Las nubes del progreso

Las nubes del progreso

En los charcos, a veces,
las nubes se fracturan.

Las buenas personas escasean por el mundo. Y no lo digo en un sentido denigrante o pesimista. Digo que literalmente escasean: ahorran su paso por el mundo evitando dilapidar todo lo que no contribuya al progreso. No digo que las buenas personas escaseen por el mundo porque su número sea reducido; al contrario, el mundo está colmado de buenas personas que escasean. Tampoco digo que las buenas personas escaseen por el mundo queriendo indicar que cada vez van siendo menos, pues en realidad cada día son más en menos lados. Las numerosas buenas personas escasean por el mundo ahorrando en la mezquindad del progreso. Sin escasez no hay progreso. Las buenas personas escasean por el mundo para progresar. Por ello, para ser buena persona, hay que trabajar apuradamente, superarse consecutivamente, hacer de la vida un artefacto para salir adelante y hacerse a uno mismo escaso por el mundo y pudiente para el porvenir. Las buenas personas son máquinas de supervivencia.

En Las buenas personas (Alfaguara, 2013), el joven novelista israelí Nir Baram [Jerusalén, 1976] muestra detenidamente la articulación interna de las máquinas de supervivencia que necesitan ser los hombres que aspiran a ser buenas personas. Estructuralmente, la novela es ordinaria: principio, medio y fin, que se corresponden con sus tres partes. Narrativamente, el escritor da muestra del dominio de su arte y nos conduce a cabalidad hacia la confluencia de dos historias que tienen por trasfondo la Segunda Guerra Mundial, mostrando la topología espiritual de las buenas personas en sincronía con los malos tiempos y la débil conformación de la Historia en la siempre incierta vagancia de las vidas esforzadas. Magistralmente, produce con tal complejidad a sus personajes que el lector vaivenea entre una afinidad y una antipatía persistentes aunque volubles que, como en la vida diaria, cohíben el juicio perentorio sobre las personas. Una novela donde todo se mueve de tan constante manera que simula el artificio de la vida moderna al tiempo que exhibe la miseria del oropel artificial. Una novela que es como un reloj de funcionamiento perfecto y elegante, pero que por hora nos da la disfunción total y deprimente. Una imagen perfecta del movimiento eterno… pero a fin de cuentas vano.

Si Guerra y Paz es la visión completa de la condición humana que se opone a la comprensión moderna de la Historia, y El hombre sin atributos es la exhibición más grotesca e insatisfactoria de la crisis de la cultura moderna (quizá junto con Dostoievski y Akutagawa, Musil es el único que logra explorar literariamente la gruta de nuestra crisis y por ello no es exagerado calificar su obra de grotesca; lo insatisfactorio, por otra parte, viene de la crítica a la sensualidad burguesa que se trasluce en sus páginas [casi nadie ha considerado que la visión del placer sensible en Musil antes que provenir de Nietzsche {“Yo amo el bosque. En las ciudades se vive mal: allí hay demasiados fogosos”, Así habló Zaratustra, I, 13} proviene de Santo Tomás de Aquino vía Chesterton, principalmente una afirmación tomista en Suma Teológica 2-2, 142, 2, cuyo sentido es inquietantemente parecido al de la frase nietzscheana citada arriba]), Las buenas personas es la visión menos satisfactoria de la necesaria incompletitud de la Historia, de la crisis normalizada y de la inviabilidad de la salvación. Ni la esperanza poética de Tolstoi, o el amparo en la moderación de Musil, son posibles en Las buenas personas, pues la modernidad ha vuelto escazas a la poesía y a la moderación. Y a pesar de todo, Las buenas personas no es una novela nihilista.

