La culpa unánime
Algunas unanimidades son sospechosas, no porque lo común sea el disenso, sino porque es difícil la claridad. Algunas unanimidades son sospechosas de confusión. Y de entre ellas, las que más son las políticas. Una unanimidad en la actual vida política es seguramente una confusión no confesada. Lo extraño es confesar, reconocer los propios actos, romper la regularidad demagógica y dejarnos sin elementos para orientar la evaluación del momento político. “Nunca se mintió tanto como en nuestros días”, advirtió Alexandre Koyré en Réflexions sur le mensonge, pues “el hombre moderno –el hombre totalitario- está inmerso en la mentira, respira mentira, está sometido a la mentira en todos los momentos de su vida”. Por ello, lo irregular es confesar los propios actos, pues no sabemos qué hacer ante la confesión. Por ello, cuando surge una unanimidad ante la confesión de los actos, lo mejor es sospechar de la confusa unanimidad. Hasta en la casa de los espejos hay unas imágenes más originales que otras.
Sospechosa me parece la unanimidad que expresa el linchamiento público de la diputada federal perredista Purificación Carpinteyro. Es una unanimidad sospechosa por la coincidencia de los extremos políticos. Es una unanimidad sospechosa por la convicción del problema ético que el caso Carpinteyro plantea a la política. Es una unanimidad sospechosa porque exige una superioridad moral que se elimina de base en el resto de los temas políticos que van haciendo escándalo en nuestros días.
En el lapso del último mes, por ejemplo, se discutieron en la plaza pública temas polémicos tales como: la prohibición de animales en los circos, la discriminación a las parejas homosexuales a partir de la creación de la comisión senatorial sobre la familia y la posible prohibición del grito de “Eh Puto” en los estadios de futbol. En ninguno de los tres temas hubo unanimidad. En la prohibición de los animales en los circos los extremos políticos fueron irreconciliables: de un lado se atentaba contra la libre empresa, el trabajo y la diversión familiar, del otro se atentaba contra los derechos de los animales y los niños. Cinco derechos estaban en disputa y nadie lo presentó como un problema ético, ni mucho menos ostentó su superioridad moral para discutirlo; al contrario, para la evaluación se apeló a los expertos y la aprobación se logró por mayorías. En cuanto a la comisión senatorial que promovió un panista, y en la que se desconocía la validez legal de los matrimonios entre personas del mismo sexo, nadie cuestionó el problema ético de la comisión; la derecha evaluó conveniente la comisión porque, evidentemente, conservaba la base de la sociedad, mientras que la izquierda la consideró inconveniente porque, evidentemente, minaba la libertad del individuo. Y frente a la disyuntiva individuo-sociedad que una propuesta como la del senador José María Martínez plantea, nadie encontró un problema ético, sino que con facilidad se aceptó que es asunto de preferencias y tolerancias. Que yo sepa, sobre el caso hubo una sola referencia a la autoridad moral, y no fue para afirmarla sino para negarla en cualquier caso: la demanda de la organización Agenda LGBT contra Paz Fernández Cueto por su columna del 6 de junio en Reforma. Y finalmente en el carnaval de progres y retros que se convirtió la discusión del “Eh Puto”, la libertad de expresión mantuvo a los extremos políticos en su respectivo redil, a la ética callada ante el bullicio de la grada y a la superioridad moral olvidada detrás de la camiseta verde. Si en tres temas políticos tan importantes y polémicos no se logró unanimidad, y la discusión se mantuvo con sus ritmos habituales, ¿cómo podemos explicar que el caso de Purificación Carpinteyro llame tan fácilmente a la unanimidad?
