El espectador incauto

“Si tomas un espejo y lo llevas por los alrededores, a todas partes, pronto habrás creado el Sol y todas las cosas del cielo, pronto a la Tierra y pronto a ti mismo y a los otros animales y utensilios y plantas y a todas las demás cosas de las que hablamos”.


“Comedy is tragedy plus time!”.

Es fácil relacionar nuestras vidas con las imágenes que recordamos de la televisión y de la música. Más aún para nosotros que hemos dedicado tanto tiempo a ser espectadores de ambos. Podemos incluir también el cine y los libros. Muchas veces terminamos viéndonos a nosotros mismos como si estuviéramos inmersos en un drama pensado por alguien invisible, alguien que a veces nos sumerge en la desesperación para el deleite de la ajena audiencia, o que a veces nos da finales felices para hacer que los más cálidos corazones se reblandezcan de júbilo. A veces nos sentimos sombras en tiempos perdidos, a veces nos convencemos de que con un gran poder viene una gran responsabilidad, o hasta llegamos a pensar que una energía manando de todo ser vivo mantiene el universo unido. Todas estas imágenes, vistas, escuchadas, pensadas, adoptadas, tienen una gran fuerza que va creciendo poco a poco en nosotros. Muchas veces no notamos que ya estamos de acuerdo con lo que un personaje en alguna película dijo, y lo emulamos. Nos hemos formado con muchísimas imágenes. Los mundos en los que existen, sin embargo, siempre están acotados por la intención (conocida o desconocida) de su autor. Querer que nuestra vida tenga un soundtrack puede ser de lo más natural, pensando en la música que mejor imita la experiencia que tenemos, pero debemos cuidarnos del momento en el que se da la vuelta. Los poetas hablan en instantes del mundo verdadero, las imágenes están enmarcadas, dirigidas, principian y terminan. Aprender de la ira viendo a Aquiles, o de la compasión viendo a Bilbo, siempre trae consigo el peligro de confundir su propio carácter con el nuestro. Cuando hacemos de estos instantes lo único que guía nuestras vidas, recortamos nuestra vista, no importa qué tan lejos coloquemos los linderos. Así podemos pensar que una calamidad nos hace vivir “un drama”, y tal vez esto es un defecto en nuestro juicio de nosotros mismos. Podríamos estar viviendo en los límites que para el poeta sólo eran una visión de entre miríadas, y dejar de ser personas para convertirnos en personajes.

Compañía

Para ti, que eres  buen amigo.

Caminar no es nada fácil, tras muchas dificultades se consigue tener la deseada habilidad, es necesario mantener el equilibrio y aprender a calcular la distancia que hay entre el suelo y los pies que se levantan. Poder marchar, siempre es un logro y de ello nos olvidamos con frecuencia, nos desplazamos con facilidad y con la misma facilidad nos perdemos. A veces por no recordar nuestros pasos ni aquello que buscamos, y a veces porque nos perdemos entre memorias que no nos dejan ver lo que sale a nuestro encuentro. Cuando aprendemos a caminar, lo hacemos despacito, con miedo, siempre sujetándonos de algo, pero a veces nos aventuramos más allá de lo que podemos, y es cuando caemos y pedimos ayuda y, si somos afortunados, ésta sale a nuestro encuentro. Lo mismo pasa en la vida, caminamos despacito al principio y con algo de prisa después, y en ocasiones caemos y perdemos de vista aquello tras lo que iban nuestros primeros pasos. Caemos y nos perdemos, y no podemos evitar que se nuble la vista con el llanto amargo que corre por nuestras mejillas, es entonces que sale a nuestro encuentro el buen amigo, el compañero que con su sonrisa devuelve la luz a nuestros ojos y nos ofrece la mano para levantarnos y volver a caminar.

 

Maigo.

Anonadación

Anonadación

Please take my advice,
please take my advice.
Open up the tired eyes,
open up the tired eyes.

