El olvido es algo que ocurre de manera un tanto involuntaria, por más esfuerzos que haga alguien para olvidar lo único que consigue es mantener en la memoria aquello que pretende dejar de lado, en ello radica la desgracia del borracho que busca sumergirse en el alcohol para conseguir que el recuerdo que lo atormenta cese por completo. Pretende olvidar y entre más lo pretende más recuerda y menos consigue deshacerse de sus dolores.
Pero al recorrer la vereda del recuerdo y el olvido en un sentido inverso nos damos cuenta de que pasa más o menos lo mismo, entre más confiamos en que recordamos algo, más fácilmente lo olvidamos y lo dejamos de lado sin que nos percatemos de la pérdida que llegamos a padecer.
En la vereda que va del recuerdo hacia el olvido el mayor riesgo de llegar al fatídico destino que significa olvidar lo trae consigo el confort. Cuando recorremos un camino por primera vez prestamos atención a casi todos los detalles, o al menos a aquellos que resultarán relevantes para no extraviarse en el momento de ir de regreso, la atención se concentra en mantener en la memoria lo más posible sobre el camino recorrido y con el paso del tiempo éste se puede considerar como algo aprendido.
Cuando ya se ha aprendido algo, es más fácil sentir la confianza suficiente como para no tener que prestar atención a cada paso o cada movimiento, pues ya se domina lo que en un primer momento no resultaba tan sencillo hacer. La confianza obtenida mediante el aprendizaje permite que lo aprendido vaya perdiendo importancia y que ésta le sea concedida a otros asuntos que son considerados de mayor relevancia sin que necesariamente lo sean.
Lo peligroso de los recordatorios es que éstos invitan a olvidar, pues en la medida en que éstos se mantienen y aceptan como puntos de referencia para llegar a algo, el olvido se va apoderando poco a poco de ese algo y los meros puntos de referencia se convierten en fines que a su vez se van quedando en el olvido dejando al caminante de la vereda perdido y sin el deseo de regresar al lugar de dónde vino, pues éste incluso se pierde en medio de los recordatorios.
Considerando el modo como se relacionan los recordatorios con el olvido, no debería extrañarnos que estos pasen a formar parte de nuestra vida cotidiana y que nos conduzcan a obscuridades similares a las del laberinto del Minotauro, en medio de las cuales resulta imposible notar qué tan perdido se encuentra el caminante que ya ni siquiera es capaz de reconocer cómo es que fue a dar ahí.
Maigo.