La importancia de ser propositivo
Una indiscreta similitud media entre el optimismo propositivo de inicio de año y la confianza en el progreso personal que desorienta las vidas. Invernadero de buenas intenciones, el inicio de año se tiñe de un afán propositivo que oculta ser culposo. Nada hay que justifique que el cambio de una fecha en el calendario haga distinta la propia disposición a la vida diaria; el calendario cambia cada día, y a quien no le sea suficiente podrá encontrar al reloj mucho más expedito. Nada hay que justifique que tras la holganza y el atracón de las celebraciones decembrinas sean mejores los ánimos para reconvenir la costumbre a la frugalidad y la laboriosidad que entre uvas se proponen. Nada hay que nos asegure que la costumbre cambia por hastío, o que el único camino para la salvación sea el de quien hasta en exceso ha pecado (Blake for dummies; el Nietzsche de los hipsters). Lo que sí hay es una cierta interpretación de la voluntad, de los límites de nuestra vida práctica y de nuestra supuesta fuerza de autoproducción.
Entre las discusiones más banales que se pueden tener con los creyentes del progreso personal se encuentra la que pregunta por la asequibilidad de la felicidad a partir de la vida intelectual. Los progres profesan un credo como el siguiente: nadie puede dedicarse a la vida intelectual si antes no soluciona sus medios de subsistencia. Y a partir de ello, o bien hacen fila en las burocracias para esperar el tiempo propiciatorio que, ya libre, les permita dedicarse holgadamente a pensar; o bien, castigan el pensar y la cultura al precio del trabajo y el negocio a fin de conseguir la subsistencia económica que, cuando su tiempo sea manumitido, les permita pensar; o bien, descansan y reponen sus “energías” tras la fatigosa laboriosidad de la vida diaria para, llegado un tiempo cumplido, ahora sí ponerse a pensar; o bien, suspenden su vida intelectual hasta que el entorno mismo se calme, las noches sean silenciosas, las mañanas frescas, el ánimo jovial, las familias cómodas, los amigos libres de problemas, el país democrático, la comida decente y la ensoñación del vino haya bajado de la cabeza… y entonces sí se pongan a pensar. La vida intelectual es, para ellos, un propósito que con esperanza se lanza hasta el futuro, de aquí a que la propia costumbre cambie. Mientras, como el mundo sigue girando, como los niños lloran, como las visitas visitan y los viajeros viajan, como nada se está quieto y pensar sólo se hace en la quietud, han de suspender sus vidas en los negocios hasta que lleguen los tiempos del pensar. Escatología de economistas, los progres dejan para el futuro lo que les permitirá hacer el trabajo de hoy. Los progres, en este sentido pero sin uvas, son racimos de buenas intenciones.
Se les oculta a los progres lo mismo que a los entusiastas propositivos del inicio de año: el asunto no es poner delante en los intereses lo que no interesa, sino interesarse por lo correcto y descubrir por qué hasta ahora parecía no haberles interesado. Es una teoría de la voluntad porque supone a la misma o con una orientación natural –y entonces hay un interés correcto- o libre de determinaciones –y por tanto todo interés es igualmente genuino y su consecución depende de otros elementos-. Es una posición sobre los límites de nuestra vida práctica porque pone en cuestión lo que sobre ella creemos, necesita tener una respuesta a qué es la vida práctica. Y finalmente es una puesta a prueba de nuestra supuesta fuerza de autoproducción, pues ni el más confiado de los progresistas podrá lograr que le interese lo que no le interesa, que sin la culpa se le corrija el interés, que la supuesta fuerza se muestre en la realidad del despoder. El problema no son los propósitos, sino las costumbres: que a veces el proponer oculta los vicios y falsea las virtudes. Y las costumbres, por su parte, son la piedra de toque de esa falsa importancia que llamamos progreso.
Námaste Heptákis
Numeralia. El número de muertes violentas registradas en el país durante la semana comprendida entre el jueves 25 y el miércoles 31 de diciembre es de 123. El estado con mayor número de muertes violentas fue Sinaloa, con 19. Seguido, con 12 cada uno, por Guerrero y Chihuahua. Veracruz presentó 9. Seguido por Michoacán, Jalisco y Baja California, con 8 cada uno. 7 presentó el Distrito Federal. De los 123 ejecutados, el 70.7% murieron a consecuencia del uso de armas de fuego. 10 personas fueron asesinadas a golpes. 7 personas fueron asesinadas con armas blancas. 7 fueron calcinadas. 5 cuerpos fueron hallados en fosas clandestinas. 3 personas fueron ahorcadas. 2 personas fueron ahogadas intencionalmente. 1 persona fue decapitada. Y un hombre, en el Estado de México, fue castrado y posteriormente asesinado a golpes. ¿No es reconfortante que el presidente nos diga en su mensaje de año nuevo que tenemos la obligación de salir adelante?
Escenas del terruño. Con mayor virulencia veremos a partir de este lunes la imposición de una “verdad” cimentada en la desconfianza, pues las vacaciones sirvieron para que sin discusión ni pruebas se estableciera una nueva versión del caso Ayotzinapa. El dolor es innegociable, como bien lo dijo tras su reunión con el presidente uno de los padres de los normalistas desaparecidos; por desgracia, algunos de los combativos creen que el dolor es una inversión a plazo fijo en el negocio de la revolución.
Coletilla. “Dos cosas hacen la muerte preciosa: la vida y la causa, pero más la causa que la vida”. San Bernardo