El descubrimiento de América

El descubrimiento de América

 

Y viéndose al espejo descubrió sus ropas justas por pecadoras.

 

Námaste Heptákis

Recomendación. Los gritos de oposición a la guerra en Gaza, en su mayor parte, ocultan la justificación de varias injusticias, y entre ellas reivindican un peligroso antisemitismo. Una buena reflexión sobre el conflicto en Gaza se puede encontrar en el número de septiembre de la revista Letras Libres. De manera especial te recomiendo, lector, el artículo de Gabriel Zaid, quien comienza reflexionando desde una evidencia pocas veces recordada: para compensar la injusticia del Holocausto, Europa inventó la injusticia contra los palestinos llamada Israel.

Escenas del terruño. Guardaba en mi corazoncito como la declaración más irresponsable aquella del presidente municipal de Naucalpan, David Sánchez Guevara, sobre el mal estado del asfaltado en las vialidades del municipio que administra: “así estaba cuando llegué”. Pero ahora, con una creatividad desbordante y una delicadísima sensibilidad, el secretario de Seguridad Pública de Veracruz, Arturo Bermúdez Zurita, hablando de las acciones necesarias para combatir la inseguridad –en el estado con 111 secuestrados en la primera mitad del año- afirmó: “debemos hacer una acción, nosotros (los ciudadanos), de inversión en un candado, en una alarma que ahora son muy baratas, tener hasta un perro que pueda acreditar la seguridad en la casa”

Coletilla. Hoy, en el diario La Razón, la columna de Jorge E. Traslosheros ha sido muy interesante. Se intitula “El Papa Francisco, como Chesterton”. La comparto a continuación.
Francisco se mueve como pez en el agua entre los periodistas. En su viaje de regreso desde Corea del Sur volvió a dar lecciones de buen manejo. No cabe duda, San Francisco de Sales ya lo tomó bajo su protección y Chesterton le susurra al oído. Entre sus respuestas hubo dos que llamaron especialmente mi atención.
Durante su estancia en Corea del Sur Francisco portó un listón amarillo en solidaridad con los familiares del ferry Sewol, cuyo hundimiento cobró cientos de vidas. Los deudos exigen del gobierno surcoreano una explicación satisfactoria a través de una comisión independiente. Con ellos se reunió Francisco e incluso bautizó al padre de una de las víctimas. Ya en el avión, un periodista coreano le preguntó si no le importaba que su gesto pudiera ser ”malinterpretado políticamente”.
La respuesta del Papa no requiere glosa… Dijo: “cuando te encuentras ante el dolor humano tienes que hacer lo que el corazón te pide […] piensas en esos hombres, en esas mujeres, padres y madres, que han perdido a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, cuando piensas en el dolor tan grande de una catástrofe […] soy sacerdote […] tenía que hacerme presente. El dolor humano es duro y si en esos momentos de tristeza nos mostramos cercanos, nos ayudamos mucho”. Comentó, además, que alguien le sugirió quitarse el listón porque el Papa debía ser imparcial; “pero con el dolor humano no se puede ser neutral”.
Lo cierto es que Jesús nunca fue neutral ante el sufrimiento y mucho menos indiferente… La Iglesia tampoco puede serlo. Lo más profundo y hermoso de su historia tiene que ver con su enorme parcialidad frente al dolor, lo mismo que los pecados de sus hijos con la tentación de la indiferencia. Y no se trata de buscar obispos clonados a imagen de Francisco, ni clérigos y laicos ensayando sonrisas. Sería lamentable y atentaría contra la diversidad de carismas en la Iglesia. Cada quien con lo que Dios le dé y donde lo ponga. De lo que se trata es de armonizar la mirada con el Nazareno, lo que debemos reaprender cada día desde la oración. Esa mirada reconocible por la simple razón, cuya fuerza de atracción es irresistible.
Durante la entrevista, que los periodistas centraron mucho en la persona del Papa, también quedó claro que Francisco se sabe portador de un mensaje que no le pertenece y que llena de gozo a cuantos lo reciben. A pregunta expresa sobre su creciente popularidad, respondió con un sentido del humor muy jesuita y muy cristiano: “en mi interior, pienso en mis pecados y en mis errores para no creérmelo, porque sé que esto durará poco tiempo, dos o tres años y luego a la casa del Padre”, dicho esto con un gesto entre alegre y socarrón. Algunos periodistas occidentales, adictos al mal humor, no le entendieron y afirmaron solemnemente que al Papa le quedaba poca vida. ¡Vaya descubrimiento en un hombre de 78 años! Su popularidad, agregó, la vive dando gracias a Dios porque se sabe, como obispo, pastor del cual se vale Dios para “manifestar muchas cosas”.
Francisco señala con su testimonio dos virtudes necesarias para anunciar el Evangelio en medio de la cultura del descarte: no se puede ser neutral ante el dolor y, para lograrlo, es bueno no tomarnos muy en serio. Ya lo dijo Chesterton: “Los ángeles pueden volar porque se toman a la ligera”.

