Palabra que busca unos labios que la digan
que no me duela más aquel deseo,
helado por el miedo, llaga fría,
quemadura de labios no besados
[Alegoría del desengaño]
Fuensanta acudía diariamente al templo a las once de la mañana; ella sabía que a esa hora el templo estaría vacío y suficientemente fresco. Tras santiguarse, tomaba asiento en el primer reclinatorio frente al Santísimo; ella sabía, desde niña, que a esa hora los ángeles mecían suavemente las flamas de las veladoras. Al tiempo del tercer Padrenuestro fijaba su mirada en el azul de la flama; ella sabía que el azul tranquilizaba su alma trastornada. Pero ahí donde el azul a veces se transforma en rojo, en la delgada línea que delimita la fuente de la flama, Fuensanta temía mirar. Un vientecillo le acariciaba el velo; un vientecillo inquieto, como sofocado, amenazaba con consumir la flama. Sus guantes negros se vistieron de claustro para salvar la flama; el calor se filtra a sus manos, entre sus dedos, como el susurro se filtra al oído, y la estremece. A él, a él que se fue, a él el de siempre, al maravillosamente casto, hubiera querido entregarle su voluntad, hubiera querido decirle… Y la primera lágrima, la más amarga, la más reseca de las lágrimas, ahogaba la divina palabra.
[Danza de la muerte]
Un intenso rojo en que se convirtió la obscuridad abrió la puerta al día. La espalda adolorida, la respiración trabajosa, las sienes palpitantes. En Jerez, esta era la hora en que Ramón esperaba en el quiosco, velado en la sombra de la jacaranda; pero aquí, a esta hora, la calle no ofrece sosiego y el ruido ahoga sus toses. Mira en la esquina de su cuarto miserable, ahí donde reposan revueltos sus papeles. Recuerda aquellos guantes negros, los del poema inacabado. Recuerda el suave roce de su mano sobre la fina tela. Recuerda cómo al besar esa mano suspiraba en secreto “te amo” a fin de filtrar clandestino su aliento y su calor. Recuerda el aroma en sus labios tras besar las manos enguantadas, el sabor de la palabra susurrada y la resequedad de su decoro. Pasa la lengua sobre sus labios rasposos; nada queda de aquel sabor, sólo queda el sabor sofocante de la muerte que entre toses delinea un Cristo azul al que sólo atina a decir “hágase Señor tu voluntad”…
Námaste Heptákis
Recomendación. Como parte de la celebración del centenario del nacimiento de Octavio Paz, el Palacio de Bellas Artes presentará dos eventos. El primero se efectuará el domingo 30 de marzo a las 18 horas. Será un recital de poesía con la participación de Homero Aridjis, Eduardo Lizalde, Valerio Magrelli, Charles Simic, Lasse Söderberg, Wole Soyinka, Ida Vitale y Derek Walcott. El segundo será el lunes 31 de marzo a las 19 horas. Se ha programado un retrato coral con la participación de Aurelio Asiain, Fabienne Bradu, Adolfo Castañón, José de la Colina, Jorge Edwards, Enrique Fierro, Teodoro González de León, Juan Goytisolo, Hugo Hiriart, Enrique Krauze, Celso Lafer, Norman Manea, Elena Poniatowska, Alberto Ruy Sánchez, Charles Simic, Lasse Söderberg, Anthony Stanton, Danubio Torres Fierro, Hugo J. Verani, Ida Vitale y Eliot Weinberger.
Escenas del terruño. ¿Y por qué esos decididos defensores de la libertad de expresión que se dicen de izquierda no han comenzado a protestar por la censura que Pablo Hiriart hizo pública esta semana? La historia es sencilla. Fernando Escalante, en el diario La Razón, criticó la cobertura de los problemas en Venezuela que el diario La Jornada ha realizado; la directora de La Jornada ha pedido al dueño de La Razón que no se critique su línea informativa y el dueño ha pedido moderación a Escalante. La semana pasada renunció a La Razón Fernando Escalante. El pasado martes, renunció Pablo Hiriart, hasta entonces director de La Razón, argumentando que como director no puede tolerar la censura. En solidaridad con Hiriart, en la semana también renunciaron a La Razón Gil Gamés, Salvador Camarena, Elisa Alanís y Luis de la Barreda. Una censura y la renuncia de seis columnistas ha sido el precio que la exigencia de respeto a la “línea crítica” de La Jornada ha cobrado en los medios escritos. ¿Cuándo protestará la izquierda libertaria? Ya lo ha dicho Luis González de Alba, hablando de cuando lo corrieron, censurándolo, de La Jornada: en esa versión de la izquierda todos somos iguales, pero hay unos más iguales que otros.
Coletilla. “La única teoría que necesito es creer en la posibilidad de descubrir la verdad”. René Girard