No comprendo la fragilidad de la vida, a pesar de verla en muchos ojos a cada instante. En el extremo de la vida, en la última etapa de la enfermedad, veo unos ojos que se esfuerzan por mantenerse abiertos, que intentan sostener con la mirada el que podría ser el último suspiro de una vida. Una mirada que se pierde en el límite de la ininteligibilidad, que desanuda los hilos de la memoria y diluye cruelmente los restos, las ruinas de la identidad. Una mirada que mira buscando la confirmación de su presencia, de su continuidad mundana, que mira para ser mirada como queriendo asegurar que aún sigue viva. La mirada fugaz que me arrebata el sueño, que llena la mía de llanto, que pone en suspenso mi esperanza… En el extremo de la desesperanza, en el filo de una juventud atribulada, veo unos ojos que se esfuerzan por negar su mirada, que intentan rehuir la presencia ajena porque sienten insoportable la propia. Una mirada que daría todo por ganar la inteligibilidad de la vida, porque las respuestas nunca le son suficientes, porque no encuentra a quien preguntar. Una mirada que ciega la inteligencia, que quiere renunciar decidida a la vida por tomarse la vida suficientemente en serio. Una mirada que me busca avergonzada, envuelta en lágrimas, gritando por la ayuda que tan fácilmente puede negar el cadalso. Una mirada suicida que me espanta, que se me presenta en sueños y me hace gritar, a la que no hallo cómo compartir mi esperanza… Se me mueren dos miradas, una joven, una anciana; una lúcida, una opaca; dos miradas que piden lo mejor de mí y ante las que lloro por sospechar que no se los puedo dar. Me miran tan frágiles, a punto de abandonar el mundo, y me dejan aquí, sin comprender nada, sin saber realmente nada, sintiéndome abandonado, irresponsable y literalmente anonadado.

Námaste Heptákis

Coletilla. A lo largo de la semana en la prensa abundaron los artículos conmemorativos de los 80 años de Gabriel Zaid. Notable desde su portada, la Revista R del diario Reforma publicó el 19 de enero un florilegio de opiniones sobre el prodigio regiomontano, de entre las cuales quiero resaltar la que a mí más me gustó. En esta ocasión el que habla es Francisco Prieto y dice:

«Si la poesía de Gabriel Zaid es luz: luz de la tristeza, de la belleza del mundo, luz del acatamiento de la experiencia que nos forma, a veces esa luz se suelta “como el espíritu fiel sobre las aguas”. Así, la obra ensayística del poeta ilumina la realidad cotidiana sometiéndola a ese sentido que reunifica todos los sentidos: el común que en épocas aciagas escapa al común de los hombres. En la claridad conquistada por Zaid desde su compromiso con el rigor y la autenticidad, la pasión de confrontar, emergen los valores últimos que nos dan la experiencia de la comunidad: el bien que apacigua nuestra alma, la verdad que nos confirma como seres que en temor y temblor dejaron atrás a la bestia primitiva, la búsqueda de la unidad que subyace a todo lo que es y el resplandor del ser que es la belleza y reconcilia en un haz de tonalidades la lucha sin fin de los contrarios.

No puedo escindir la poesía de Zaid de su pensamiento. Ambos tienen en común la pasión por iluminar el caos aparente. Su experiencia poética dominante es la luz que da sentido a todo lo que es, que por ella es. Si su poesía hace renacer en mí el amor a la vida, su pensamiento me hace presente que no todo está perdido puesto que cultos e incultos en su cercanía nos reconocemos en una naturaleza común».

Fábula sobre el amigo que se pierde

Tenían razón después de todo. El viejo lobo, el zorro, el de las mil poses, tenían razón con respecto al mundo. Había que tallarse una máscara a fin de cuentas. Había que aniquilar al otro con la ausencia de uno, forjarse un otro y malabarear el alma para no sucumbir. Había que tener una personalidad doble, triple, hacia afuera.

Y así lo hizo.

Lo que nunca le dijeron fue cómo no perderse en esa laberíntica y vacía otredad que terminaría siendo uno mismo.