Quien no fue rey

Luotimo, el viejo, había sido voz en la comunidad toda su vida. Un día, un joven se enteró de que el padre de Luotimo había sido uno de los líderes del pueblo y que fácilmente su hijo habría podido asumir ese puesto a la muerte del señor hacía medio siglo; pero en vez de eso, lo había rechazado voluntariamente. Al escuchar estas desconcertantes palabras, sin perder tiempo el joven buscó en su casa al viejo y demandó tan pronto lo vio: «Luotimo, quiero saber por qué cuando pudiste ser líder de todos nosotros, rehusaste el cargo, si esto que he escuchado es verdad». El anciano preparó el té y esperó, según su costumbre, a que éste estuviera listo para que ambos bebieran. Entonces le respondió: «hacía ya mucho que no escuchaba esta pregunta, y sin embargo, nada ha cambiado demasiado. El tiempo invita a pensar que el mundo sigue siendo el mismo que siempre ha sido. ¡Qué difícil es ceñirlo mientras se mira tan alto como ven los reyes y señores! Miran tanto tiempo el brillo dorado en las nubes que olvidan las caras de los suyos. Verás, cuando era como tú y no se había adelgazado la carne de mis manos, tuve un sueño. Sólo los dioses felices pueden saber ahora si fui o no engañado como Agamemnón. Soñé con el Rey Ciro y una mesa amplia llena de manjares. Soñé música que ya olvidé y que todavía hoy me inflama el pecho. Soñé risas, riñas y el calor de cercanías. En mi sueño, Ciro estaba entre sus huestes y comía con ellas, tomando de la mesa el mismo pan. Fuera de la tienda todo era árido. Yo miraba al rey desde lejos, y aun a mi distancia escuchaba a la perfección cuando uno de sus parientes se acercaba desafiante donde él. ‘¿Qué haces, Ciro? –le preguntaba con escarnio en los dientes– ¿comes en común con el vulgo? ¿Será que rehuyes de la sazón de las comidas palaciegas porque tu paladar es débil? ¿O es que no sabes que lo justo es que cada quien coma con sus iguales?’, todo esto lo escuchaba yo muy bien, pero cuando Ciro respondía yo no alcanzaba por entero a hacerme de sus palabras. Me acercaba entonces, hasta oír lo que quedaba de su contestación. ‘Un buen gobernante –le decía–, puede diferenciar lo justo y lo bello’. Desperté para anunciar la decisión por la que inquieres hoy». El joven se fue antes de terminar su té, y Luotimo derramó el resto en la arena cuando se había enfriado.

Indolencia

Veo su amor en el lugar donde se encuentra,
y veo el dolor que ese amor trajo consigo,
veo sufriendo a quien siempre ha sido amigo
pero, oigo gritos que de esa visión me alejan.

Nadie expresa terror o condolencias,
sólo hay ruido de insultos y de fiesta,
es el ruido que ensordece mis oídos,
es el barullo que del amante me aleja.

Los espacios infinitos se han cerrado,
¡gloria y honor gritan algunos!
pero, no dejan de ver de lejos al sufriente,
y lo dejan sólo en el madero agonizando.

Ya no veo el puente que une al cielo con la tierra
ya no veo al madero sosteniendo a quien se entrega,
ya no veo y ya no oigo … el silencio se ha impuesto
como fiesta y el ruido me sumerge en la indolencia.

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Amor de vida

Amor de vida

 

Revisitando el poema “Las almas de los viejos” de Constantino Petrou Cavafis.

 

Dentro de sus cuerpos desgastados
habitan las almas de los viejos.
Son lamentables las desgraciadas,
y se aburren arrastrando quejos
por su triste vida hastiadas.
Mas temen perderla, la aman…
almas confusas, contradictorias,
que tragicómicas se agazapan
en sus envejecidos pellejos.

