Pertenencias

Sail away, away,
ripples never come back. 
They’ve gone to the other side. 
Look into the pool, 
ripples never come back, 
dive to the bottom and go to the top 
to see where they have gone. 
Oh, they’ve gone to the other side.

La sabiduría popular, de ésa que especialmente todo mundo conoce y nadie acata, dicta que es mejor saber separarse de las posesiones. La sabiduría popular no le dice a uno qué son sus posesiones. «Es liberador dejar ir, aprende a hacerlo», se dice, y a esta acción suele vérsele como profundidad espiritual, como belleza del habla y valiosa lección de los cuentos. Se escucha que quien tiene todo no puede atender nada, y se piensa que es verdad: abrazar tantas cosas diversas y variadas sólo puede hacerse dejando de prestarles atención a algunas, o a todas. También se escucha que teniendo salud no importa lo demás que se tenga o que no se tenga. Se dice que «lo material» no es verdaderamente importante. La sabiduría popular no le dice a uno qué es lo material. Rodeados como estamos de lo que hacemos nuestro, ¿podemos separar esos materiales de lo que hacemos llamar nosotros? ¿Y si la metáfora del material está mal comprendida? ¿Qué si nuestras verdaderas posesiones no son cachibaches olvidados, ni armatostes prescindibles? ¿Qué si lo material de lo que poseemos es material de quiénes somos? Yo miro los muros de mi casa y me veo a mí mismo. En mis viejos juguetes miro mi niñez y en mis viejos dibujos mi juventud. Me sigo viendo. Es la imaginación, quizá, que encara de vuelta cuando se mira sobre las cosas lo que uno ve y, al mismo tiempo, lo que uno veía. Es, quizá, esta imaginación y memoria, que no está en los juguetes ni en los dibujos ni en los muros ni en las escaleras, ni en mi cuarto al que siempre pensé dejarle ecos de la música que escuché; quizá es allí donde están las verdaderas posesiones. Eso podría ser lo único que nos pertenece, como nosotros pertenecemos en algunos lugares. ¿Hay algo que mejor reciba el nombre de «propio»? Todo eso se queda con uno, como los amigos son de uno por quiénes son, y no por tenérseles en un cuarto a la mano, como a herramientas. Y si eso es la posesión, ¿por qué liberarse de ella? ¿Cómo aprender a apagar esa viva imaginación? ¿Cómo desprenderse? ¿Quién desearía desprenderse? Sé que, sea ésta o no sabiduría, yo no estoy dispuesto.

Conocimiento legal

Cuando la ley viene de Dios importa conocerlo para saber obedecerla; cuando la ley viene de la voluntad del hombre, se debe conocer al hombre para entender si es mejor obedecer o no. Pero cuando la ley viene de individuos que por no tener fe no buscan a Dios y por no trabajar no buscan al hombre se vive como si fuera mejor hacer caso omiso de lo que la ley pudiera decir.

Maigo.

Guardianes del pasado

En los días de antaño bastaba cualquier motivo para que los buenos amigos se reunieran a platicar de todo y de nada: un beso, una lágrima, una sonrisa; una buena taza de café, un cremoso helado, una suculenta comida; una banca en el parque, un día soleado, una noche estrellada… Cualquier cosa podía ser razón suficiente para charlar por horas y horas con ese entrañable amigo; cuando el tiempo lo permitía, claro está. Sin embargo, como era bastante lamentable que los amigos no pudiesen charlar tanto como deseasen por falta de tiempo, hubo que hallar la forma de mantenerlos en contacto de forma más rápida y eficiente.

¡Qué dicha cuando surgieron los teléfonos celulares y el internet! ¡Más dicha aún cuando lograron fusionarlos en un mismo aparato! Ahora hasta los amigos más lejanos se encuentran a un mensaje de texto, un correo, un tweet o un whats de distancia. Ya no hay que recurrir a las obsoletas cafeterías o a las caminatas sin sentido porque ahora basta con que cada amigo tenga un celular al alcance de su mano. ¿Qué más da si ignoramos a la gente alrededor nuestro por hablar con el amigo que se encuentra a varios miles de kilómetros lejos de nosotros? ¡Por supuesto que no se trata de una grosería! Ni que estuviéramos en el siglo pasado para tomarnos una tacita de café mientras platicamos o ni que el amigo cercano se ofendiera porque estamos todo el tiempo tecleando en el teléfono en vez de escucharlo hablar y prestarle atención a su plática. Antes bien, él tiene la culpa por no contar con un celular con internet, por apreciar todavía esos rituales nimios de plática, por querer que las cosas sigan siendo como antes.

