Pendiente y reposando

Aquel maldito clavo descansaba en su ignorante holgura como si, además de todo, estuviera satisfecho. ¡Satisfecho, el miserable! El pobre hombre miraba su arrojada punta, como esculpida por quien, con saña y de una breve pasada, moldea la parca expresión de su venganza: una lanza minúscula, un colmillo de cazador cruel, un ponzoñoso aquijón anquilosado por la dureza de la muerte que él mismo reparte; miraba esta punta ocre, y la detestaba. ¿Qué tan fina se alzaría? Imposible saberlo, podría ser un punto perfecto, contra toda naturaleza, y no habría modo de negarlo. No había quien supiera cuánta carne había hendido. La constante presencia de ese pequeño intruso en el suelo se había hecho más y más punzante en su alma con el paso de los días. Al principio hubiera podido recogerlo y arrojarlo lejos, pero no encontró motivo. «Ya sabré…», había pensado. Ahora era muy tarde, tanto tiempo acostado en el mismo sitio había hecho que el clavo se ganara su territorio. Había conquistado con la perfidia de cien bárbaros estos cinco centímetros suyos. Su patria nadaba en óxido, su soberanía amenazaba al intruso con la muerte. Individuo traicionero, el viejo clavo. Con su tope llano invita a que uno se sienta seguro, a mirarlo como si fuera un siervo dispuesto a recibir golpes y a ocupar su plena fuerza en acatar el mandato; pero más mansa es una mina. Especialmente ahora. Aquel maldito clavo descansaba, y el hombre tembloroso no quería acercársele. Ni a él ni a la montañosa multitud de tablas y armatostes que había fijado torpemente según las confusas instrucciones. Algo había salido mal y aunque no sabía qué cosa, de que había sido así estaba completamente seguro. Su testigo y prueba era el desdichado sobrante. Ese maldito, recostado en el suelo, satisfecho por haberse rebelado y haberlo puesto todo en riesgo. Satisfecho porque cuando todo se viniera abajo, él lo vería sucumbir con la estática tensión del metal y la repugnante malicia del mezquino que peor hace con una omisión, que todo el mal que podría acumular en las obras de toda su vida.