La historia narrada por la novela puede resumirse sencillamente. Cuenta el camino de dos personas que se han de volver buenas personas. En primer lugar, nos presenta a Thomas, un alemán de clase media baja que trabaja afanosamente para una empresa transnacional de publicidad y mercadotecnia; un hombre dedicado al trabajo y un empleado exitoso hasta que las dudas morales lo desencaminan del rumbo de las buenas personas, sin que por ello pueda algún día dejar de ser -al menos un poco- una buena persona. En segundo lugar, nos presenta a Aleksandra, una joven rusa que por las peripecias de su vida asciende en la burocracia soviética hasta lograr especializarse en la obtención de la confesión forzada y los manejos turbios de la política del comunismo soviético; una muchacha sencilla que crece para revisar su pasado desde la exitosa perspectiva de las buenas personas. El desenvolvimiento de la historia se constituye en un peregrinar hacia un final común en que confluyen los caminos inversos del éxito y el fracaso, de Berlín y Leningrado, en Varsovia, la “Endlösung der Judenfrage” y la muerte. La historia de la novela se desenvuelve como un peregrinar no judío del exterminio judío, del peregrinar del hombre moderno como aquel que ya no tiene promesa alguna, del peregrinar que es la Historia, pero la Historia que no puede ir a ninguna parte.

Y la Historia no va a ninguna parte porque es un lenguaje primitivo que habla en la sangre; algunos la descifran analizando la sangre, otros asimilando el lenguaje, todos, en fin, hablando el lenguaje de la sangre. Porque la Historia, como la sangre, no se descifra: “todos desgarran con los dientes un pedazo de historia para pavimentar con él el camino que les lleve a su propia reparación”. La Historia es el intento continuo de superar el pecado, de liberar las culpas, de normalizar el acto sangriento con que se escribe; mas donde no hay pecado, donde ya no se pueden liberar las culpas, la sangre es el único medio de reparación: la reparación de las buenas personas. Ser buena persona es fincar el progreso en el acto sangriento. La Historia habla el primitivo lenguaje de la sangre porque escribir la Historia es desgarrar la vida, desperdigar la sangre, usarlo todo para la propia reparación. La Historia es la historia de la escasez, y la escasez siempre nace en un acto sangriento. El progreso necesariamente nos aniquila…

Sin embargo, llevar la vida como un acto sangriento no es igual a llevarla como un actuar sin meditación. Si bien la Historia siempre es una interpretación, un acto injusto y arbitrario para la propia reparación; la acción en la Historia no es la propia del ser-resuelto. La miseria del éxito de los “buenos” nazis y comunistas soviéticos que pueblan la historia es el modo dramático por el que Nir Baram nos muestra la principal limitación de quien explica la vida práctica como una continua circunspección insuficiente: tan “buenas personas” eran los nazis y comunistas soviéticos que debían subordinar su voluntad al decreto. La imposibilidad de la prudencia clásica que inventó la filosofía alemana conduce al desconocimiento pleno del sentido de la voluntad. Nada ha estado tan cerca de pensar la voluntad en plenitud como la filosofía alemana, pero su proximidad es lejanía, su pensamiento yerro, su voluntad porfía…

Semejantemente al error alemán, la filosofía inglesa, con su escepticismo y su productividad tecnológica, con su utilitarismo, su axiología y su casuística, yerra al conceptualizar la acción. Los “buenos” burgueses viven igualmente la miseria del éxito cuando creen liberada la voluntad tras la extinción del decreto. La libertad ontológica que inventó el mundo moderno es la construcción que asegura el infierno por venir tras rechazar la libertad religiosa. Aspirar a ser libres declarándolo uno mismo es tan fantasioso como exitosa es la mercadotecnia. Y así como la mercadotecnia exige la esclavitud de la voluntad, la libertad moderna impone una personalidad servil: ser felices declarando la libertad, a pesar de ser una libertad de esclavos.

Ni liberalismo ni totalitarismo en Las buenas personas; ninguno de esos caminos es posible; ambos son modos de desgarrar la Historia, actos de sangre, progreso… Totalitarismo y liberalismo son imposibles porque no comprenden la voluntad humana. Y no comprenden la voluntad humana porque no distinguen su origen, porque no entienden la vida como un peregrinar (statu viatoris). De ahí que, implícitamente, el papel principal de la novela lo lleve el pueblo judío, tanto el que fue exterminado por nazis y comunistas soviéticos, como el que vagó por el desierto en busca de la tierra prometida. La clave la ofrece el autor cuando muestra el absurdo de quien confía en el imperio de la voluntad: actuamos a pesar de nuestras intenciones. La voluntad es posterior a la acción. Actuamos a partir de un decreto; juzgamos la acción a partir de la voluntad; pecamos cuando discuerdan voluntad y decreto. “Cumpliremos todas las palabras que ha dicho el Señor”… “Haremos todo lo que ha dicho el Señor y le obedeceremos”… “Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha concertado con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras”… No es de extrañar que el peregrinaje del pueblo judío inaugure la Historia como un acto de sangre, ni que la imposibilidad de cumplir la alianza respetando la Ley haga del progreso un baño de sangre.

