Dimas alcanzó el perdón de sus pecados unos instantes antes de morir. Padeció el mismo suplicio que Cristo, sintió las burlas de quienes acudieron a la ejecución de dos ladrones y un justo, y reconoció en el sufrimiento del justo al mesías que traía la salvación para todos aquellos que eligieran la vida justa. Dimas ya no podía enmendar sus males, como muchos de nosotros tampoco podemos hacerlo; pero alcanzó el perdón y junto con él el reino de los cielos.
Muchos juzgarán a la ligera al buen ladrón considerándolo el más indigno de salvación, porque tras una vida de tropelías y pecados, muchos de ellos seguramente mortales, alcanzó el perdón y el reino de los cielos. ¿A qué se debe la gracia especial que logra este buen ladrón?, ¿será al arrepentimiento tardío que malamente se puede interpretar como para afirmar que se puede hacer en vida lo que sea mientras haya posibilidad de pedir gracia al final de la misma? La negativa salta inmediatamente, pues la vida del buen cristiano incluye lo que se hace día a día.
Pero, el arrepentimiento de Dimas le vale la salvación, ¿por qué se salva el buen ladrón?, si nos fijamos en él será más fácil entender cómo es que consigue el perdón y la gracia. Dimas, al final de su vida defiende al justo y lo reconoce como tal, y al hacer esto ve lo que él mismo ha hecho con su vida como para aceptar humildemente el suplicio que bien se ha ganado, se sabe ladrón y se sabe perdido, y ruega al mesías por ser encontrado.
Dimas tuvo fe, vio la salvación que muchos no vemos, y al alcanzar la gracia de Dios dejó encendida la llama de la esperanza para quienes, como buenos ladrones, reconocen que lo mejor es ser justos sin importar cuánto tiempo resta de vida.
Maigo.