Hablando del Olvido I

Recuerdo incluso lo que no quiero. Olvidar no puedo lo que quiero.

El olvido es ambivalente, a veces es conveniente y a veces es perjudicial. Nadie quisiera tener la memoria de Funes, y al mismo tiempo todos vemos con compasión a quien olvida todo, incluso a sí mismo. Pero ¿Cómo hablar apropiadamente del olvido sin olvidar en el camino lo que se originalmente se pretende hacer?

Considerando al olvido como un acontecimiento opuesto al recuerdo, entonces podemos hablar del primero en un sentido negativo: olvido es pues lo contrario al recuerdo y a la memoria, es decir ausencia de los mismos. Sin embargo, tal parece que el sentido negativo no nos puede decir todo sobre el olvido, o sobre cualquier cosa; si bien entendemos que recordar es traer nuevamente al corazón aquello que ha sucedido, también entendemos que el olvido es la incapacidad para traer al corazón algo que éste ha sentido.

Pero esa incapacidad de traer a la presencia del corazón o de la memoria algo, no abarca todo lo que acontece con el olvido, pues hay momentos en que somos capaces de reconocer que algo hemos olvidado y, el desatino de la mente para tratar de traer a la memoria ese algo se hace presente con mucha, más frecuencia de la que solemos reconocer, podemos pensar en lo que vivimos cuando hemos de presentar algún examen.

Ciertamente cuando recordamos algo que habíamos olvidado reconocemos que ese algo estaba lejos de nosotros y, cuando logramos recordarlo lo hacemos con alegría o con dolor, pues la distancia entre lo olvidado y nosotros se ha perdido a tal grado que difícilmente evitamos sentir lo que ya habíamos experimentado, y también es cierto que recordar el algo que ocurre en ocasiones de manera voluntaria y en ocasiones de manera involuntaria.

Con el olvido no hay lugar para la voluntad, no elegimos lo que olvidamos, a veces conseguimos olvidar lo desagradable y a veces no, a veces deseamos recordar lo que es bueno, pero por más esfuerzos que para ello hacemos no conseguimos nada o peor aún lo conseguimos cuando ya es demasiado tarde, si pudiéramos elegir a voluntad muchos sentimientos de culpa desaparecerían y muchos delitos serían borrados, pero no es el caso y a menos que renunciemos a ser lo que somos lo será.

Quizá sobre el olvido se pueda decir tanto como lo dicho hasta ahora sobre el silencio, pues en cierto modo el olvido es el silencio en el que se sumerge el alma que se reconoce como olvidadiza, que no como olvidada. En cuanto comienza el discurso lo que se pretendía asir con él se escapa sin que nos demos cuenta de ello, el silencio se rompe con la palabra y el olvido queda hecho a un lado en cuanto para hablar sobre el mismo hemos de recordarnos cuando olvidamos.

Pero acaso es posible hablar cabalmente de la memoria sin reconocer los linderos de la misma en el olvido, de responder negativamente entonces la investigación sobre lo que sea el olvido se lleva consigo a la posibilidad de saber en algún momento qué es la memoria y por qué llegamos a recordar algo. Y sin poder decir qué es la memoria se nos pierde la posibilidad de decir con alguna claridad algo respecto a lo que somos los seres que la tenemos.

Pensar que es imposible hablar sobre el olvido, es olvidar que tenemos experiencia del olvido y es hacer a un lado que ésta ocurre con harta frecuencia, la suficiente como para que nuestro día se vaya en olvidar constantemente, olvidamos dónde dejamos las llaves, olvidamos hacer alguna labor, olvidamos algún trabajo y lo más importante día a día nos olvidamos de nosotros mismos mientas nos ocupamos en arreglar alguna otra cosa, que por lo general no es más que una fruslería.

Considerando el tiempo que dedicamos a olvidar es asombroso el poco tiempo que nos ocupamos de ver lo que pudiera ser el olvido en un sentido mucho más claro que el negativo, es decir, que lo contrario a recordar.

Maigo