Cuidado, cuidarnos

Cuidado, cuidarnos

 

Our dried voices, when
we whisper together
are quiet and meaningless
as wind in dry grass
or rats’ feet over broken glass
in our dry cellar
T. S. Eliot

 

Asombra la habilidad con que la indignación se ha posesionado del discurso público. Se indignan los padres de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa porque nadie les sabe decir dónde están sus hijos. Se indignan los compañeros de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa porque un grupo policial los secuestró cuando ellos iban a un evento político en camiones robados. Se indignan los políticos del PRD y MoReNa que llevaron al poder al individuo señalado como el autor intelectual de la desaparición de los 43 normalistas porque el caso no está resuelto por el gobierno federal. Se indignan los estudiantes del país porque en la desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa ven una campaña contra el estudiantado nacional. Se indignan por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa los manifestantes que prenden fuego al mobiliario público y atacan con explosivos a los policías, porque ven en la desaparición un crimen de Estado. Se indigna el presidente Enrique Peña Nieto porque en las protestas por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa ve un intento de desestabilización de su administración. La indignación, dicen los ideólogos del momento, somos todos. La indignación se nos ha vuelto la puta del momento.

Largo ha sido el camino para que la indignación se hiciera pública. Breve, el tiempo que nos hemos permitido ver los rostros indignados para reconocer en ellos nuestro dolor. Fácil, cubrir el rostro indignado para confundirlo con el del poder y la violencia. De la indignación como descubrimiento expresivo a la simulación de los embozados con molotov en mano o a la gesticulación de los encopetados con brillante gomina. Indignados todos; dignidad de nadie. Y donde no hay dignidad, toda acción es necesaria, toda acción es por la fuerza: la fuerza del Estado, la fuerza de la Ley, la fuerza del Pueblo, la fuerza de la Anarquía, la fuerza de la Rabia, la fuerza… Por la fuerza, además, se va a superar la violencia: veremos la imposición forzosa de un estado de fuerzas. Violencia embozada de justicia; hipocresía engominada como legalidad; el poder como estado normal.

Lo peor de todo, sin embargo, no es la próxima reivindicación de la fuerza y el poder, tampoco lo es el meretricio de la indignación, o el dolor innegociable de los padres de los desaparecidos, sino la hipocresía a la que pronto llamaremos paz. La paz, si no es una bendición, no es nada. Cuidémonos de los que piden paz hipócritamente, de quienes disfrazan sus anhelos de esperanza, de quienes esconden en sus negocios la caridad. Cuidémonos de quienes nos quieren falsear las últimas bendiciones que nos quedan. Cuidémonos de quienes no nos dejarán cuidarnos.

 

Námaste Heptákis

 

Escenas del terruño. Importante la lectura de la columna de Héctor de Mauleón en El Universal del pasado 20 de noviembre.

 

Coletilla. Con motivo del 87 aniversario del nacimiento de Ernesto de la Peña, su viuda, María Luisa Tavernier, publicó ayer en Reforma un conmovedor escrito que comparto a continuación.

