No es cierto que un credo
una a los hombres. No, una diferencia
de credos une a los hombres,
mientras sea una diferencia clara.
Una frontera une.
G. K. Chesterton
La utilidad más celebrada que se atribuye a las palabras es la del artificio militar: las palabras son un arma, una con gran poder. En las escuelas, sirven muy bien para librar batallas ridículas una vez que la verdad ha dejado de importar. Públicamente, sirven, sobre todo, para denunciar las arbitrariedades del otro: son el purgante ideal para lograr lo que nos imaginamos como democracia. En donde las bombas son exageración, las palabras dan elegancia. Yo prefiero creer que la palabra no tiene otra utilidad sincera que la del vínculo, más modesto, de la aspiración a la verdad que, creo, tienen o han tenido, de uno u otro modo, la mayoría de los hombres comunes y corrientes.
Esa aspiración no significa, como parecería, que todos los hombres estén en lo correcto. Lo que significa es que casi todos creemos estarlo. Eso no es nuevo, sino tan viejo como el hombre mismo. Ello es así porque el hombre es el único que se preocupa –aunque la dureza de las situaciones o la existencia de más de una opinión traten de disuadirlo- por algo así como la verdad. Eso es, desde mi punto de vista, una de las cosas que lo ennoblecen; esa es una de las joyas de su rústica y ligera corona. Puede que simplifique demasiado las cosas, pero a menudo me gusta pensar en que se le dio una lengua para más de un sólo motivo.
Si esto es algo que al parecer ennoblece al hombre, ¿por qué no podemos decir que los nuestras sean tiempos nobles? ¿Por qué parece que a veces no nos queda más que mirar al pasado, con un sabor a licor de melancolía? El hombre siempre será hombre, pero jamás en la historia se dijo que el hombre fuera esclavo de un sólo lado en una batalla que parece infantil: el bien y el mal.
Creo que creer que las palabras pueden revolucionar al mundo es un error. Pero, al mismo tiempo, no encuentro otra esperanza en este mundo que no esté bajo la capacidad iluminadora de la inteligencia y su vetusta asociación con la palabra. Creo, también, que las palabras no cumplen su función si no aceptamos que al hablar estamos guiados por lo que creemos que es bueno en cada momento. Una manera de ser valiente es hablando; es cierto. Pero un hombre que cree que la verdad no tiene sentido o que lo bueno, en realidad, ya no sirve para un mundo cabalgante hacia la realización de un enigma, ya no puede atreverse a vivir feliz hablando de una virtud que no entiende.
Si no se busca estar en lo correcto, se queda uno con eso que muchos admiran llamado: la razón del más grande. Si se cree que no hay motivos ni para hacer la guerra, habrá que llorar por no habernos dado cuenta de que Dios vino antes de lo contado: fue el primer hombre silencioso. Esta es una encrucijada que sólo se puede resolver si creemos que ambos caminos son falsos. Es un lugar que quizá pueda empeorar; de eso se trata escoger. Hablar no depende de formar un trinchera, sino de notar las diferencias para acotarlas o salvarlas, si es posible. Por eso el hombre no es cualquier animal.
Tacitus