El alfonsecuente arte de vivir

El alfonsecuente arte de vivir

y no hubo lugar a la disputa,
que suele confundir al que no sabe,
del ente inútil ―o del agua enjuta.

Mala fama se ha hecho a Alfonso Reyes. Por un lado, se habla de Reyes como un polígrafo excepcional e inalcanzable: lo sabía todo, sabía de todo, escribió sobre todo… y por ello mismo es difícil leerlo, pues ninguna institución expide credenciales académicas de “posgrado con especialización en todo bajo un enfoque multicultural y trilingüe”, ya no hay tiempo para agotar bibliotecas, ni Wikipedia nos acostumbra a una pluma prodigiosa. Por otro lado, frecuentemente se habla del gran fracaso de Reyes. Para Christopher Domínguez Michael, “la obra de Reyes está rodeada de vacío” [Tiros en el concierto, Era, 1999]. Para Hugo Hiriart, Alfonso Reyes no dejó una obra maestra que lo identifique en la posteridad; como sí lo hizo Borges [El arte de perdurar, Almadía, 2010]. Para Jesús Silva-Herzog Márquez, don Alfonso “se placía en líneas perecederas, domésticas, olvidables”, contrario a Octavio Paz, en quien no se encuentra página trivial [“Deshojar a Paz” en Reforma, 26 de marzo de 2014]. Ningún lector serio (y Domínguez Michael, Hiriart y Silva-Herzog Márquez son lectores muy serios, además de autores admirables) regatea la grandeza de Reyes, pero casi nadie hace algo más que lamentarse de su gran fracaso con los lectores de nuestros días. Gabriel Zaid ha apuntado que no apreciar la lectura de don Alfonso es un problema del lector, y que el lector se lo tiene bien merecido [“La carretilla alfonsina” en Leer poesía, DeBolsillo, 2009]. La postura más prudente sobre el caballero de las letras es la de Adolfo Castañón: “Es posible que Alfonso Reyes tenga en México pocos lectores -no olvidemos que México es un país de pocos lectores-, pero no hay ninguno que no tenga por él afecto y gratitud. El afecto se debe a que es un hombre de letras que sabe que en tiempos canallas hace falta mucha decisión para afirmar la bondad y la fraternidad. La gratitud se debe a que la obra de Alfonso Reyes encierra un arte de vivir” [Alfonso Reyes, el caballero de la voz errante, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2012]. Y quizá la gran pregunta, antes que la de su legado, su obra maestra, sus páginas perdurables o sus credenciales académicas, es por qué parece tan ajeno a nuestros tiempos el alfonsecuente arte de vivir.
Una posible respuesta a la pregunta anterior creo haberla encontrado en un ensayo escrito en Buenos Aires el 24 de enero de 1928. En La Caída [reunido en Ancorajes, Tezontle, 1951; y recopilado en el tomo XXI de las Obras Completas, Fondo de Cultura Económica, 1981], don Alfonso interpreta una reliquia de marfil que alguna vez vio en el Museo Arqueológico de Madrid. Más allá de lo ejemplar que puede ser el ejercicio hermenéutico realizado por Reyes, dado que no abundan las interpretaciones filosóficas –no historicistas, psicologistas o pretendidamente simbolistas– de las esculturas y relieves (recuérdese que Martin Heidegger prestó más atención a la “apertura de mundo” de las esculturas de Eduardo Chillida, que a lo que las esculturas mismas podían decir [El arte y el espacio, Herder, 2009]), La Caída es una puerta abierta al alfonsecuente arte de vivir. De manera somera se puede decir que en el ensayo Reyes explica y plantea la realidad de la materia en cuanto a la vida espiritual se trata. O dicho de otro modo, descubre en la materia artística el camino y la guía para superar la obcecación cotidiana que en el cristianismo se conoce como pecado. ¡Una escultura develó el pecado! Alfonso Reyes, gran helenista, ha hecho el mayor de los descubrimientos sobre el arte del espacio: nuestra experiencia de la escultura nunca será igual a la griega porque la Revelación nos ha cambiado, nuestra experiencia de la escultura es inevitablemente cristiana. Y su observación sobre el arte del espacio aplica del mismo modo sobre la realidad de la materia: la materia flota en la gracia, la gravedad es la oportunidad de la salvación. Lo cual suena mucho a las ideas de La gravedad y la gracia que Simone Weil escribiría en 1941 y que se publicaran póstumamente en 1952. La materia está caída y nos lleva con su gravedad; la gracia es la oportunidad de partir desde lo bajo a lo más superior e importante: Dios. El arte, excelencia de la materia, es lo más grave de todo; quizá por ello es el camino más accesible a lo alto en estos tiempos canallas y graves.
¿Por qué una idea tan bella no acerca lectores a Reyes? Primero, porque los críticos y escritores escamotean a Reyes las grandes ideas; pueden conceder que fue un gran escritor, pero no un gran pensador (¡no pensaba en alemán!). Segundo, porque llevó una vida medianamente tranquila con sus libros y sus amigos, y eso nunca ayuda a la fama literaria; Reyes fue conciliador, dulce y tierno, y eso no vende demasiado; Reyes hizo muchos favores, y entre los bárbaros los favores no sólo no se pagan, sino que se escamotea su reconocimiento. Pero principalmente, y en tercer lugar, porque Alfonso Reyes se atreve a leer distinto con la apariencia de leer igual, y en ello se atreve a parecer que escribe igual, aunque en realidad escriba distinto. Copio sin comentar un fragmento de La Caída para ejemplificar lo anterior: “Sentí, comprendí, que el mito terrible de la Caída de los ángeles rebeldes no era más que una figuración sentimental de la caída de la materia; es decir, del curso de los astros; es decir, de la gravitación universal; es decir, de la pesantez, del peso. Comprendí por qué la levitación o poder de suspenderse en el aire es carácter que la Iglesia admite y reconoce en sus santos. Y me pregunté, sin atreverme todavía a contestarme, sobre el sentido teológico de la Ley de Newton y sobre la depuración del dogma que pueden significar las fórmulas de Einstein”. Si nos acostumbramos a no pensar, a quedarnos en la grave superficie de la materia, a dejarnos llevar lentamente por lo que nos vaya pasando, seguramente perderemos los más bellos detalles de la vida. Si nos acostumbramos a negarle a don Alfonso la originalidad de sus ideas, si nos dejamos arrastrar por la fama, seguramente perderemos los más bellos detalles de Reyes. Leer a Alfonso Reyes debe ser aprender el alfonsecuente arte de vivir y el alfonsecuente arte de vivir es aprender a ver en cada rincón del mundo la posibilidad de la salvación.