Para Ernesto, amor, motivo, presencia

Y le rompí los labios al silencio…
Ernesto de la Peña

La elegancia rosada de su cutis, la pasmosa facilidad con que transitaba de la modernidad a sus clásicos, su filoso sentido del humor, el dominio del español, entreverado con deliciosos matices de mal hablado, me impactaron, al unísono, cuando conocí a Ernesto de la Peña.
Molde perfecto del humanista cabal, la cultura le fluía como reflejo condicionado. Se había apropiado de cuanta lengua le era útil para penetrar en la literatura antigua y moderna. Me deslumbró la soltura con que iba creando imágenes de una gran fuerza y belleza al hilo de la intimidad de nuestras conversaciones, «profiero tartamudo las sílabas vacías», «¿Es una rosa siempre el misterio arrogante de la dádiva?» Por qué no has publicado tu poesía si es extraordinaria.
El tono rosado de su tez se tornó a un incendiado rojo burdeos. Esa fue su contundente respuesta. Ernesto era tímido. Autocrítico despiadado. Aprendí a leer su timidez. Su avasalladora cultura, a mi parecer, le había estorbado, «se te quiebran los puños antes de veras siquiera de abrir un secreto». ¡Bingo! a tus setenta y cuatro años «y le rompí los labios al silencio» presentas tus poemas en Palabras para el desencuentro.
Pero el sello de sabio, que tanto detestabas, había permeado en la opinión pública muy por encima de tu creatividad. Cada verso me llevó a tu biografía. Aunque nunca usaras la primera persona, sabía que comunicabas a gritos sordos tus pasiones desgarradas, «se extinguieron los silencios para ser sustituidos por arterias de olvido». Tu voz triste de huérfano la sueltas en In memoriam, tu madre había muerto apenas tenías siete meses «madre, no te puedo rezar/ te amo a silencio de palabras/ te pudo la muerte,/ madre, nos dejamos solos».
Tus intermitentes solterías «caballero célibe a base de esponsales» se acabaron cuando nos conocimos un 19 de septiembre del 83 para nunca separarnos. Por ahora tienes pocos lectores, ¡pero qué lectores! Sergio Vela, director escénico de ópera, ha escudriñado cada renglón de tu prosa, de tu poesía. Vicente Quirate, ha gozado tu obra con la sensibilidad e inteligencia propias de un gran poeta. En su ensayo Ernesto para intrusos, comenta: «siempre hay una brutal confrontación de energías, donde la sensualidad y el espíritu se enfrentan», «Ernesto es un creador lúdico, subversivo y rebelde de sí mismo».
Añade Quirate que El indeleble caso de Borelli es una de las novelas más altas del neogótico, afirmación avalada por el cineasta Matías Meyer. Me hechizó en Borelli tu prosa impecable y el misterio de no saber si es o son ¿una vampira? ¿dos vampiros?. Y last but not least, aquel adolescente de la bicicleta que había recorrido kilómetros desde ciudad Neza para llegar a la avenida Nuevo León buscando conmovido que le dedicaras Palabras
Algunos jóvenes brillantes encuentran divertido hacer bandes dessinées con tus Máquinas espirituales. Nunca perteneciste a grupos de si me halagas, te halago. Dice Quirate que leerte exige visitas continuas como con la música de Mozart, pero qué experiencia. Al lado de Borelli, Mineralogía para intrusos es mi favorita. Geniales joyerías de la brevedad «no hay seres de mayor mudez en la creación que las humildes piedras, sostén de nuestros pies». «Ebrio de sus poderes, en un primer intento de revisión demográfica, el arsénico se consumió a sí mismo y murió, espumoso y cárdeno, en la primavera de su única nostalgia».
El temblor del 85 te dejó sin casa, a cambio la vida te compensó. Suavizaste tu autocrítica. Creaste ocho magistrales cuentos: Las estratagemas de dios, lectura que demanda una atención terca, insistente, para descubrir tu juego ernestino de conocimientos bíblicos.
Naciste un 21 de noviembre de 1927, celebro que viviste. Al final, el mejor bocado. Te asocio con Jean François Revel, ambos de sólida cultura universal, políglotas, humor mordaz, convencidos de que la imaginación gastronómica es tan fuerte como la de la sexualidad: «cuando conocí a María Luisa no sólo me llegó el amor sino el enorme placer de nuestro mediterráneo personal: las comidas maridadas de vino, pan y amor, en irrompible armonía». A tu lado yo también descubrí mi mediterráneo. El ensayo Don Quijote, la sinrazón sospechosa, atrapó a tal grado el interés de Javier Quijano Baz que fascinado hizo de él una de las ediciones más hermosas del siglo XXI. Hoy me apropio de tu dedicatoria: Para Ernesto, amor, motivo, presencia. Como tu amado Rilke, nunca olvidaste que la vida era algo esplendoroso.