Algunos podrían decir que la unanimidad es fácil de conseguir ante la evidencia de las pruebas. Sin embargo, varios hechos políticos recientes tienen pruebas evidentes y no convocan a unanimidad alguna: Andrés Manuel López Obrador aminoró la realidad de la delincuencia en la ciudad cuando hace diez años descalificó la marcha ciudadana contra la misma; las mentadas de madre de un alcoholizado Emilio González Márquez no causó resquemor entre la mayoría de los panistas; no creo que valga la pena buscar algún ejemplo en el PRI. Otros más podrían decir que la unanimidad es fácil de lograr cuando el país se enfrenta a un caso evidente de corrupción. Pero aquí nuevamente nos desdice el pasado reciente: las ligas de René Bejarano no indignaron a los lopezobradoristas y perredistas; el PAN ha desdeñado los señalamientos sobre los “moches” que el diario Reforma ha hecho contra algún diputado de su bancada. Y en el extremo de ambos casos, la tragedia de la guardería ABC, nos muestra como una sociedad dispuesta a tolerar la corrupción y a dilatar las evidencias, antes de asumir la culpa pública por la proclividad a la negligencia que nos distingue. En la política, muy pocas cosas quedan tan claramente expuestas como para explicar las unanimidades.
Sospecho, en cambio, que la unanimidad se logró porque más que el conflicto de intereses, más que las reformas en telecomunicaciones, más que la recia personalidad de la diputada Carpinteyro, estamos ante un linchamiento: ¡hemos encontrado un chivo expiatorio! ¿Qué culpas permite limpiar Purificación Carpinteyro? Las que ocultó el Pacto por México: la imposibilidad de ponernos de acuerdo en asuntos políticos, esto es, la disolución de la vida política. Tenemos que linchar a una diputada que confiesa públicamente velar por su futuro particular, porque eso rompe nuestro pacto de normalidad: los acuerdos personales han de hacerse pasar por acuerdos públicos. Tenemos que linchar a una diputada que acepta públicamente la búsqueda del interés privado porque rompe la normalidad de la mentira política. Tenemos que linchar a quien nos muestra cómo somos para ocultarnos lo que somos. La confesión pública de Purificación Carpinteyro rompe el esquema de los tratos oscuros, de los intereses ocultos, de las mafias de poder y nos deja ante la realidad de nuestra política… no soportándolo, la despedazamos para reivindicar nuestra “superioridad” moral.
Námaste Heptákis
Coletilla. “Pecado es la estupidez superior de los expertos en realidad”. Rüdiger Safranski
Pero no comprendo Námaste. Finalmente la grabación lo que muestra es un acto de cabildeo ¿No? ¿No es esa la manera en la que se ejerce política hoy en día? Lo único malo es el «conflicto de interés». No se puede chiflar y comer pinole, y eso es precisamente lo que intentó esta diputada: gestionar leyes y negocios simultáneamente.
Tristemente me doy cuenta que tienes razón, Carpinteyro es un chivo expiatorio para intereses más poderosos. Pero como que se quiere mantener un discurso doble de separación entre estado y negocios.
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Lo dices muy bien, Mario, en tu última frase: «se quiere mantener un discurso doble de separación entre Estado y negocios». Y mi punto es señalar que en esa duplicidad de discurso en que se acepta la normalidad de la mentira, hemos llegado al momento de no saber qué hacer con la verdad. O dicho de otro modo: aceptamos de antemano que políticos y medios (y tendré que añadir que analistas y opinadores, porque si no luego me acusarán de dobles intenciones, perversas motivaciones ocultas y triquiñuelas chupacabrísticas) se manejan en el discurso público con mentiras y que en política nunca se habla con la verdad. ¿Qué consecuencia tiene ello para la vida política? Pues que ninguna indignación puede ser honesta. Por tanto, la política sólo será una negociación de intereses siempre desconocidos. Me llamó la atención el caso Carpinteyro porque su linchamiento público pretende ocultar que esa definición de política nos anda rondando muy cercanamente. El peligro de que vivamos en una política así lo muestra con claridad Koyré en el libro al que me refiero al inicio: los grandes crímenes del hombre totalitario no necesitan encubrirse con mentiras, sino que se ostentan libremente. A nombre de la ética, la legalidad y la superioridad moral se puede justificar cualquier cosa, mucho más cuando partimos de suponer que todo lo que se dice son mentiras. De alguna manera, mientras nuestros guardianes no sean privados de sus bienes, tenemos que aceptar el conflicto de interés; aunque no por ello la mentira política.
Gracias por comentar.
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