Culpas patrias
Discúlpame, Patria, pero nunca admiré a tus Niños Héroes. No funcionó en mí el catacúmbico llamado a enlistarse en el heroísmo infantil como soldado que el cielo en cada hijo te dio. Ningún efecto tuvo en mí aquella historia de los seis muchachitos que, en el frenesí de los barros y la adolescencia, se convirtieron en monumento de paseo dominical, sexteto de columnas que no sostienen nada, altar a una patria vejada y traicionada. Nunca tuve en más el masiosárico arte del paracaidismo fallido, la priista habilidad de hacer de la bandera un papalote y del papalote un papelote, el genio de camuflar la patria con la tela y salvarla condenándola. Nunca me aprendí los nombres de tus seis pequeños héroes, y tan sólo recordaba para las pruebas a aquel insignificante que todos olvidan siempre, ese al que mataron mientras se escondía detrás de la puerta y se sorprendía de que su compañero de cuarto y té se lanzase del balcón llevando las botas nuevas. Nunca fingí ser el héroe que se lanzaba al vacío; mucho menos con mis notables avances en el superheroico vuelo que aprendí en televisión. No quise aprender que las grandes victorias memorables son derrotas coloreadas de patriotismo, como ser felices por llegar al cuarto partido, o por no ser capaces de defender un castillo tomado, o por no permitir que se lleven la bandera si en ella no va el propio cuerpo ensangrentado. No quise aprender a cantar derrota; que no implicaba aceptarla, sino negarla, y achacar las culpas a la mafia en el poder o a que no era penal. Heroísmo del todo o nada, oh Patria engominada y brillantina, heroísmo que nunca admiré, heroísmo que es patético, miserable y halagüeño… pero patrio, muy tuyo; Patria insuave, disculpadme.
Námaste Heptákis
Escenas del terruño. Ahora que el gobierno federal ha anunciado con bombo, platillo y vaselina el programa de incorporación al mercado formal para los informales, conviene tener presente una idea del economista peruano Hernando de Soto (El otro sendero, 1986), quien mostró que a la larga sale más caro regularizar a los informales que hacer ofertas pertinentes a los mismos, pues la regularización suele ir de la mano, inevitablemente, del crecimiento de la corrupción. No nos sorprenda que, en unos años, la genial y engominada idea anunciada esta semana haya nutrido a las fuerzas vivas del nuevo PRI.
Coletilla. Indispensable para refrescar la memoria y apreciar el pasado inmediato resulta el artículo de Carlos Puig en Nexos de septiembre, donde pasa revista a uno de los asesinatos políticos recientes que, como otros tantos, no han sido aclarados.