Hiro postal

Notas para una lectura del Éxodo – II

Notas para una lectura del libro del Éxodo

Segunda parte

La estructura del libro puede identificarse desde tres perspectivas. Se la puede considerar desde fuera, en cuanto a la numerología del libro. Se la puede considerar desde el interior del texto, en cuanto al sentido literario del libro. Se la puede considerar desde la tradición, en cuanto a la división judía tradicional. De cada división el intérprete puede aprender algo, por lo que no es bueno desdeñar ninguna.

         Según el tercer modo, que aquí es primero, el libro se divide en once partes, así como once palabras tiene el primer verso del libro, así como once nombres se mencionan al iniciar el libro. La primera, que da nombre al libro, abarca los capítulos del 1 al 6, comienza con la mano fuerte del Faraón sobre el pueblo judío y termina con el anuncio de la mano fuerte del Señor sobre el Faraón. De la división en siete partes de esta primera parte, es la revelación del Señor a Moisés la que ocupa el centro (3:1-15). De la sección central, el verso central es aquel en que el Señor anuncia su entrada en la historia: “He bajado a librarlo de los egipcios, a sacarlo de esta tierra, para llevarlo a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel, la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, heveos y jebuseos”. La palabra central del verso central de la sección central de la primera de las once partes en que se divide el libro, y que es la palabra más repetida en dicho verso, es ארץ, que enfatiza el descenso del Señor a la “tierra”, descenso que marca su entrada en la historia. La segunda parte, “y yo aparecí”, va del 6:2 al 9:35, y toma su nombre de una declaración del Señor en 6:3; tras los nombres viene la presencia. Igual que la primera, la segunda parte tiene siete divisiones. Comienza con un discurso del Señor y termina con la manifestación del Señor en la séptima plaga. Al centro se encuentra el pasaje de los prodigios: del bastón de Aarón a la plaga de las ranas. Al centro del pasaje central se encuentra la primera plaga; numéricamente el pasaje consta de 28 versos, siendo los centrales aquellos en que se contraponen los prodigios del Señor y los de los magos de Egipto. En la apariencia, a la sola vista, lo mismo pueden hacer los hombres que el Señor; para quien, como Moisés, el Señor se ha revelado, hay una clara diferencia. Lo cual puede entenderse mejor considerando la tercera parte, que lleva por título un mandato del Señor (10:1). Nuevamente, la parte tercera en siete partes se divide y a su vez señala el lugar en que a los ojos del Señor se distingue a los elegidos y cómo, siguiendo los mandamientos del Señor, también se hace evidente a los hombres: la marca en el dintel de la puerta permite al ángel exterminador distinguir a los elegidos de los que no lo son. La palabra central del verso central (12:7) de la sección central de la tercera parte (משקוף) así lo deja ver. La tercera parte es el dintel del éxodo, es el inicio de la salida, es el camino a la revelación de la Ley. Si la tercera es el dintel, la cuarta debe ser la salida, y a ello hace referencia su título en hebreo: “cuando nos dejó ir”. La cuarta parte, con ese título que tan claramente indica el movimiento, narra el camino al Sinaí y va de 13:17 a 17:16, dividiéndose nuevamente en siete partes. La sección central consta de dos partes: la división de las aguas y el cántico triunfal. El verso central (15:10) de la sección se encuentra en el cántico y hace referencia al paso del mar; es el verso en el que el Señor se hace presente por su hálito, presencia invisible que se hace visible, manifestación fuerte de la palabra, cuarto modo en que el Señor se ha manifestado. El