel y doloroso, serán devorados por la angustia del sinsentido. Lo que los une a todos ellos que andan por la senda de los no perdonados, no es pensar la vida como mera existencia, sino haber olvidado que la desconfianza a cualquier posible fundamento, parte de un supuesto que hicieron real: ¿y si Dios no existe?