Esperanza y responsabilidad van de la mano, si una muere la otra desaparece; la primera en extinguirse apaga la llama de la otra y la última deja un rastro de tristeza, desolación y silencio. Sólo quien espera en el otro cuida de él, le responde cuando es llamado, y se preocupa por lo que dice con cada uno de sus actos; y sólo quien responde ante el otro por lo que dice o hace muestra su confianza en el mismo, y en su capacidad para entender o para reconocer que no entiende.
Así pues pensar a la esperanza como independiente de la responsabilidad, y a la inversa, tiene como consecuencia la disolución del diálogo: no tiene caso mostrarse mediante el habla cuando se tiene como supuesto la invalidez de la palabra, y tampoco tiene caso oír al otro cuando se desconfía del mismo o de la respuesta que dé cuando se le cuestiona por lo que es.
Hablar sin esperanza y escuchar sin esperar respuesta nos sumerge en dos silencios diferentes: el incómodo, que es el de quien no tiene más que encontrarse con el vacío que inunda su alma; o en la querella inútil, que no tiene más finalidad que ocupar el tiempo en mostrar, mediante un ruido incesante, lo absurdo que resulta el siquiera empezar a hablar.
Esperanza y responsabilidad van de la mano: la falta de interés para decir lo que se debe, cuando se debe y como se debe, nos ayuda a ver que la ausencia de alguna acarrea la destrucción de la otra, y junto con ambas se va quien espera y responde, que no es otro más que el hombre.
Maigo.