«Los nacidos para perder»

En la vida se nos enseña que hay que ganar y, dependiendo de la ocasión, sin importar lo que esto cueste; pero pocas veces se nos prepara para perder y una pérdida, cualquiera que ésta sea, siempre resulta difícil de aceptar. Podemos perderlo todo y perder en todo también: desde una moneda de 50 centavos hasta una propiedad de varios millones de pesos, desde un concurso de spelling bee (o deletreo de palabras) en la primaria hasta la oportunidad de obtener el trabajo de tus sueños, desde algún recuerdo bastante significativo hasta la persona que más hayas amado en el mundo; sea cual sea el caso, en menor o mayor medida, la pérdida siempre duele.

Habrá quien diga que lo material como sea se recupera, aunque eso no siempre es cierto. Puede que si pierdes una casa que te llevó toda la vida obtener, te sea imposible generar la misma cantidad de dinero que necesitarías para comprarte otra parecida en lo que te resta de vida. Ahora bien, incluso cuando lo material se recupere, no en todos los casos vuelve a ser lo mismo. Por ejemplo, no es lo mismo perder una pluma que compraste en la papelería a perder un separador de libros que te regalaron en alguna ocasión. La pluma la vuelves a comprar en la papelería y aunque no se trate de la misma pluma te sirve para escribir tanto como la otra; pero, en el caso del separador, no importa cuántos separadores te regalen, ninguno sustituirá al perdido, aun cuando provengan de la misma persona que te regaló dicho separador.

Más complicado se torna, creo yo, cuando se trata de cosas intangibles o bien irrecuperables, como son los sentimientos o pensamientos y los seres queridos. Qué no daría –supongo yo– un suicida por recuperar esos deseos de vivir nuevamente, pero no es como que pueda ir a la farmacia más cercana y preguntar “¿tiene pastillas para querer vivir?” o algo por el estilo. Muy parecido es el caso de quien muere de amor, pues aunque suene un poco cursi y hasta absurdo, tal parece que sí hay quienes mueren a causa de esto. Mi tía Genoveva, por ejemplo, era una mujer de 80 años, sin hijos y con problemas de diabetes e hipertensión que había sobrevivido a una cirugía a corazón abierto y nada de eso había podido derrotarla hasta que falleció mi tío Ricardo, su esposo y compañero de toda la vida, de cuya pérdida nunca logró recuperarse. Fue después de la muerte de mi tío que mi tía Chiquis, como todos le decíamos, comenzó a descuidarse y perdió esa autonomía que tanto la caracterizaba. Si bien es cierto que murió por una insuficiencia cardíaca, la causa real de su muerte fue la falta de ese ser a quien tanto amó en su vida, pérdida que le terminó quitando los ánimos de vivir y, por consiguiente, dejó que sus afecciones acabaran con ella.

Nadie pone en duda que lidiar con las pérdidas no es asunto sencillo y el hecho de saber esto no hace que el proceso sea más fácil, pero quizá el secreto está en no intentar recuperar lo perdido o, en todo caso, sustituirlo, sino aprender a dejarlo ir y a no aferrarnos a lo perdido a toda costa, buscándolo por todas partes como si no hubiera mañana; pues si ganar no lo es todo, perder lo es aún menos.

Hiro postal