Pocos llegan a la medianía de la vida, y al decir esto no estoy pensando en una edad determinada por las estadísticas respecto a la esperanza de vida; tampoco pienso en etapas, pues la vida humana es un continuo de modo que no vamos dando saltos entre lo que somos y lo que hemos venido siendo.
Para hablar de esperanza de vida y de etapas hace falta perder de vista lo que encierra llegar a la medianía de la vida, es necesario pensar a la vida como algo mensurable y a los hombres como unidad de medida, pero al intentar medir a la una con los otros salta a la vista la imposibilidad de la empresa.
Es muy peculiar que a pesar de lo infructuoso que resulta el intento por hacer de lo inconmensurable algo contable pareciera que nos esmeramos más en hacerlo, y creo que una buena prueba de ello es la insistencia con la que se confunde a la medianía de la vida con el número de vueltas que ha dado el cosmos. A tal grado llega la confusión que cuando se habla de hombres entrando al infierno durante la medianía de la vida se piensa en seres que han vivido unos treinta o treinta y cinco inviernos, sin ver que la medianía de la vida radica en el infierno al que se entra y no en los inviernos que han pasado y que restan por pasar.
Por su parte, quien sea dado a la interpretación de la vida como algo que ocurre por etapas pensará que el infierno que visita quien se encuentra en la medianía de la vida es en realidad alguna crisis que llega con la edad, pero quien así piensa no se percata de que la medianía de la vida y el infierno que la caracteriza llega en cualquier momento o puede no llegar nunca, para pisar el infierno es necesario primero darse cuenta del paraíso que se ha perdido, y esa conciencia no la garantiza la edad o determinadas experiencias.
Pocos hombres llegan a la medianía de la vida porque pocos se dan cuenta de lo frágil que es la misma y de lo fácil que es perderse cuando no hay claridad respecto a lo que es la virtud, muchos en cambio llegan al final de la vida sin darse cuenta de lo lejos que están del cielo y sin preocuparse en lo más mínimo de ello.