quinto es, por mucho, diferente, pues es el que constituye la quinta parte y en el que se da la ley. La quinta parte va de 18:1 a 20:23, y su sección central va de 19:1 a 19:6, en que se da el aviso de la alianza. La parte central de las once partes está flanqueada por el aviso de la alianza y la construcción del santuario. La parte central de las once partes lleva por título “leyes”. La parte central de las once partes es la fundación de una comunidad política a partir de la ley necesaria para guardar perspectivas para una buena sociedad. Resulta curioso, y lo podemos anotar de paso, que el verso central (23:1) de toda la sección central de la parte central de las once partes involucra la relación entre la sociedad, la palabra y la ley, como si en la sabiduría de nuestro libro esa fuese la médula de la ciencia política. Para que la alianza se lleve a cabo es central que se cumpla con el precepto central recién mencionado, pues sólo cuando el hombre permanece en la alianza la falsedad es posible; la manifestación material de la alianza es representada por la construcción del santuario, con lo que inicia la séptima de las once partes. Repitiendo un poco lo anterior, la única posibilidad de engañar, de mentir o de falsear, viene del incumplimiento de la alianza, incumplimiento plenamente humano, incumplimiento que siempre es visible al Señor aunque de Él el hombre se quiera ocultar, que tal es el sentido de la séptima parte (25:1-27:19), por la que el hombre conoce en palabras la morada del Señor, por la que en palabras se hace visible lo invisible. Ese carácter revelador de la palabra es el que permite que la ley revelada devenga en mandamiento, cual lo indica el nombre de la octava parte “tú manda”. Nuevamente, la octava parte (27:20-30:10) se divide en siete partes, siendo la central aquella en que se consagran los sacerdotes, es decir, aquella en la que se estipula cómo corresponderán los hombres a la alianza a partir de las palabras que dirigen al Señor. La parte novena (30:11-34:35) es complicada como pocas, pues implica el incumplimiento de la alianza y la renovación de la misma. El ábside de la parte novena no sólo es posicional (y por ello nombrarlo ábside no es solamente una marca en el dintel), sino argumental: no hubiese sido posible renovar la alianza si Moisés no lo hubiese pedido al Señor. La novena parte toma su título de las palabras sexta y séptima de la misma, palabras con las que el Señor pide a Moisés conocer a su pueblo, nombrarlo, numerarlo. El verso central (33:17) de la sección central de la novena parte nos muestra que lo que el Señor pide a Moisés al inicio es lo que Él hace absolutamente, es decir: conocer. La Ley se ha revelado para que el hombre conozca personalmente. Es tras este conocimiento, tras la fundación en la Ley, que en la décima parte (35:1-38:20) se presenta por primera vez el pueblo completo, “en asamblea” como se intitula la parte décima. Al final, la onceava parte (38:21-40:38) lleva por título “las cuentas” de lo gastado en la construcción del Tabernáculo, es decir, el resultado de la constitución del pueblo a partir de la ley revelada. La sección central de la undécima parte tiene como verso central (39:33) aquel en que el pueblo reconoce a Moisés y por tanto reconoce el régimen fundado por la Ley. El contraste con el inicio del libro es claro, pues el pueblo judío comienza el libro trabajando sin Ley, bajo la mano fuerte del Faraón; termina, en cambio, trabajando en la Ley y presentando su trabajo ante Moisés. El libro está ordenado como el trayecto de liberación de la tiranía egipcia, pero es presentado como el reconocimiento del nombre del pueblo de Israel a partir de la revelación. El libro muestra la instauración de la Ley.

