Siempre que estoy en una librería buscando algún libro extenso, dividido en varios tomos, soy víctima de un malvado hado: el tomo uno no está. La explicación a tan terrible fenómeno no es nada misteriosa: alguien lo ha comprado o robado. Pero por qué las personas sólo se llevan el primer volumen, al menos la mayoría de las veces, es algo complicado de adivinar, pues los motivos son tan disparatados como diversos.
El primero que se me ocurre es que algún amigo o enemigo lo ha comprado. Si busco un título de manera afanosa, las personas que me rodean podrían creer que se trata de algo bueno o al menos valioso para mí. Mis amigos querrán leerlo, para después regalármelo o vendérmelo a mayor precio; mis enemigos disfrutarán viéndome buscar sin suerte, empolvándome en las librerías como el libro que me ganó se empolvará en su casa. Nunca he comprobado esta hipótesis, pero estén prevenidos, como yo, porque puede pasar.
Otra posible razón es que las personas se sienten motivadas al leer libros extensos. Un libro que excede las quinientas páginas infunde algún tipo de respeto, pues no es poca la paciencia que se requiere para pensarlo, escribirlo y editarlo. Los mortales contemplamos esa especie de logro editorial y, pese a que en ocasiones no nos parezca una buena obra, se nos vuelve un reto terminarlo. Lamentablemente el entusiasmo no excede, buena parte de las veces, la paciencia de los autores.
Pero lo que más me convence, porque lo veo y lo escucho, es que casi todos pensamos a retazos. No construyendo un interminable rompecabezas de la realidad, como algunos creerían, sino yendo y viniendo por un bello jardín que nos gusta soslayar, pisar y cortar por partes (no me imagino lo que sienten los jardineros cuando ven sus plantaciones tan maltratadas). Pensamos, a veces parece que con eso nos conformamos, en pedazos de la realidad porque es complicado apreciar toda su importancia; si es que la podemos apreciar, la apreciamos poco (rara vez más allá de un tomo), pues no necesitamos estimar la realidad para gozarla. De manera semejante, comprar sólo el primer tomo nos sirve para fingir que alguna parte importante de la realidad nos importa. Dejamos que nos vean leyendo el primer volumen, mientras bebemos café en algún establecimiento público, así la admirada clientela (que tampoco tiene los volúmenes restantes y quizá nunca los tenga) sospechará que tenemos los demás y que los leeremos.
Limitándonos a comprar únicamente un tomo, no sólo le podemos agriar el día a una persona que lo quiere comprar, también nos negamos el deleite del título completo, de ver algo nuevo que nos ayude a comprender mejor la realidad (incluso nos podríamos confundir pensando que con sólo leer una parte del texto comprendemos la totalidad del problema que se nos presenta), de poder juzgar algo como bueno o malo.