 

Coletilla. Ahora que entre los intelectuales enterados está de moda el tema de la desigualdad al estilo de Thomas Piketty, vale la pena reiterar que la desigualdad es casi tan natural como las diferencias de aptitudes para realizar el trabajo, valga como ejemplo la siguiente historieta de Armando Fuentes Aguirre “Catón”:
En cierto pueblo había un matrimonio de comerciantes. Él tenía su tienda; ella la suya. Un día el señor llegó a su casa muy contento y le dijo a su esposa: «¡Vendí tres colchones y una docena de calzones de mujer, y me gané 500 pesos!» «Bah -contestó ella, desdeñosa-. Yo con un solo colchón y sin calzones acabo de ganarme mil».

Cosméticos para oradores

Es muy interesante observar cómo aprenden los niños. Con atención, pronto se da uno cuenta de que no sabe cómo sucede por más que los siga viendo. Por supuesto, uno se percata de que imitan lo escuchado y lo visto, de que en sus oraciones delatan relaciones curiosas que encuentran entre las cosas, y otros detalles por el estilo; pero por más que uno haga analogías con esponjas o tablas de cera, no se ve ni el agua llenándolos ni los caracteres imprimiéndose. Uno los ve a ellos, y dicen y preguntan y aprenden. Luego, con más atención, uno se percata de que no es muy diferente cómo uno mismo aprende de lo que está viendo en los niños.

Preguntas tenemos todos, y por lo general son muchísimas: la mayoría son preguntas vagas, y algunas poquitas claras. Parece que hay un sentido en el que aprender es un modo de respondernos preguntas, especialmente sobre las cosas que nos interesan. Pero no todo lo aprendemos igual y muy congruentemente, no todas nuestras preguntas son del mismo tipo. No es lo mismo interesarse por la astronomía y aprender los ciclos de los astros, las mediciones de sus movimientos, las causas de los colores nocturnos; que interesarse por otra persona y querer conocerla, saber sus hábitos, compartir en conversación, etcétera. No son la misma clase de preguntas las que nos invitan a curiosear en ambos casos (si las invirtiéramos, de pronto andaríamos queriendo saber la circunferencia de la cabeza de alguien y qué cosa le hace bien al Sol).

Las personas que saben mucho de cierta área suelen inclinarse por usar muchos tecnicismos (palabra fea que implica tramposamente que las palabras comunes y corrientes no tienen nada de técnico), y estos nombres que suenan tan extraños a los novelesparecen haber surgido de preguntas que ya se han respondido. Por decir, puede pensarse que ya no hace falta más búsqueda de qué es el corazón una vez que uno conoce bien qué es el mediastino, el pericardio, los músculos auricular y ventricular, y cosas como ésas. He notado que el uso extendido de tecnicismos es favorecido especialmente por gente que piensa que el lenguaje vive en dos mundos, más o menos como si fuera un niño: el mundo de los juegos, las bromas y el relajo, donde todo lo que hace es liviano y puede decir con metáforas lo que se le antoje porque nada tiene el severo peso del protocolo; y aquél otro, muy solemne, lleno de miedo por expresarse como debe ser y por seguir los pasos de la tradición bajo la espada que decapita al errabundo. Lentamente (¿o será más rápido?), el lenguaje técnico parece apropiarse del lenguaje de quien publica en artículos de importancia y se comunica con los defensores de la verdad. Por supuesto, la mayoría de las personas ven aquí a los científicos. Tiene tal grado de detalle cómo han pulido cada término, que ya no hace falta volver a preguntar nada sobre él una vez que se ha leído y comprendido su significado. El avance está prometido porque no se pierde tiempo nunca más con las preguntas que ya antes se han hecho. El progreso ha sido servido.

