Cuando llegaron a la casa, vieron al niño con María, su madre; y postrándose lo adoraron. Abrieron sus cofres y le presentaron como regalos oro, incienso y mirra. Entonces, advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
Mt 2, 1-12
El tiempo navideño se ha terminado, a todos nos toca regresar a la normalidad que trae consigo la vida cotidiana. Muchos vuelven con la cruda nostalgia por las fiestas que se han terminado, toman conciencia del tiempo que han dejado pasar sin hacer nada y recuerdan como algo lejano los cambios que se suponen harían en sus vidas. Otros, los propositivos, regresan a la vida de siempre tratando de cambiar algunos hábitos, que si bien pueden cambiar en algo la rutina de todos los días en nada cambia lo que hay en sus corazones.
Lo cierto es que la mayoría regresa a lo que hace todos los días renegando del frío o buscando pretextos para no regresar, y en su regreso recorre el camino que ya se había transitado, vuelven los enojos, los rencores se reavivan, las envidias se fortalecen y la avidez por el dinero crece cada día. Tal pareciera que nadie se salva de ser mayoría, ni las minorías que regresan tratando de cambiar en algo sus costumbres porque el calendario les ha dado la pauta para pretender hacerlo. Sin embargo, las apariencias engañan y a veces nos muestran en la más humilde de las sonrisas que la gloria de Dios encarnado ha iluminado a quien creyéndose sabio decide regresar a su vida de siempre, es decir a su vida en comunidad, pero siguiendo otro camino, que al ser diferente al ya recorrido se torna tortuoso a la vez que salvífico.
Maigo.