Námaste Heptákis

Coletilla. El pasado lunes 12 de agosto, en las páginas del diario Reforma, Armando Fuentes Aguirre “Catón” presentó un agradable texto intitulado “Plaza de almas”, que comparto a continuación.

Él tiene 80 años. Ella 75, aunque nunca los confiesa. Cuando alguien le pregunta su edad responde con otra pregunta: «Si te la digo, ¿te saco de algún apuro?» No se lo tomo a mal: hasta Santa Teresa de Jesús, con ser quien era, se quitaba años. Era santa, sí, pero también era mujer. Ella y él son esposos. Lo son desde hace medio siglo y más. Él trabajó toda su vida en una fábrica. Empezó de obrero, y acabó -cuatro décadas después- de sobrestante. No se jubiló: lo hicieron jubilarse. Le dieron un cheque sumamente módico y un reloj de pulsera con un nombre inscrito en la carátula. No era su nombre, sino el de la fábrica. Y el reloj era de los que se compran por docenas. Al principio él siguió yendo todos los días a la fábrica. La fuerza de la costumbre, sabe usted. Se quedaba afuera, frente a la puerta principal, recargado en un poste, y miraba la entrada de los trabajadores. Un día el guardia fue hacia él y le dijo que al jefe le molestaba su presencia ahí. ¿Qué quería? Respondió que nada. No mentía, pero tampoco decía la verdad. Quería seguir haciendo lo mismo de todos los días, para que no cambiara nada. Quería ser el que siempre había sido, para no dejar de ser. Quería atar a la vida para que no se le fuera; quería atarse a la vida para no irse él. Cuando le prohibieron pararse frente a la puerta de la fábrica sintió que empezaba a morir. A nadie se lo dijo, pero sentía una tristeza rara que no podía explicar. Salía de su casa por la mañana, y no iba a ninguna parte. Regresaba al mediodía. Su mujer le preguntaba: «¿A dónde fuiste?» Él no podía contestar: no recordaba a dónde había ido. «Se te va la cabeza» -le decía ella. Yo diría que lo que se le iba era el corazón, pero eso suena cursi. Diré entonces que sí, que se le iba la cabeza. ¿Y ella? Para ella toda la vida y todo el mundo eran su casa y su marido. Con él empezó su verdadera vida, y en su casa la iba a terminar. Casi no se acordaba ya de cómo había sido todo antes de casarse con él, y ahora no concebía nada sin él. Eso sí: secretamente le pedía a Dios que él se muriera primero, porque sabía que si ella se iba antes su marido no sabría qué hacer. Sería como un niño al que se le moría su mamá. Se perdería; se volvería una sombra. Nadie lo cuidaría; estaría solo. ¿Y los hijos? Ellos tenían su familia, su trabajo, sus cosas. Andaban siempre muy ocupados; casi no los veían. Por eso, aunque sabía bien que también Dios anda siempre muy ocupado, le pedía de vez en cuando que se acordara de su viejo antes de acordarse de ella. No era mucho pedir: él le llevaba cinco años; fumó hasta que el médico le quitó el cigarro; su salud no era muy buena. ¿Qué le costaba entonces a Diosito llevárselo primero? Unos cuantos meses bastarían; un par de semanas. Lo que importaba es que él se fuera antes; que no se quedara solo ni siquiera un día. Pero ¡ah, vida! La que enfermó fue ella. Cosa de nada creyó que era aquel molesto dolorcillo en la cintura. Pero era cosa de todo, tanto que los doctores le dijeron -ella exigió la verdad- que no le quedaba mucho tiempo por vivir. Se angustió, no por ella, sino por él. ¿Qué iba a hacer el pobre cuando ella se marchara? Entonces sí se puso a rezar fuerte para pedir un milagro. Y sucedió que días después sus hijos se presentaron -todos, cosa rara- en su cuarto de hospital. Habló el mayor y dijo: «Madre: papá murió hoy en la mañana. Tuvo un infarto. El doctor piensa que fue por la preocupación de verla a usted enferma». Ella no alzó los brazos al cielo para exclamar entre lágrimas conmovedoras: «¡Gracias a Dios!» Eso sucede en las telenovelas. Dijo tranquilamente: «Gracias a Dios». Los hijos se miraron entre sí, azorados. ¿Cómo podía su madre agradecer la muerte del compañero de su vida? Lo que pasa es que no sabían que el amor tiene muchos modos de manifestarse, incluso el de pedir la muerte para el ser amado, y agradecerla cuando llega. Una semana después ella se fue. «Voy a alcanzarlo» -dijo. Fueron sus últimas palabras. Juntos estuvieron ella y él en la vida, y juntos en la muerte. Yo digo que ésa es una bendición. El amor une hasta la eternidad. Quien ama y es amado se libra para siempre de ese dolor oculto que se llama soledad. Yo le pido a la vida que se vaya de mí antes que de mi compañera, porque sin ella la vida sería muerte. Ahora que lo pienso, me arrepiento de todo corazón de no haber fumado nunca: si lo hubiera hecho, mis posibilidades de irme primero que ella habrían aumentado. Pero Dios es muy grande, y seguramente me hará el milagro de llamarme antes. Y perdonen mis cuatro lectores que me haya apartado hoy de mi habitual modo de escribir. Mañana volveré otra vez a contar chistes… FIN.

8

Había un silencio, un tremendo vacío. Adentro sólo se sentía una pequeña vibración que anunciaba la tristeza. Desde fuera llegaba, con intermitencia de grillo, una voz que haría de ese momento algo todavía más perturbador: Ella Fitzgerald, que iría colmando el silencio confirmando la partida.

