Ciegos y Sordos con fe

Oirán, pero no entenderán, y, por más que miren, no verán.

Mt. 13, 14

La fe en la ciencia es ciega. Quien se percata de la facilidad con la que se divulgan los cuentos más maravillosos que han escuchado oídos humanos; siempre que éstos estén respaldados por cualquier investigación llevada a cabo por hombres que portan bata blanca, no cesa de criticar tal fe.

Pero, hay algo que quizá muchos críticos de la fe en la ciencia no han notado, me refiero a su propia sordera, pues no todos los que ven la ceguera de la fe en la ciencia son capaces de escuchar a los otros porque se quedan ensimismados ante el sonido de su propia voz.

Unos quedan ciegos por ver todo el tiempo hacia afuera sin antes preguntarse cómo es que ven y se dan cuenta, y los otros sólo atienden los latidos de su propio corazón y no quieren saber de nada que les contraríe sus caprichos y deseos más irracionales. Tal pareciera que entre gritos y resplandores la esperanza de volver a ver y oír se pierde para siempre.

Tanto ciegos como sordos comparten algo esencial sin darse cuenta, ambos son viciosos en algún sentido, los ciegos carecen de la vista a causa de su confianza extrema en la luz que da la razón; los sordos, en cambio, carecen de la capacidad para escuchar y entender por su confianza en los sonidos que salen de las profundidades de su corazón.

Ambos carecen de facultades diferentes y ambos tienen fe en sí mismos y en su capacidad para entender el mundo sin que tenga que asistir a ello otro, por lo que no es de extrañar que estos ciegos sólo aspiren a guiar a otros ciegos y que estos sordos se limiten a reír sonoramente cuando los ciegos divulgan lo que ven, sin ofrecer con ello alguna esperanza para el hombre.

 

Maigo.

 

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