En México, cuando de un suceso político sumamente visible se trata, podemos contemplar una amplia secuencia de versiones que afirman explicarlo, todas con el apellido Auténtica. Como suele pasar con los apellidos, a veces nos dicen más de los padres, incluso de los abuelos, que de los jóvenes portadores; las versiones se llegan a utilizar para beneficio paternal o de algún pariente lejano. Ejemplo de ello podemos encontrarlo en el caso de los cuarenta y tres normalistas de Ayotzinapa. Hay quienes dicen que los culpables son los políticos perredistas, otros culpan a los de la bancada priísta, algunos señalan al antiguo mandato panista y hasta se han acusado a los propios desaparecidos.
Ante tantas versiones, algunas bastante divulgadas, parece inútil intentar desenmarañarlas todas para descubrir la verdadera; para qué intentarlo si nunca podremos saber quiénes son los culpables (como siempre sucede en situaciones semejantes), mejor haríamos ocupando nuestro tiempo en asuntos más importantes. La confusión parece propia de los sucesos políticos escandalosos; no se trata sólo de una capucha tapando un rostro, sino de un laberinto en el que mientras más se busca la salida, más obstáculos se encuentran para hallarla.
No hay que dejar de considerar que algunas situaciones políticas parecen más escandalosas de lo que realmente son, mientras otras apenas si son conocidas. Esto no debería desanimarnos a intentar entender dichas situaciones, pues sería como si nos quedáramos quietos mientras nos caen bombas, como si dejáramos que imperase la confusión, a creer que poco podemos saber de nuestro entorno y en nada podemos influir. Siquiera hay que intentar saber en dónde vivimos para mantenernos a salvo. Pero la indagación de nuestra situación política de poco serviría si no vamos compartiendo, mediante la palabra, nuestros hallazgos, porque pensamos y vivimos relacionándonos con más personas, compartiendo un problemático país.
Si creemos que la palabra es un modo, quizá decir un medio sea más correcto, pretender vivir mejor, no podemos renunciar a entender y discutir lo que pasa en nuestro entorno. Fácil nos resulta decir que el laberinto no tiene salida mientras nos mantenemos tranquilamente quietos, un poco más complicado parece ayudarnos a buscarla y lo más difícil, me parece, es encontrarla.
Yaddir
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