 

Gazmogno

El Ocio Responsable

“El hombre maduro sabe mandar y sabe acatar mandatos.”

-Proverbio marinero

Hacer un elogio apropiado del ocio es de lo más difícil. No sé si siempre haya sido de la misma manera o si esta época prueba ser peor que todas las anteriores para ello, pero sospecho que se debe a la disposición de la mayoría de las personas para admitir un modo de vida distinto al más práctico. Cuando alguien escucha un elogio, en el más aciago de los casos, debe estar abierto a que lo que se discute tiene algo de bueno; pero vivimos en un mundo dominado por la idea de que el ocio es madre de los vicios (nunca de las virtudes), cuna del capricho, deleite de los vagos y guarida de los perezosos. Por el contrario, el trabajo duro es valorado como lo más importante de la vida, el hombre de negocios es modelo de excelencia y los más poderosos y tomados por mejores hombres también son los mejores negociantes. Evidencia de esto es que nuestra sociedad está infinitamente más dispuesta a decir que un buen hombre que hace lo que quiere es autoempleado, el objetivo de muchos, antes que admitir que es un desempleado, que suena hasta a insulto.

Mientras más dominante es el mercado como el modelo de organización de todos los asuntos vitales, obviamente también es mayor la inmersión de las personas en los negocios. Los negocios son mejores cuando son veloces, cuando son muchos, bien dirigidos y eficaces. Los negocios deben tener resultados visibles porque deben producir. El trabajo que no produce nada es inútil, y por tanto, se le toma por indeseable (apostaría a que pocos pensaron en la posibilidad de trabajo inútil y deseable). Ahora, por ejemplo, la palabra económico se usa como sinónimo de rápido y eficiente. Sin embargo, la maestría de esta técnica tiene un precio (como todo negociante sabe bien): consume el tiempo del exitoso empresario en el interés de todas las cosas que lo rodean y éstas lo alejan de cualquier pensamiento ajeno a sus negocios. Los primeros pensamientos exiliados son los que conciernen a uno mismo: es imposible conocerse bien a uno mismo sin pensar en uno mismo, pero como hacer tal cosa no produce nada, es tiempo desperdiciado desde el punto de vista práctico. Hay muchas cosas en este mundo que no tienen una buena respuesta cuando se pregunta “¿y eso para qué?” Todas ellas las desdeña el hombre práctico. El buen negociante tiene que desprenderse de la posibilidad de pensar en sí mismo demasiado, o en cualquier cosa que no sea útil. Este escrito, para empezar, ya es demasiado largo como para que merezca ser leído por un buen negociante. Obviamente, la sugerencia de que el ocio es deseable no vale la pena siquiera considerarse porque se pierde tiempo para el negocio.

Hay una consecuencia interesante de todo esto. A mi juicio, un adulto hecho y derecho es una persona responsable. Me parece que responsable quiere decir que puede responder por lo que hace y lo que dice, que puede enfrentar las consecuencias de sus acciones porque sabe por qué las hizo (hasta cuando las hace por equivocación) y, en caso de errar, está preparado para encarar el error de la que considere la mejor manera. Por supuesto, nadie puede ser completamente dueño de sus acciones porque nadie conoce el futuro; pero el responsable debe serlo en la medida de lo posible. Un hombre responsable vale tanto como vale su palabra y como vale su acción. Él es quien da cuenta de quién es, y también se da cuenta de quién es. Eso no se puede pedir de un niño porque las más de las veces hace cosas sin saber qué hace. Ya sea que interpretemos que “el impulso” lo domina, o simplemente que no tiene un juicio plenamente formado, el niño no es responsable de sus acciones porque al querer darse cuenta de lo que hace sigue sin entender bien qué pasó. Lo bueno y lo malo de sus palabras y acciones no es suficientemente evidente para él como para que tome decisiones, plenamente hablando. Resulta, pues, que el niño no puede actuar como adulto porque aún no puede juzgar y aún no puede juzgarse. El hombre de negocios, por su parte, se obliga a alejarse de pensar en sí mismo. Como ven, esto lo acerca más al niño que al adulto.