Gazmogno

La Tiranía Universal

En esta misma semana leí dos ideas que, combinadas, me parecieron hacer un aterrador prospecto. La primera es que con la comprensión moderna que tenemos de la política somos incapaces de diagnosticar correctamente cuáles gobiernos son tiránicos. La segunda, que nuestra historia social progresa acercándose cada vez más al estado homogéneo y universal.

Resta corroborar qué tan verdaderas son; sin embargo, algo tienen de alarmante en su sola propuesta. Que seamos incapaces de concebir correctamente la tiranía en nuestros gobiernos no sólo quiere decir que imprevistamente pueden dominarnos, cosa que de por sí parece terrible, sino también que puede atraernos sin que conozcamos las consecuencias plenas de acercarnos a tales regímenes. Es decir, pueden controlar partes de nuestra vida en las que nos pasa desapercibido que estamos sometidos a su fuerza tiránica. Para empezar, la tiranía no reconoce la ley más allá de la que ella misma imponga según su criterio o capricho. En el caso poco probable de un tirano con muy buen juicio, se substituirá la ley por buenas decisiones a las que en cada caso le indicará su prudencia; pero es ingenuo esperar algo así. El menoscabo de la ley puede ocurrir aún teniéndola escrita, pues el constante desapego a una forma de legislar se puede dar por corrupción y por interpretación arbitraria de los códigos. Si el juez tiene el poder de actuar a capricho haciendo de cada nuevo caso una novedosa manera de acatar la ley, o de plano se le pasa por alto cuando “conviene” a quien la debe procurar, ésta es lo mismo escrita en una constitución que inválida y olvidada. Es decir, cuando cada decisión del gobernante es una nueva medida de la justicia, ésta desaparece. La tiranía es injusta por definición. En segundo lugar, la tiranía no se ocupa nunca de procurar el bien común. Los motivos del tirano pueden ser grandísimamente diversos, pero finalmente condicionan su régimen para sostenerse en ejercicios que no pretenden hacer vivir bien a quienes domina.

Si esta forma básica de concebir la tiranía es aceptable, por estas razones podríamos imaginar de dónde brota la miopía ante el surgimiento y mantenimiento de tales regímenes: tendría nuestra ciencia política que haber desdeñado la importancia de la ley en la comunidad, o que haberse desafanado de buscar el bien común, o ambas cosas al mismo tiempo. Por el motivo que sea, es un hecho que las democracias modelo de hoy confían en una felicidad que sólo podría darse con la libertad de que cada quién encuentre su propio modo de vivir de acuerdo a sus propias concepciones de bien. Ni la ley tendría más fundamento que una muy generalizada visión de los requisitos mínimos para garantizar esta búsqueda (los derechos humanos), ni sería posible que ningún estado propusiera un plan completo basado en algún bien que considerara el bien común.

La segunda idea puede desprenderse en cierto grado del bosquejo anterior. El esfuerzo moderno por progresar descansa en la confianza de que es posible, con mayor o menor éxito, consolidar regímenes tolerantes que mantengan sus propias costumbres mientras que estiman las de los foráneos con el mismo valor. Así, la libertad que se pretende no es un bien en sí mismo, sino un estado ideal en el que cada quién podría –tratando a todos los hombres por igual–, elegir qué será su propia felicidad. El bien ya no puede ser común, cada quién elige el suyo. Es evidente por qué este anhelo se inclina por un estado homogéneo (al mismo tiempo que hace de cada vida una separada del resto mucho más que en la comunidad de las viejas ciudades). Mientras más éxito se tenga en esparcir esta convicción, menos será necesario que se mantengan los límites con respecto a otros regímenes. Tarde o temprano, si todo siguiera este curso, todos los modernos vivirían bajo el mismo régimen de las mismas consideraciones: no habría ni costumbres ni tradiciones ni nada que hiciera de los grupos de los hombres algo sectario, nada que pudiera erigirse como comunidad aislada del resto de la humanidad equitativa. Así la que era tolerancia de país con país se convierte en una de hombre con hombre hasta que las fronteras sean las personas mismas.

