Un vago olor a cal y semillas quemadas
probar la soledad sin que el vinagre
haga torcer mi boca
Oquedad, indiferencia, fastidiosa fragilidad afable… Se conmemoran 100 años del nacimiento de Octavio Paz y la destrozada vida de nuestros días aniquila las palabras laudatorias. Donde todo es fama, poder o negocio, no hay lugar para las palabras honestas, ni para alzar la voz a la mitad del foro, ni para la ternura que palpan los recuerdos o para aquella garganta anudada en que termina el torrencial de la tristeza. Nos fallan las palabras en este mundo en que el visitante incómodo que reconoció Nietzsche ya no sólo toca a la puerta, sino que su eco lo invade todo y nos obliga a vivir a gritos. Todo se ha acabado y vivimos en la plena soledad.
Tenías razón, Octavio, de alguna u otra forma tenías razón. En más de una ocasión nombraste sin nombrar al visitante, delineaste su sombra, alumbraste en la gruta de su eco, denunciaste su brutal sutilidad, y lo mostraste creciendo tan impúdico por todos lados: en la política, en las palabras, en el arte, en la historia, en tu propio cuerpo. Pero al final, no sé por qué, Octavio, parece que te dispusiste a recibir al visitante, a sobrevivir con él y a enseñarnos, en lo posible, a sobrevivirle a él. ¿O no es acaso que perduras, Octavio, en la memoria de unos cuantos porque tú todavía respiras detrás la vida lacerante?
Cien años se cumplen del nacimiento de Octavio Paz y por mucho supera la vergüenza a la efeméride: deberíamos conmemorar avergonzados de vivir al final de los tiempos sin que, aparentemente, Octavio Paz nos haya enseñado nada. La oquedad que nos deja la ausencia de Paz torna más profunda y angustiante cuando sabemos que debemos aprender de él sin él. Sin Paz, debemos aprender a husmear los recovecos de su huella hasta sospechar un mínimo rastro. Paz, ese sol milagroso, nos lacera en medio de nuestro eclipse.
¿Acaso no vivió Octavio Paz en una oquedad semejante? Más que sabida y consabida es su preocupación por la soledad. Buen lector de Antonio Machado, Paz sabía que la vida, cual valle de lágrimas, es un esfuerzo constante por vivir juntos, por hablar juntos, por hacer con la vida palabras y con las palabras la vida. Buen discípulo de Juan de Mairena, Paz debió desdoblarse a sí mismo en cada línea para sospecharse en cada coma, perderse en cada espacio y reencontrarse en cada punto. Lector discipular de la maestría poética, Paz encontró en la literatura su hilo de Ariadna. El 23 de abril de 1943 publicó lo siguiente:
«El arte de escribir, como el arte de leer, son artes solitarios, de seres que viven en soledad. A solas leemos y a solas escribimos. Y leemos y escribimos, cuando estamos solos, para romper esa soledad, para poblar esa soledad como un diálogo silencioso. Escribo para ese solitario que me lee, no para la masa porque la masa no lee nunca: escucha, oye, pero no lee. Y ese solitario que me lee, al hacerlo rompe su soledad y rompe esta soledad mía, esta soledad que lo presiente y en la que escribo algunas pocas cosas, sin gran substancia ni fundamento, no para asombrar a nadie, ni para instruir o aconsejar, sino para sentirme menos solo, para sentirlo a él en mi soledad. Escribir es tender una mano, abrirla, buscar en el viento un amigo capaz de estrecharla. Es un intento de crear comunidad. Y nada más».
Maestro que se niega, discípulo rebelde, poeta que no dice, ensayista que no calla, profeta ateo, Paz sintetiza en las líneas anteriores la clave de su oquedad. Permitiendo a las palabras convertir milagrosamente la oquedad en arco, desplegar desde el arco una cúpula y fundar desde ella el templo de un poema en que algún día nos podamos encontrar, reconocer y sentar a platicar, Octavio Paz nos ha extendido la mano para que ahora, al final de los tiempos, perseveremos en el fatigoso intento de crear comunidad. Si en medio de nuestra indiferencia nuestras palabras todavía pueden florecer, Octavio Paz nos habrá enseñado algo: a darnos la oportunidad.
Námaste Heptákis
Recomendación. Como parte de la conmemoración de los 100 años del nacimiento de Octavio Paz, Clío TV ha realizado un documental, coordinado por Christopher Domínguez Michael, en cuatro capítulos, mismos que se transmitirán por televisión durante las cuatro semanas de este mes. Te invito, lector, a ver el documental en los siguientes horarios y frecuencias. Jueves, canal 5, 24 horas. Sábado, canal 4, 22 horas. Domingos, canal 2, 23:45 horas.
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Coletilla. “Cada amanecer nos asegura la juventud perenne de la vida; cada día que pasa nos habla de la eternidad”. Antonio Caso