Temo que son muchos los enamorados que, remedando años de tradición que enaltece la pasión como a una diosa, corroen su amor celándolo y extenuándolo. Se enorgullecen de su calor en estos intensos arranques e incluso los desean contra sí mismos, repudiando la templanza. Se convierten en suspicaces jueces de un compromiso de difusos límites, y confunden la confianza con desinterés, la paciencia con debilidad y la fidelidad con presencia. En su embriaguez –y en su elogio de este vino– no pueden regalarse la oportunidad de estar juntos aun siendo los dos libres, el uno del otro.