Entre promesas
Que el mundo fue y será una porquería
ya lo sé…
(¡En el quinientos seis
y en el dos mil también!)
Enrique Santos Discepolo
No me gusta el día de reyes: los adultos se empoderan a partir de su cartera y los niños aprenden a fingir a partir de su interés. El día de reyes es la falsa promesa del equilibrio comercial que comienza en un niño bien portado y se expresa años más tarde en un adulto pudiente. Detrás del éxito del día de reyes se encuentra la falacia burguesa de la correspondencia del reconocimiento moral y el reconocimiento de la riqueza, mientras que realmente se fundamenta en el funcionamiento del mercado y en su capacidad para, estimulando a la imaginación, pervertir la percepción de lo real. Melosamente se piensa que el día de reyes beneficia el desarrollo infantil por promover la esperanza; visto con un poco más de inteligencia, podría notarse que dicha esperanza es la del hombre exitoso que puede lograrlo todo a partir de su trabajo, pues es una esperanza que se alimenta de la satisfacción del deseo. En cuanto a los adultos, se considera que el día de reyes les permite sembrar buenos sentimientos por el mundo, en la medida en la que pequeños regalos enternecen a los niños y favorecen su sano desarrollo; otra cosa es que esos sembradores más bien se conciban a sí mismos como inversionistas en el próspero futuro del mercado. No se crea por esto que presento aquí una diatriba contra la mercadotecnia del día de reyes, que bien llevado podría llegar a gustarme. Que los niños reciban un regalo por la realización de la esperanza de la salvación, cambiaría completamente el panorama. Que queramos dejar de estimular el progreso y sus ideales para vivir de la salvación pasada es deprimente para los más, antieconómico para los pudientes y desigual para los que van en el camino al éxito. A veces es difícil enfrentarse a las falsas promesas, pero siempre lo es más reconocer las verdaderas.
Námaste Heptákis
Coletilla. “Dios mío, ¡lo acepto todo! No quiero ser santa a medias; no tengo miedo de sufrir por Vos; tan sólo temo una cosa: conservar mi voluntad; tomadla, pues escojo lo que Vos queréis”. Teresa de Lisieux