El peligro de ambas posibilidades debería ya ser obvio, pero me siento obligado a decir un poco de él. Primero, la tiranía puede ser disfrazada de proyecto democrático, y segundo, la homogeneidad universal del estado puede ser el perfecto disfraz. Para quien es perseguido por el tirano, siempre ha habido una posibilidad (aunque sea extremadamente escueta) de alejarse u ocultarse de algún modo. Siempre se ha podido confiar en el contraste que el gobierno autoritario puede hacer con la gente de otras partes que vive vidas muy distintas. Esta distinción ayuda además a estimular el pensamiento sobre la justicia o injusticia de los regímenes. Es benéfica para el pensamiento político. Sin embargo, a una tiranía extendida a toda la humanidad, perfectamente disfrazada del único régimen posible aceptado públicamente, no hay escape. Y si fuera una mentira la felicidad que ofrece la modernidad en este estado libre, sería lo peor haber perdido todas las alternativas para formar de alguna manera aún una verdadera comunidad, pues equivaldría a condenarnos a una vida en la que ninguna felicidad es posible.

Palabra de Honor II

La diferencia entre dar la palabra y firmar un contrato es tan abismal como lo es la presencia o ausencia de lo divino.

Al dar su palabra el hombre se da a sí mismo, y ruega a los dioses para que el don otorgado sea bueno.

En cambio cuando firma un contrato, el hombre espera del otro una dádiva que condiciona su actuar, y esa transacción se paga con el olvido de los dioses, pues quien se ocupa en firmar contratos y cumplir acuerdos se pierde calculando utilidades y evitando pérdidas.

Maigo.

Días aciagos, noches inciertas

Días aciagos, noches inciertas

Although the answer

is not unknown,

I’m searchin’, searchin’,

and how I’ve grown.

It’s not all right

to say goodbye,

And the world on a string

Doesn’t mean a thing.

Vivimos ayunos de esperanza y no logramos ver por qué desesperamos. Adictos al progreso, emplazados a un gran final futuro que nunca termina por llegar –final adecuado a nuestra pretendida grandeza–, sobrevaloramos los pasos siguientes sin recordar la razones que aún nos mantienen de pie. Quizás en el terrible esfuerzo por pensar en uno mismo, en la verdad sobre uno mismo, desesperamos de la ausencia de certezas, de la seguridad que conduce nuestro preguntar a su final seguro y definitivo. Queremos el final de los tiempos, el más definitivo final, pero con conocimiento previo del juicio a realizar, de la suerte futura. Mas la desesperanza que nace de la desesperación de nuestras capacidades se funda en la confianza excesiva en nuestras fuerzas: en el poder. Nos desesperanza el poder, el poder embriagador, escéptico y aséptico, porque nos arrebata la gracia y todo lo vuelve gravedad, efecto de fuerzas, mecanismos, vida que se diluye en átomos y átomos que se pierden en el infinito vacío de los espacios silenciosos. Mas la esperanza nace del despoder, del conocimiento prudente de la propia fuerza y la prueba valiente de la propia capacidad. El despoder: la oportunidad única de la gracia que inauguró los nuevos tiempos. Quizás en el asombroso esfuerzo por pensar en uno mismo, en la verdad sobre uno mismo, reconocemos la esperanza que nos ha salvado, la gracia por la que algún día fuimos amados. Nos mantenemos de pie porque el amor nos da razones y queremos dar razones del amor, porque al amor desnuda nuestra pretendida grandeza y nos exhibe nuestra extrema pequeñez: vivimos después de los tiempos. Desesperamos porque no logramos ver que por los ayunos de esperanza vivimos.

Námaste Heptákis

Secretos de la banda. ¿Ya somos sólo un trío? Está bien que a mi amigo Gazmogno le gusta el contrapunto y tocar como a destiempo. ¿Tres semanas sin publicar, Gazmogno? Por menos de eso ya habías acusado a alguien de andar “mamando palo”… y yo sabía que le hacías al saxofón.

Coletilla. “¿No tendrían que gritar las piedras ante el sufrimiento de una niña? ¡Oh, Señor; qué monstruoso sería todo sin ti!” Jacques Fesch