Un buen comerciante, un hombre práctico y productivo, suele actuar sirviéndose de una base para juzgar, misma que ha asumido por su educación tradicional o simplemente por el sitio en el que nació, pero no tiene el tiempo de someter esa misma base a juicio. Cualquier esfuerzo por hacer eso requiere mucho ocio. O sea, que no puede dar cuenta de sus acciones plenamente. Se ha dicho que en nuestros días la “adolescencia” se extiende por mucho más tiempo que antes, ¿no será ésta una buena razón para explicarlo? Una segunda consecuencia resulta de percatarse de que el hombre responsable “responde por sus actos y palabras” ante otras personas responsables. El adulto no puede ser responsable ante los niños; y no por desdén, sino porque ellos no entienden aquello de lo que él da cuenta. Regresando al punto inicial: hacer un elogio del ocio es responder por la vida contemplativa, pero si éste es el mundo dominado por los negociantes, tal elogio no tiene mucho sentido. El ocio es necesario para someter a juicio nociones como, por ejemplo, que el ocio puede ser indispensable para una buena vida. La negación al ocio sin derecho a juicio es parte de la tradición del negociante, es un prejuicio, y escuchar cualquier discurso que intente acabar con el prejuicio tomaría demasiado tiempo. Es una inversión inútil, y eso se nota en el hecho de que los negociantes hoy en día siguen produciendo muchísimo sin necesidad de valorar la vida contemplativa. Esta reflexión no les aporta nada.

Curiosamente, otro de los prejuicios tradicionales del negociante es que el adulto es el hombre práctico, y eso suele ser lo que se toma por madurez aunque quien tenga la supuesta edad para juzgar no se haga responsable de sus actos. En estas condiciones la vida responsable es confundida muy fácilmente por una vida infantil, porque el que juzga con este prejuicio mira la vida contemplativa y mira la vida del niño caprichoso y mira la vida del vago perezoso y no encuentra entre las tres ninguna diferencia. Como un adulto no puede responsabilizarse de sus actos frente a un niño, ¿cómo elogiar el ocio en nuestro mundo? Desafortunada o afortunadamente, supongo que este escrito sólo será leído sin desdén por los que ya desde antes estaban de acuerdo conmigo.

Sabiduría popular.

Así lo hizo Aarón, y salieron tantas ranas que cubrieron todo el país de Egipto. Los brujos de Egipto hicieron lo mismo, y también hicieron salir ranas por todo Egipto.

Ex 8:2,3

Tener fe en que la cura para un mal proviene de la fuente del que el mismo mal emana es algo muy común, si no fuera el caso no se citaría con tanta frecuencia aquel dicho que reza que un clavo saca a otro clavo, y menos se le tomaría por cierto. A veces parece que hay ciertas experiencias que muestran que la entrada de un clavo en un tabla efectivamente ayuda a la salida del mismo, en lo que no se fijan esas experiencias es el estado de la tabla una vez que ya se han extirpado los clavos no deseados.

Me perece que un buen sitio para ver qué tan efectivo es el remedio tan comúnmente visto como una panacea es el periódico, y no estoy pensando en la secciones de sociales o espectáculos, donde se nos dice quién anda con quién y cómo es que algunas personas morales y decentes hacen para olvidar sus penas de amores;en realidad estoy pensando en las diarias imágenes que vemos sobre cómo es que se pretende curar grandes males con esos mismos males.

La guerra contra el narco, ha mostrado que se pretendió curar la violencia mediante el uso de más violencia, que se pretendió borrar la mancha que dejara la sangre derramada por tanto tiempo con un río de sangre que si bien ha durado menos, no por ello carece de abundancia.

Ahora, resulta que la sangre no se borra, que deja su huella en todas partes, que hasta en el aire se percibe, por lo que es necesario tapar su aroma desagradable a como dé lugar, y la lógica de los clavos nos dice que para tapar un olor desagradable hace falta otro mucho más desagradable, o al menos capaz de hacernos olvidar el aroma anterior.

Pensando en la necesidad de olvidar el dolor y el olor de la sangre y de la pólvora que hasta ahora inundan el ambiente es que tiene mucho más sentido pensar en lo ventajoso de legalizar a las drogas. Pues hacerlo será clavar un clavo en el sitio donde ya había otro, sería curar el mal causado con un mal mayor, con un mal que nos haga olvidar el carácter maligno del pasado, y que nos haga ver con una sonrisa que todo tiempo pasado fue mejor.

Maigo