Llamado

«Damos vueltas con las vueltas del tiempo –dijo Octavio Paz–, con las revoluciones de las estaciones y las revueltas de los hombres; así cambiamos, al cambiar como los años y los pueblos, volvemos a lo que fuimos y a lo que somos. Vuelta a lo mismo. Y al dar la vuelta descubrimos que ya no es lo mismo: el que regresa es otro y es otro a lo que regresa». La carencia que estamos viviendo hoy es un dolor que ha existido por mucho tiempo. Es un sufrimiento que se sembró quién sabe cuándo y que con toda seguridad había existido en otras formas en otros tiempos, mucho antes de estar sembrado en nuestra tierra y nuestras casas; pero esto que hemos estado viviendo durante décadas, siglos, hoy parece que vuelve y es nuevo. Duele como antes, y sin embargo, ahora punza diferente, arde diferente, quema. ¿Y qué son las escandalosas manifestaciones multitudinarias si no manifiestan tristeza? ¿Qué son las protestas si no protestan por una indignación que no se calla ni dentro ni fuera? ¿No son los pasos de estas marchas fúnebres las vacilantes pisadas del que teme? La madera crepita mientras el fuego la consume, pero no consigue apagar las llamas con sus quejidos: nada cambia y todo vuelve a lo mismo. Cuando todo revienta al calor de la furia, todos al rededor son siluetas enemigas: madera seca y hojas marchitas. Estas semanas, este sitio ha atestiguado la aniquilación de la consciencia, las manos negras de carbón, la fractura de la comunidad, la miserable negación de nuestra ceguera. Pero entre las cenizas, entre voces entonando los lamentos de la impotencia, puede volver la esperanza. La esperanza no en un fantasma humeante de los gritos por justicia, no en la rabia destructiva, no en la mezquina complacencia por el dolor ajeno, no en la venganza pública y la humillación de quienes han perdido más que a quienes han arrebatado todo; no ahí. La esperanza puede volver en la palabra, en la cercanía, en la comprensión. La esperanza puede volver en el anhelo de reconocer que también es una cara ésa que llora abrasada por las llamas que levantó en ésta, su casa y nuestra casa. Vuelta a la tierra empapada, quemada y vuelta a empapar. Vuelta a ser otros, a ser dignos de volver a la esperanza.