Námaste Heptákis

Escenas del terruño. El pasado domingo, en la edición 1952 de Proceso, Javier Sicilia publicó, con motivo del tercer aniversario, una crónica de lo que ha sido, en su experiencia, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Extraigo tres pasajes importantísimos.
1. “En un país donde las diferencias son enemistades, el abrazo, el beso y la entrega de un rosario al adversario es sinónimo de traición. En vano explico a una tradición basada en el “descontón”, el insulto, la trampa y la violencia política –una continuación, por otros medios, de la violencia que nos azota– mis orígenes evangélicos y gandhianos, y mis raíces que se hunden en el lago insondable de la mística. En vano explico el acto democrático que hay en un beso; en vano los remito a la conspiratio que hay en las primeras liturgias del cristianismo, el rostro que marca, más allá del mundo griego, la verdadera democracia. El racionalismo nos ha castrado para entender la tradición poética”.
2. “Desde el asesinato de mi hijo estoy en una colisión interior. Todas mis certezas, con excepción del amor, están rotas y me niego a asumir las expectativas de nadie. Desde que se inició todo, trato simplemente de ser fiel a mi corazón y a lo que la oscuridad de mi noche interior –una extraña manera de la luz y de la poesía– me dicta; trato de mantenerme, por lo mismo, en una íntima posesión de mí, de mi libertad y de mi amor. Siento que los decepciono. Pero también siento que no me han entendido ni saben quién soy. Creo que ni siquiera me han leído y que, si lo han hecho, lo hicieron sin atención. Las expectativas y las ilusiones que proyectan sobre mí no les permiten verme”.
3. “La realidad, como lo señalamos quienes llamamos a no ir a las urnas, sigue siendo la misma. Los nuevos administradores del infierno no sólo quieren volver a borrar a las víctimas –como si su fugaz reconocimiento y la sola existencia de la Ley hubiesen resuelto el problema–, sino que la guerra, que continúa, sigue acumulándolas en un olvido ominoso. Los muertos son ahora 100 mil, el número de desaparecidos rebasa los 30 mil, y el de los desplazados es de casi 300 mil. Sobre sus sufrimientos se han hecho un conjunto de reformas estructurales cuya lógica depredadora abona al crimen.
Contra el pudrimiento y la sordera del Estado y de los partidos, contra el crimen organizado que continúa balcanizando al país y sumiéndolo en el horror, comienzan a surgir por todas partes policías comunitarias. El descontento es semejante al que hace tres años unió a la nación. Pero ahora, como antes de aquel 28 de marzo, estamos fragmentados y muchos han tomado las armas. ¿Cómo unirnos de nuevo? Esa es la gran pregunta, cuya respuesta sólo podremos darla cuando, dejando nuestras diferencias, volvamos a tomar desde abajo el camino común de la justicia y de la paz. Mientras ese día llega, nuestra vela, junto con las de miles, continúa encendida para que las tinieblas que nos envuelven no sean absolutas”.

Coletilla. “Si no sientes amor a los hombres, ocúpate de ti mismo, de cualquier cosa, de lo que quieras, pero no de ellos”. Lev Tolstoi