Creo que el que sale perdiendo con esto es el recién llegado. El orador experimentado ya tiene puesto su podio, tiene colgados banderines atractivos de colores sobre su cabeza y su salón acústico además está reforzado con micrófonos y bocinas para entumecer a los oyentes. El que acaba de llegar no tiene de otra que sentarse a oír. Él se tiene que aprender las palabras del orador casi como mantras. Él es quien aún tiene preguntas y busca aprender. Si de cierto modo casi todos somos recién llegados, en este mundo de oradores tanto tecnicismo podría darnos en la torre a todos. Que conste que no estoy diciendo que sea malo por técnico, ¿pero no será exceso usarlo para aprender? Un tecnicismo, por pretender responder una pregunta, ya cuenta con una perspectiva que podría pasar de largo el que la encuentra por primera vez. «El Medievo», lee un novato, y al repetirlo corre el riesgo de creer que tiene en su boca una época. «Romanticismo», lee otro, y puede pensar que está nombrando una corriente de pensamiento. Un descuido y el que usa el tecnicismo ya se comprometió con todo lo que esconde. Además se pueden usar a diestra y siniestra sin problema, ocultando un hueco peligroso y haciendo las veces de mucha sapiencia de quien ni siquiera se ha planteado las cosas que está diciendo. Los discursos que promueven nuestros programas de educación están repletos de frases como «indicadores transversales», «democratización de la productividad», «tasa de victimación»; pero no contienen discusiones sobre sensatez, paciencia, prudencia (que hasta suenan ridículas en este contexto). ¿No será que asumir que sólo es serio el tipo técnico de discurso sea muy perjudicial para la educación? Después de todo, si de verdad tenemos las respuestas a todas las preguntas, ¿por qué están las cosas como están? ¿O en serio se piensa que es cuestión de tiempo? ¿Es mejor dar por sentado que nada que no se pueda medir y contar con encuestas vale la pena para juzgar qué tan buena educación tenemos?

Con la gente en general y con nuestros amigos en particular, solemos ser muy serios cuando juzgamos que algo tiene importancia, y eso no quiere decir que lo serio sea igual a lo técnico. ¿Apoco admitiríamos que no son importantes las cosas que se aprenden por la amistad? Podemos ir ahí para ver esto; pero la verdad es que no hace falta. Con escuchar a algún joven fantoche presumido usar sus tecnicismos para apantallar basta para ver el riesgo de su vanidad (o a uno viejo, que da lo mismo). ¿No será este exceso, en el que confundimos lo técnico con lo serio, un síntoma de haber vivido tanto tiempo confundiendo lo científico con lo verdadero? Si lo es, hay muchísimo que preguntar todavía. Puede ser que más nos valga empezar tan pronto como podamos a hacer preguntas en serio importantes.

Los buenos tiempos

Los buenos tiempos

País próspero y galante
el que auguran los expertos,
de dinero rebosante
y adornado con sus muertos.

Ya lo dijo el Presidente:
asegurado está el sustento,
solo ser sobreviviente
y no contarse entre los muertos.

¡Celebremos nuestra suerte!
Un futuro de buenos fastos
rebosante en buena gente;

un país gobernado por el narco,
un país infestado por la muerte,
que se nos ocultará por todos lados.

 

Námaste Heptákis

Escenas del terruño. Antonio Attolini, uno de los dirigentes más visibles del movimiento #YoSoy132, se sinceró el pasado 12 de agosto y, según publicó el diario Reforma, lamentó que la inercia tradicional de los movimientos sociales en México impidiera la traducción del movimiento en una nueva forma de organización o que, como también dijo, la falta de visión de los integrantes del movimiento los haya sumido en un asambleísmo anquilosado. Lo mismo les había advertido Enrique Krauze el 27 de mayo de 2012 en su artículo “Un partido para los jóvenes”. Otra cosa es que desdeñaran al historiador mexicano por ser “un pensador de su tipo”, “un hombre de instituciones” y “un escritor de derecha”; por puras descalificaciones, pues. Eso sí, los pejistas usaron el movimiento hasta desgastarlo y después, como siempre, repartieron culpas.

Coletilla. En estos días de antisemitismos fáciles, simplones e irresponsables, se agradece la sinceridad de un hombre como Arnoldo Kraus, quien el pasado 10 de agosto publicó en El Universal su artículo “Ser judío”, artículo de lectura indispensable que comparto a continuación.

De mis padres heredé el Holocausto. Por ese legado aprendí a vivir sin más familia que mis padres y hermanos. Casi todos los posibles Kraus y Weisman fueron asesinados en Polonia. Todos eran muchos: sin nazismo yo hubiese podido jugar en la calle con algunos primos y gozar las festividades con familiares cuyos apellidos hubiesen sido los míos. En casa aprendí los sinsabores del destierro, las lacras de abandonar hogares, escuelas, amigos y el concepto “ser judío”.

