Mi abuela me contaba, que su madre le decía: las entendidas en el dolor saben muy bien que el peor de todos los dolores es el que se lleva en silencio.
La frase de mi bisabuela tiene sentido para nuestros tiempos si es que pensamos en cómo nos quejamos: hablamos de lo que nos duele, lloramos por lo que nos aqueja y gritamos ante dolores más intensos pero localizables; pero el dolor más angustiante de todos es el que nos impone silencio, ya sea porque no atinamos a nombrarlo, ya sea porque para nombrarlo primero hemos de escuchar atentamente a quien lo padece.
Para escuchar hay que guardar silencio, porque en el silencio atento se ve mejor lo que necesita el escuchado. Quien se sabe escuchado intenta nombrar lo que siente y al intentarlo comienza a sanar sus heridas y a ver que no es necesario herir para ser comprendido realmente.
Por su parte, quien guarda silencio y escucha, está lejos de analizar a quien le habla, o de juzgarlo o de erigirse como la voz cantante de quien todavía no logra nombrar su dolor.
Lo que decía mi bisabuela tiene sentido en estos tiempos quejosos y adoloridos, pues hay muchos que sufren en silencio, sin la esperanza de que los llegue a escuchar atentamente alguien entendido en el dolor, o siquiera dispuesto a callar en lo que comienza a hablar el sufriente.
Maigo