Burocracia representativa

A la democracia no pueden resguardarla las instituciones. Para convencerse sólo hace falta ver breves selecciones del actual debate de las Comisiones de Energía y Estudios Legislativos. Lo más discutido fue si la organización de la discusión era correcta, y eso sí lo rebatieron y respondieron y acaloradamente defendieron cada informada opinión. Ya hablando de lo que se quería discutir, cada uno de los representantes de diferentes cosas importantísimas dio su discurso como minero solitario cantando mientras pica. Cada quien dijo lo que tenía planeado, independientemente de lo dicho por otros, y cada quien se indignó en el momento planeado, independientemente de lo dicho por otros. Todos hablan mucho, nadie escucha nada, y los días de trabajo en las cámaras de representantes continúan registrándose y apilándose como capas de sal en la costa. Pero claro, después del cotorreo, cada quien votará lo que haya querido votar, cumpliéndose así la evidente participación enriquecida por la variedad de palabras (eso sí, para tener variedad no hace falta ni que concuerden unas con otras, ni siquiera que estén en el mismo idioma). Así seguirá siendo durante todo el debate y así ha sido desde hace muchísimo tiempo con muchos otros temas que conciernen a nuestra celebrada democracia. Nada de esto es nuevo. El problema es que no hay nada en las instituciones que lo impida, porque es imposible legislar que lo dicho se escuche y que lo discutido se afirme más allá de la lengua. La burocracia organiza datos, no arregla personas. La democracia no está en el organigrama de alguna institución, en los títulos de alguien que habla, ni en el orden de las participaciones; pero ningún representante de nuestra celebrada democracia repara en ello, y mejor dedica el día entero a discutir si se está discutiendo de acuerdo al orden de una hoja, o al orden de otra hoja.