Abandonar todo por la fuerza arruina la vida. Ser despojado del pasado, de la historia, de las tumbas, e incluso, en el caso de mi padre, del uniforme del ejército polaco, hiere. Dejar de ser quien eres, no pertenecer más a la tierra donde tu madre y tu abuela parieron, no pronunciar el himno del país que te vio nacer, y esconderte en bosques o chiqueros al lado del calor de los cerdos para enterarte, una vez que terminó la guerra que de todos los tuyos, el único superviviente fuiste tú, siembra heridas imperecederas.

En la casa paterna aprendí también la infinita gratitud hacia México. En la calle, en la escuela, y en la organización judía “de izquierda” a la cual pertenecí durante mi infancia y juventud, entendí ideas fundamentales como solidaridad, compasión, empatía. La pobreza era uno de los temas de esa organización. Por eso conocí el Valle del Mezquital. Ahí comprendí la crudeza de la vida y la responsabilidad hacia el otro. En esa organización discutimos el concepto de identidad, entuerto perenne para los judíos, y sus posibles implicaciones.

Los izquierdistas “de corazón” proponían dos caminos: o te asimilas y luchas desde la izquierda por México o te vas a vivir a un kibutz, a la postre, el mejor ejemplo de socialismo sano. Los izquierdistas “no tan izquierdistas” zanjamos sin problemas el intríngulis de la identidad: no existía conflicto entre ser mexicano y judío. Al contrario: ambas condiciones se retroalimentaban.

La “conflictiva judía” —el término es mío—, emerge cuando el ambiente se satura de clichés antisemitas y le recuerdan al judío que es judío y a los no judíos les aviva el atávico concepto de que los judíos son los responsables de todos los males del mundo, empezando por su supuesta adicción para matar y beber la sangre de niños cristianos (recomiendo leer El reparador, de Bernard Malamud), siguiendo con la idea, repetida hasta el hartazgo de que los judíos son los dueños del mundo (en la actualidad hay mil 300 millones de musulmanes, muchos con petróleo y 13 millones de judíos incluyendo a los israelíes), sin olvidar el culmen del antisemitismo, el líbelo Los Protocolos de los sabios de Sion (1902), traducido y reeditado más veces que el mejor libro de literatura.

Hoy la red y la opinión pública, a raíz del tristísimo enfrentamiento entre Israel y Hamas, se ha saturado nuevamente de imprecaciones contra los judíos. Israel es el actor más visible de la “conflictiva judía”; el resto son todos los judíos del mundo. El judío, sobre todo el laico —yo soy laico—, sólo es consciente de ese conflicto cuando se lo recalcan. En el israelí no fanático su ser judío se multiplica cuando el islamismo pretende borrar a su país del mapa.

Ernesto Sábato, escritor, no judío, admirable luchador social, definió con cordura lo que yo denomino “conflictiva judía”. En Apologías y Rechazos, en el ensayo, “Judíos y Antisemitas”, escribe “Como bien dice Sartre, el antisemitismo es una pasión, pero ningún antisemita admitirá que procede sino por razones. No obstante, y violando el principio de contradicción… el antisemita dirá sucesivamente —y aún simultáneamente— que el judío es banquero y bolchevique, avaro y dispendioso, limitado a su ghetto y metido en todas partes. Es claro que en esas condiciones el judío no tiene escapatoria. Cualquier cosa que diga, haga, o piense caerá en la jurisdicción del antisemitismo”.

Lo que hoy sucede en Gaza y en Israel es terrible. Condeno el exceso del ejército israelí y la matazón de gazatíes, cuya responsabilidad comparten los islamistas de Hamas. Me duelen por igual todos los muertos. Cada muerto es una vida truncada y cada niño debería ser como un hijo propio. Todo fanatismo enferma, todo fanatismo destruye. Detesto a los ultras de ambos mandos, aunque, paradójicamente, entiendo sus sinrazones: el odio alimenta todo.

Por mi pasado, por ser transterrado, porque simpatizo con el dolor de los deudos, porque comprendo la humillación de los palestinos, quienes, al igual que mis padres perdieron sus hogares, favorezco la creación de un Estado Palestino independiente, libre de israelíes y de Hamas. Lo que no entiendo es la adicción hacia el antisemitismo y el regodeo antijudío en las redes debido a la interminable guerra entre israelíes e islamistas.