Progresar, sobrevivir, hacerse buena persona, es buscar modos de desobedecer la Ley. La Ley se desobedece negándose, escaseando, progresando. Las buenas personas que escasean por el mundo van colmándolo todo de sangre, de charcos de sangre, sin que esa sangre sea ahora un sacrificio, sin que ese colmo sea ahora dichoso, sin que ese mundo sea ahora para ellas, sin que lo bueno les haga bien, pero haciéndose con los bienes un desgarre de lo bueno. Se puede sobrevivir entre desgarres, salir airoso de ellos es superarse a uno mismo, escasearse a los demás, hacerse buena persona, y todo ello no tiene nada malo… porque finalmente no tiene nada.

Námaste Heptákis

 

Coletilla. El pasado jueves 31 de julio, en el diario Más por más, el escritor Felipe Soto Viterbo, autor de Verloso, una de las cinco mejores novelas mexicanas de la primera década del siglo XXI, publicó “Los chistes que vamos a extrañar en el futuro”, que comparto a continuación.
Como en redes sociales todos somos moralmente superiores, intentar un chistecito de la vieja escuela es meterse en problemas. Despidámonos de estas categorías de chistes.
Los de animales: los animalistas se enfurecen si se usa a un animal para el humor. Las pobres bestias ya no salen en los circos y se están extinguiendo. El león ya no es el rey de la selva porque vive en la sabana y ya nadie se escandaliza por las groserías de los pericos.
Los de abogados: cualquier chistecito con abogados siempre sale caro.
Los de borrachos: son condenables por la frase discriminatoria: “¡Vieja, ya llegué!”, porque fomentan el consumo de bebidas alcohólicas, porque las bebidas alcohólicas se mezclan con refrescos azucarados, porque reiteran el estereotipo del macho y porque las cantinas y pulquerías ahora están llenas de hipsters.
Los crueles: todos los que empiecen con: “estaba una persona ganando el salario mínimo…” deben ser censurados por excesivamente crueles. Aquí algunos finales: “…cuando Mancera quiso subirlo a ver si así aumentaba su popularidad”, “…cuando el que pone los salarios mínimos lo gana 115 veces”, “…cuando se piensa que con 6 mil pesos se puede vivir dignamente.”
Los de gallegos: imposible contar ahora una anécdota de gallegos sin que la comunidad de Galicia acuda a Derechos Humanos a levantar una queja por discriminación. (“Joder, se ve que ya las levantaron todas”, dicen cuando entran y ven el piso limpio).
Los de hombres: el estigma dice que los hombres somos simples: bebemos cerveza, vemos futbol, tenemos mamitis y usamos a las mujeres como objetos. Eso no es verdad: estoy seguro que los hombres tenemos otras dimensiones. En cuanto las encuentre, les digo.
Los de hipsters: ningún hipster acepta que lo es, pero cuentas un chiste sobre hipsters y de pronto tienes a jóvenes con lentes de armazón y ropa desajustada enojados como si les quedara el saco. Bien raro.
Los de mujeres: las feministas dicen que los chistes sobre mujeres bobas y fáciles apuntan a un estereotipo que debe desaparecer… Por fortuna, Ninel Conde sabe reírse de sí misma.
Los de negros: desde el momento en que, por respeto, los chistes comenzaron con “estaban dos afroamericanos…”, se murió el chiste.
Los de Peña Nieto: tener un Presidente que llegó al poder por guapo, sin haber leído tres libros y casado con una actriz de telenovelas hubiera sido mejor como chiste…
Los de Pepito: dentro de poco ya no tendrán sentido: “A la maestra se le salió una chichi en el salón, pero Pepito no la vio porque estaba jugando con su iPad”.
Los sexuales: el sexo empezó a dejarnos de dar risa cuando el porno dejó en claro que ni la tenemos tan larga, ni tu mujer está tan buena, ni duramos tanto, ni lo tenemos tan fácil.